lunes, 29 de diciembre de 2008

Te atrapé cinco sentidos y un placer con mi lengua y los esparcí por todo tu cuerpo. Tristes olas ardían sobre tu piel mientras tus ojos se convulsionaban. Y pensé que lo que salía de tu boca era espuma. O ácido.
Me dijeron que tus pecas eran de LSD y nunca les creí hasta que las chupé una a una. Entonces comprobé que, como los sapos esos, tu sabor era adictivo y el placer interminable. Tu angustia chorreaba sobre mí y me purificaba. como las mejores lluvias.
Intenté disfrutar de la melancolía de tu presencia mientras presentía un presente insulso. Y la realidad cotidiana amenazaba más allá de la cama, por lo que me negaba a salir de allí. Eché raíces sobre el somier y me anclé en tu vagina. Escondido en tu cuerpo para no volver al mío. Perdido en lo profundo de una mirada a través del humo de un bar de copas. Dulce como sólo contigo podía serlo.
Y arranqué mi pasado de tu piel a la vez que sacaba mi alma de tu coño.
Y desaparecí como el aliento de un moribundo
para no volver jamás.

sábado, 27 de diciembre de 2008

Siento que ya he estado aquí.
Haciendo lo mismo que hago ahora.
Con la cabeza ocupada en las mismas cosas.
Es una sensación que ya conozco:
una sensación que proyecté hacia el futuro y ha regresado con el tiempo,
rebotada desde el final,
desde mi muerte.
Debería ser capaz de calcular el tiempo que me queda.
Seguro que es una operación bastante simple.
Lástima que sea de letras.
Luz azul y artificial
Ilumina la habitación como una pecera
Mientras floto en la oscuridad
Que se escurre por el techo
Negro siento mi cuerpo
Dulce mi sangre que me recorre
Y sentimientos de recién nacido
Brotan como flor en mi pecho
Agua llena mis ideas
Siento sólo las caricias
De las olas que en mareas
Trae este mar de delicias
Me da miedo quedarme en silencio por la noche y oír mi respiración insomne, mi sueño velado. Aparecer y desaparecer en mi habitación como una luz intermitente. Iluminar sueños y pesadillas con la luz del baño mientras meo. Y volver a la cama sabiendo que aunque me hunda en ella pronto saldré a flote otra vez.
Despierto y escribo unas líneas que me cruzan la cabeza; el transiberiano de la medianoche que atraviesa los recuerdos diarios. Y mis ojos legañizos se atontan con la luz y se espabilan en la oscuridad.
Creo que mi piel brilla cuando cierro los ojos, pero nunca puedo verlo porque se apaga cuando los abro. Es lo mismo que me pasaba con la luz del frigorífico, aunque un día conseguí verla dejando entornada la puerta.
Tanto esfuerzo sólo para quitarle un poquito más de magia al mundo…
Como si nos sobrara, digo yo.
Sé mi musa para poesía difusa
Sé el sabor de mi sobria sonrisa
Sé suave sin saber sólo serlo
Y silba sedosa sobre tu entreabierta blusa.
Echaste una mirada por encima de mi hombro y miraste al horizonte. Seguramente para ver el final de nuestra relación en el espejo de la pared. Yo también lo estaba viendo, pero reflejado en la pared de mármol como una sombra oscura y difusa.
No había ninguna salida y caíamos en picado mientras el tiempo estallaba en las esferas de los relojes. Minuteros y otras agujas se clavaban en mi piel y comenzaban a moverse de nuevo con su ritmo interno, sólo que esta vez arañando el músculo y rasgando mi vida.
Sentí cómo mis pupilas se derretían en el iris color de miel y se escurrían por mis mejillas. Pero no es que estuviera llorando. Sólo vaciaba de agua mi cuerpo para secar mis sentimientos. Y cocido al sol sentí que la última gota se evaporaba y volvía a ser feliz.
Sí, seco al calor de la mañana, olvidé tu aliento frío y pude volver a dormir.
Insomne sí, pero no sin sueños.

viernes, 26 de diciembre de 2008

Cada palabra de mi vida era un mueble de aquel cuarto, cada idea un centímetro de papel de pared. Problabemente mis pecados eran las flores frescas de aquel jarrón y mis deseos los pétalos secos que se arremolinaban sobre el mantel. El moho de la bañera era mi estancia en la guerra, mis opiniones políticas una pila de periódicos olvidados junto al sofá. Y la colcha agujereada de la cama, olvidada e inerte como mi vida sexual.
Era un cuartucho de soltero, un final para un camino solitario, y los rajados cristales no encajaban en las ventanas, como no encajaba el cuerpo de ella allí.
Irreal por inerte y real por su muerte, aquella piel azulada era una melodía discordante que estropeaba la sinfonía, pobre pero hermosa, de aquel cuarto sin nombre. Anónimo mas no indiferente, iluminaba el sol aquella esquina igual que harían las farolas llegado el momento, y la luz parecía lamer deleitada aquellas piernas que colgaban ahogadas tan lejos de la bañera.
Era un misterio cómo el oxígeno le había faltado. Había miles de hipótesis, como cientos de coches circulando por la avenida, pero ninguna parecía llevar a un destino correcto. Y el fresco de la ventana se condensaba en sus pestañas convertido en el rocío de la mañana que ella nunca vería; convertido en perlas relucientes en torno a sus verdes esmeraldas aguadas. Terrible, como la mirada que formaban sus ojos. Terrible por sincera, terrible por ausente, terrible por apuntar a aquel clavo saliente, del cual colgaba un trapo enredado.
Y el misterio de su muerte, evidente para los muebles como para la bombilla (inocente) del techo, flotaba como un susurro en el viento calmo que inspeccionaba el lugar. Viento que salió por debajo de la puerta y se acurrucó en la moqueta al calor de un radiador.

lunes, 22 de diciembre de 2008

Corro, sabiendo que no tiene sentido, mientras el plomo susurra silbando a mi alrededor y siento el roce desgarrado del calor de una bala. Clavada en una pared de hotel convertida en ruina anónima, mi espalda se aprieta contra la cal descarada, que, blanca, revela mi posición al destacar, negra, mi ropa. Como un collage abstracto de muerte y pureza, mi sangre rojiza se escurre por el muro y empapa la tierra que, embarrada con mi vida, se secará con mi muerte.
Tu recuerdo empañaba el cristal de mis gafas y tuve que limpiarme los ojos para ver con claridad. Sentí sobre mi piel una fría lluvia de cristales que me recordaba que debía seguir atento a la carretera, en la que el morro de un coche enemigo se acercaba agresivo y cariñoso a la vez. Tan cerca que mi carrocería se abollaba, intentando dejar pasar aquel falo de acero que atravesaba el motor. Como un barco partido por un iceberg, mi coche y mi cuerpo se abrieron por la mitad, dejando escapar mi consciencia en una nube de mariposas purpúreas que bañó la depresión de la carrocería.
Tal fue el impacto de tu presencia sobre mis cristales. que me quedé colgado en el aire. Como una marioneta, como las estrellas en la noche. Sólo que los hilos eran mis venas, que salían de mis ojos y por ellos me desangraba. Y una niña tiraba de ellos viendo cómo goteaba roja mi vida.
Todo sucedió ante la atenta mirada de una mujer tuerta que, sentada sobre una montañita de calaveras infantiles, le arrancaba los deditos a un niño como quien deshoja margaritas.
Mientras, susurraba con voz embarrada:
“me quiere… no me quiere… me quiere… no me quiere…”.
Y nunca se acababan los deditos.
Un chirrido suave pero estrepitoso salía de tu mirada cuando me reprochaste lo que había hecho con aquella chica. La clavé con mi alma contra aquella pared. Y allí la dejé, indefensa, mientras recorría su piel lubricada como una juguetona infección. Lamiendo sus heridas para sacarles la pus, chupando sus venas y hasta el tuétano de los huesos. Plomo hirviendo fueron tus palabras, que marcaron mi espalda como látigos de neón, mientras tu melena de alambre de espinos atragantaba mi garganta y me hacía vomitar. Una lluvia de chinchetas se esparció como mucosa sobre el suelo de cobre.
Arañaste mis manos y arrancaste los huesos de las articulaciones de los dedos: falange tras falange, sólo que fueron todas a la vez. Y adiós a lo de tocar el piano. Y adiós a lo de explorar tu vagina. Y ya sólo me quedaba un pene arrastrado por paredes de cal y unos ojos envidriados que se descascarillaban como huevos de gorrión.
Para mi desesperación, esquivaste mi metáfora -directa al corazón- y machacaste con un cascote mi cráneo saturado. Cientos de lombrices suspiraron en la noche tibia mientras devoraban mi cuerpo a la luz de la luna
y las ruedas de los coches se arrastraban por el asfalto dejando un triste olor a goma quemada.
Nunca quisiste verme en estas condiciones, pero no fuiste capaz de apartar la mirada.

Raro

En la esquina, a la puerta del bar, afilé mi mirada como un cuchillo y probé a pinchar a los transeúntes. Nadie pareció notar nada pero más de uno se fue desangrado. Después me calé el sombrero sobre los hombros y me lancé sobre la multitud, cayendo en picado desde la altura de tres escalones. Atravesé sus cuerpos tan suave como el aire a través de los pulmones y arranqué carteras y vacié bolsillos. A alguno incluso le dejé la piel del revés. Pero nadie tosió mi presencia.
Y frío como los dedos del viento fue mi roce sobre tu nuca. La tuya, preciosa y morena, que era mayor tesoro que cualquier moneda de plata.
A ti te robé el corazón, lo cambié por una lata
y lo puse en mi altar de amapolas
clavado sobre una patata.

sábado, 20 de diciembre de 2008

Una frase escondida en un libro te hizo salir a buscarme. Intercambiamos palabras que llevaron tu culo a mi sofá, tu boca a la mía y mis dedos a tu ombligo. Luego tejiste una lágrima en mis ojos y dejaste de leer mis labios. Entonces llegó ella, escondida tras un muro de reproches que no alcancé a derrumbar, siquiera a hacer un ventanuco. Miré a través y susurré sentimientos sin sonido que rebotaron en el eco de su niebla. Pero mis palabras jamás llegaron más allá y ella desapareció en la lluvia.
Y ahora, seco mi arroyo de palabras, recojo apesadumbrado restos de comida entre las páginas de libros que no alimentan salvo mi resentimiento. Mi corazón seco arde en mi tronco como la leña humeante de la chimenea. Y noto cómo cada latido se apaga con calma, extinguiéndose como los animales del bosque. Ardiendo entre los edificios manchados de hollín.
Y remuevo la ceniza con un palo, esperando en vano un ave fénix, antes de alejarme con la cabeza hundida entre los hombros. Hundida como un barco en el fondo de una bañera. Un barco fantasma con invisible tripulación de plástico.
Me da miedo quedarme en silencio por la noche y oír mi respiración insomne, mi sueño velado. Aparecer y desaparecer en mi habitación como una luz intermitente. Iluminar sueños y pesadillas con la luz del baño mientras meo. Y volver a la cama sabiendo que puedo hundirme en ella pero que pronto saldré a flote.
Despierto y escribo unas líneas que me cruzan la cabeza; el transiberiano de la medianoche que atraviesa los recuerdos diarios. Y mis ojos legañizos se atontan con la luz y se espabilan en la oscuridad.
Creo que mi piel brilla cuando cierro los ojos, pero nunca puedo verlo porque se apaga cuando los abro. Es lo mismo que me pasaba con la luz del frigorífico, aunque un día conseguí verla dejando entornada la puerta. Tanto esfuerzo sólo para quitarle un poquito más de magia al mundo… Como si nos sobrara, digo yo.

viernes, 5 de diciembre de 2008

Choqué contra una pared y allí se quedó mi cara pegada. Como un grafiti burlón que me devolvía la mirada. Entonces comprendí que iba a ser otro de ESOS días. Me cerré bien el abrigo al cuello y, esperando que nadie pudiera verme, me escurrí de aquella esquina a toda prisa. Llegué tarde al trabajo, pero me encerré con llave y me pasé todo el tiempo aislado.
A media tarde comprobé con satisfacción que ya me habían vuelto a salir los ojos y las orejas. Aunque la nariz seguía siendo demasiado chata, no como la patata que suelo llevar. Para cuando saliera a la calle, seguramente ya estaría todo en orden.
Ya con el sol a oscuras, volví a asomarme por la ciudad. Las luces de Navidad habían asesinado todas las sombras de la calle, pero aun así encontré el camino a casa. Pasé con cuidado por la esquina de mi tropiezo y descubrí asombrado que un montón de gente estaba de rodillas adorando mi cara.
“¡¡Jesús, te adoramos, Jesús!!” gritaban.
Me encogí de hombros y continué hacia casa. Allí al menos tenía el calor del radiador: alguien con quien hablar. Después de contarle cómo había ido el día, fui al dormitorio, me di un cabezazo contra la pared y comprobé con satisfacción mi cara sobre la pared.
Entonces me puse de rodillas y empecé a rezar:
“¡¡Jesús, te adoramos, Jesús!!”
Porque pensé que si la gente iba a empezar a creer en mí, yo no podía ser menos, ¿no?

jueves, 4 de diciembre de 2008

Hay días en los que mi creatividad se desliza
Como una tiza chillona sobre una pizarra
Cantando con voz caliza de cigarra.
Y días en que con un cali ya estoy en la parra.

sábado, 29 de noviembre de 2008

Reconozco que tengo sueño.
Mis ojos se cierran y mis poros se abren, y me dejo inundar por la suave somnolencia latente en mis huesos, mientras mi sistema operativo relaja sus defensas y los virus picotean mi piel, que se deshace en el huracanado viento azucarado. Y volamos por la brisa, un pájaro de nubes cuyo canto penetra bajo las faldas de las chicas.
De algún modo, percibo el olor a pintura de mis ojos y sé que ya estoy soñando.
El corazón abierto como una piñata y los dulces escapándose de mi vientre como caramelos ventolados. Y me convierto en aquella lágrima que aplastaste contra mi chaqueta. Aquella que me hizo sentir que realmente existías. Esa gota de agua salada con que descolgaste el mar sobre mis hombros.
Y de aquel mar surgió la ciudad bajo cuyos adoquines escondimos nuestros sueños, sin saber que acabarían amontonados en barricadas. Manchados de sangre, negros por el hollín. Nunca imaginamos que aquellas calles tenían fecha de caducidad, que nuestra ciudad era un cementerio: estábamos cegados por las flores de plástico.
Pero recuerdo el brillo en tus ojos, el calor de un aliento compartido que suspira una historia a la almohada. Nuestros brazos enlazados como el mimbre, nuestros besos resonando como un timbre.
Y despierto asustado, perdido entre mi felicidad interior y el opaco amanecer helado que se aproxima. El radiador tirita de frío. Me siento en la cama, frente a la ventana que se ilumina lentamente de un rojo anaranjado. Una aguja de sol se clava en mi alma inspeccionando mis venas. Cegándome.
Y siento que la belleza de tu recuerdo, vana creación de mi mente, es mejor regalo que un rayo de sol.

lunes, 24 de noviembre de 2008

Yo tenía una pistola y él un kalashnikov.
Pero el tamaño no importa, me decía: una bala es una bala. Y yo soy más rápido, le daré primero.
Disparamos y, como dije, yo le di primero.
En todo el cuello, una herida mortal.
Pero el cabrón no disparó una, sino muchas.
Me dio por todo el cuerpo. Sobre todo en el pecho.
Joputa...
No hay nada que me dé más asco que tener semen de otro en el pecho, joder…
No hacía más que rascar mi cabeza, como si con ello quisiera suavizar mis pensamientos. La piel se revolvía y agitaba y el pelo se caía. Pero mi uña no cesaba, ni aun sintiendo rozar el hueso.

domingo, 23 de noviembre de 2008

Amar marea como mirar al amargo mar de mármol amartillado
Que con cosquillas quisquillosas cuesta cada cosa que queremos.
tranquilamente desquiciado, observo desde mi sillón de piel humana cómo mis pensamientos corretean sobre los tablones del suelo. Mis ojos dan vueltas sobre sí mismos y las imágenes se mezclan en mi cerebro con visiones de mi mente y mis órganos internos.
la madera cruje en el fuego de la chimenea y en mi cabeza el sonido se arrastra como polvo de arena a través de las venas. Las neuronas de neón se iluminan como puticlubs de carretera, llenas de sexo barato y psicosis frustradas sobre marrones moquetas mojadas.
un bebé se arrastra por el suelo utilizando brazos y piernas que en realidad todavía no tiene. Le animo diciendo: "lo que importa es el sentimiento", pero su reacción no me gusta, pues es pura química: se derrite sobre la madera escapando por las grietas de mi alma.
un francotirador inspecciona mi habitación con el ojo rojo de su rifle. Mis pupilas se detienen por primera vez en meses. En el puntero láser. Acribillo el reflejo ennegrecido en mis pupilas de un frío reproche sexual. El puntito rojo sube por mi pierna y se detiene en mi poya.
noto el calor sobre mi piel de aterciopelada porcelana y el semen brota en espasmos cuando el puntero me roza la uretra. El líquido blanquecino y lechoso se filtra al entresuelo y se extiende buscando algo que fecundar. Probablemente buscando una infección.
y mis pensamientos se esconden bajo la alfombra cuando muero. Mis ojos estáticos aún pueden distinguir sus bultos. Exploto expandiéndome por la habitación.
cubriendo cada rincón con un trozo de carne latiente.
Arranco mis sentimientos de tu corazón con ebria precisión de cirujano. Quemo tus ojos somnolientos en el calor cafeínico de mi chimenea industrial. Meo en tu boca sin extinguir las ardientes palabras con que lames mi glande.
Y mi ano vomita simpatía por la gente que no aguanto.
Pompas de jabón con olor a pedo y besos de chocolate con vómito reseco en la comisura del labio. Sabores agridulces del día a día que se difuminan en la noche de ardientes sentimientos que se deshiela goteando por mi piel.
Deja arder mis pupilas. Deja que introduzca mi alma erecta en tu cerebro húmedo. Pulsa mis lunares como si algo fuera a encenderse y desabotona mi pecho para raspar mis costillas.
Si el amor duele oiré tus chillidos.
Si el amor huele asfixiaré tus latidos.
Que se apagarán con el olor intenso de nuestra
bienaventurada depravación
(22.11.08)

lunes, 10 de noviembre de 2008

El cielo se abre en el techo de mi cuarto cuando me tumbo en la cama y la clásica me abanica. Música que libera mi alma y mis pensamientos, que desata la calma en mis sentimientos. Violines como silbidos rondando sobre mis pupilas abiertas, escurriéndose en mis oídos hasta mi cerebro. Tapizando de terciopelo las paredes, ocultando los barrotes con ramos de flores.
Floto cuando los acordes drogados de jazz desafían al silencio y trotan enloquecidos, o navegan entumecidos por la neblina de mis ojos. Tizas arañando pizarras como trompetas y largos lamentos de un saxofón ebrio de pena. Y un piano tropezando por el suelo, pisando su propia melodía.
Exploto cuando las guitarras desgarran las paredes y arañan los cristales, salto esquivando voz condensada en puñetazos y escupo mis demonios contra el cielo, desdibujado sobre el blanco del techo. Como si no hubiera suficientes sueños por quemar, añado un poco de gasolina a mi sangre. Todo sea por elevar mi humo hacia el infierno de los gritos.
Y de nuevo la calma cuando el corazón impone su propio ritmo y los músicos continúan tocando fuera de tono. Al final se silencian avergonzados cuando bajo el volumen. En ese momento, mi locura y mi cordura cesan su baile por el techo y regresan frustradas a mis dedos.
Y con un paraguas de lluvia, me enfrento con una sonrisa al día soleado.

domingo, 9 de noviembre de 2008

Los pulmones llenos de disolvente y el corazón mal aireado, esquivo el sueño mientras mi cerebro se pudre como verdura almacenada en malas condiciones. Las ratas corretean entre mis pensamientos y mordisquean un poquito de cordura. Pero lo justo como para no perder el hilo de la conversación.
Las relaciones sociales brotan entre la apatía y el malhumor, que no mueren aunque uno se esfuerce en olvidarlos. Como una cortina que no acaba de correrse, el recuerdo de experiencias pasadas contamina mis sentidos.
Pasos: mordiscos sobre el asfalto para continuar adelante. Aunque el suelo desaparezca bajo mis pies.
La gravedad se ceba hoy conmigo: me obliga a doblarme hacia el suelo, los pelillos de mi barba rozando las grietas de la calzada. Mi espinazo partido cruje como pan tostado y mis costillas sobresalen detrás de mi piel intentando saludar a los paseantes. Bailoteo de huesos sin ritmo ni melodía, vaivén de miradas.
Y mi estómago chilla después del sepuku de anoche. Litros de alcohol intoxicando mi sangre, litros de cáncer goteando en el suelo verdoso del servicio.
En mi mente, abrazos olor canela y besos sabor a menta. Pero soledad esculpida en cada rostro sonriente, moral impregnada en cada mirada. Y pechos demasiado inmaduros como para merecer un beso. Un beso que destruiría el mundo.
Dedos que acarician y brazos que ahorcan. Mi piel se irrita, burbujeando ante el calor de la fría noche estrellada contra el cielo. Y la lluvia de cristales que anega mi vientre suena como maracas mientras caigo al vacío.
Lejano se oye el temblor de una cuerda de guitarra. Tan lejano que lo siento dentro de mí.
A estas horas ya no sé lo que siento, pero la vida es dulce cuando no distingues los sabores.
Escribí con furia mi odio en un papel y lo dejé escapar a través de mi piel.
Dicen que es un virus, pero yo sólo siento mariposas.

lunes, 3 de noviembre de 2008

No te quise más que a nadie, nunca te adoré. No me sentí mal cuando todo se rompió. No miré al cielo azul y lo vi gris. No pensé que la arena me llegara al cuello. No me costó respirar. No fluyeron mis lágrimas desde mis ojos al desagüe en el fregadero. No se volvió frío mi reflejo en el charco. No hubo menos viento agitando mi piel. No se rompieron mis lazos con los amigos de los demás. No se silenciaron las canciones, ni sonaron de más lejos. No sentí que la mentira fuera verdad. No dejé nunca de creer en nada de nada.
Pero sí que me escurrí por el empedrado cuesta abajo.
Entre piedrecitas y cristales.
Cada vez más lejos.
De mí mismo.

sábado, 1 de noviembre de 2008

No sé si me duele la cabeza pero la noto llena de hormigas. Mordisquean con fría ansia de insecto mis conexiones neuronales. Puedo sentir cómo mi memoria se desvanece y los agujeros negros crecen como cráteres. Nubes de neuronas flotan formando ideas entre el caos y la lluvia, hasta que se dispersan como multitudes poco convencidas. El agua que resbala por mi cuerpo no consigue llevarse este sentimiento.
Soy como un campo de pruebas militares: aquí mi piel se enfrenta a mis huesos, arañando las articulaciones con poca dulzura. Allí mis ojos se descuelgan como bolas de demolición y demuelen mis dientes, que caen astillados al suelo y se clavan en la tierra como flechas del ejército enemigo. Pero no hay ejército enemigo, el enemigo está siempre dentro.
Voy a ir a las vías del tren para lamer los fríos raíles de acero.
NEcesito calma.
Andaba por la calle sin sentido ni dirección cuando comprendí que no veía nada. A través de los cristales de mis gafas y de los cristales de mis ojos las imágenes se perdían difuminándose en colores cada vez más apagados. No es que hubiera niebla pero lo veía todo nublado. Las imágenes me atravesaban y se estampaban contra mi retina como huevos lanzados contra una pared. Y daba igual que me esforzara achinando los ojos, pues los contornos se escurrían hasta hacerse imperceptibles.
Y perdido caminé hasta caer la noche.

lunes, 27 de octubre de 2008

Una nube de humo rojo brotando sobre las cabezas y luces multicolores segregando epilepsia entre el público; litros y litros de cerveza pasando de botellas a bocas y acabando encharcados en suelos de servicios; tiros al aire que rebotan en la niebla y tiros de nieve que rebotan entre neuronas… y cada cual buscando la manera de matarse. Yo, contra mi naturaleza, elijo el silencio. Morir atragantado de palabras que tenía que haber dicho se convierte en mi pesadilla. Y mientras tiemblo de miedo por terrores interiores, canto para recordar mi voz, que he llegado a olvidar.
Y no sé si soy un muro para lamentarse pero todos vienen y me dan un cabezazo.
Siendo mi única respuesta a todo esto
una sonrisa.
Libera tu mente. Mata. Ignora

Los prejuicios morales de una obsoleta civilización

que esclaviza tu vida. No dejes que aten tu cuello a la rueda

no des vueltas sin sentido. Clava

el ancla de tus huesos en el suelo y vende caro tu aliento.

Piensa por ti mismo

sábado, 25 de octubre de 2008

Una vieja de piel llorosa y ojos arrugados tirita en un banco en el sol. Ni bajo el torrente de luz le entra calor. Ahorcada por la bufanda y encadenada a unos guantes, sus brazos bailan sin rigor y sus ojos vagan por la plaza sin encontrar un punto de apoyo.
Y los paseantes pasan por delante sin notar su existencia, antes de entrar en la iglesia y rendir culto al sacrificio de un inocente. Cada pie que entra por el histórico pórtico clava un clavo que condena a esa mujer a ese banco.
Yo, mientras, sentado sobre un rayo de sol sobre una esquina de piedras, rindo mi incoherente tributo a esta viuda de la vida. Y, sin pretender dar la nota pero abordado de melodías, canto mi impresión en silencio.
Antes de alejarme como todos y olvidarla dentro de mí mismo.

viernes, 24 de octubre de 2008

Sentado con el corazón apagado pero la mirada encendida, espero inerte en estado de letargo a que llegue la ansiada inspiración. Llega, inspiro con ansia y mis pulmones se hinchan como el pecho de un gallo de peleas. Mis dientes tiemblan de excitación, chorreando saliva azucarada, y mis pupilas se vuelven tan pequeñas que parecen hundirse en el iris color de miel. Como una piedra negra cayendo a un río de lodo, como una moneda oxidada dirigiéndose al fondo de un pozo. Es entonces cuando mi cerebro bucea hacia abajo y, atravesando mi garganta, se instala en mi pecho sustituyendo al innecesario corazón, empujándolo hacia abajo. Y mi corazón cae entre las ruidosas tripas, escurriéndose hasta mi poya. La uretra se abre y el corazón se lanza al váter en cuanto intento mear. Sin embargo no noto, ni entusiasmo ni desesperación, porque mi cerebro filtra la tristeza que corría por mis venas y la convierte en carbón. Con él quema mis deseos frustrados y por cada uno me sale un pedo. Así, ronroneando como un motor estropeado, deambulo por la calle un rato hasta que encuentro un sitio en el que echar el ancla.
Un sitio en el que hundirme

miércoles, 22 de octubre de 2008

Aquel día habías decidido que yo ya no te servía. Me dejaste esperando una llamada con un agujero de bala en la cabeza. Mis ideas goteaban despacito hasta que se condensaron y dejaron de fluir. Pero la costra se caía cada vez que pensaba en ti y me desangraba otra vez en pensamientos extraños. Caminé sin rumbo durante meses sin respuesta sabiendo que las preguntas estaban colgadas en montes muy altos. Tenía que subir a por ellas y volver a la ciudad, todo para darme cuenta de que mi sabiduría cabía en el logo de una camiseta.

Cansado, decidí esperar a que pasara el tren que me llevara de vuelta a tu interior, pero elegí mal el sitio y tomé asiento entre las vías. No pasó nada porque no hubo tren, pero imagínate qué susto cuando me di cuenta.

Un buen día conocí la desesperación cuando la vi tomando café en la mesa de enfrente. Me acerqué a saludarla pero no me miró, aunque desde entonces me la encuentro en todas partes. Suele estar en la única esquina que tiene mi cuarto, entre las telas de araña, y a veces la noto escurrirse bajo el colchón de mi cama de fakir. Como el guisante del cuento aquel, aunque yo sigo durmiendo como un príncipe porque estoy anestesiado ya.

Ayer me hice una herida: un leve resentimiento sobresalía de una pared y al pasar la mano se rajó mi dedo. Justo el dedo corazón. La piel se abrió como queso fresco y empezó a soltarse por capas. Mi piel es así, como la cebolla, por eso siempre que me corto lloro. Tiré de ella como de un hilo y acabé deshilando mi desilusión. Decidí que luego cogería agujas de vudú y me haría un jersey. Después me lo clavaría en el corazón, pero sólo si hacía juego con mis venas.

Y así seguí durante un tiempo, zumbando sin ruido en mi panal de apartamento, haciendo el zángano entre los obreros. Busqué trabajo entre los asesinos de masas pero respondieron que no querían más publicistas. Además el lavado en seco de cerebro nunca se me dio bien. Vomité arena para gatos en un cubo y me alejé al empezar a oír los maullidos.

Pronto me di cuenta de que, entre tanta ignorancia, te había olvidado, así que empecé a beber para recordar. Con cada vaso aparecía una imagen, con cada chupito un píxel. Y con cada gota de agua, desaparecía un año.

Desapareció todo cuando me bebí el agua del váter.

Desaparecí yo cuando empezó a llover.
Regresé a casa empapado y busqué un perchero para colgar mis sentimientos. No lo encontré y los dejé en el felpudo. Antes de que me diera la vuelta ya había un vendedor en la puerta limpiándose los pies.

Le pregunté qué quería y él me rebotó mi pregunta, así que tuve que responderle algo:

-quiero paz

Sus ojos se iluminaron como semáforos en rojo y entró hasta el comedor agitando su maletín en el viento. Apagué el ventilador y lo siguió agitando en la brisa.

-tengo justo lo que usted necesita

me dijo, aunque en realidad yo no necesitaba nada

-no tendrá usted un perchero

le pregunté a sus ojos en ámbar

-no diga tonterías ¿quiere? usted lo que necesita es paz

y rebuscó en su maletín y sacó algo de este tamaño más o menos, con un color similar a ese y que pesaba tanto que lo tuve que coger así

-pero qué se supone que debo hacer con esto?

le pregunté

Sus ojos en verde precedieron a sus pasos hacia la calle y nuevamente pisó los sentimientos de mi felpudo

-buscar la paz, caballero

hizo una pausa innecesaria

-ni más, ni menos

antes de marcharse escaleras abajo por el ascensor

así que volví a mi comedor y traté de entender cómo funcionaba aquella cosa.

en valde.

Al final me aburrí y lo dejé encima del armario, aunque no cabía y sobresalía la punta.

aquella punta me dio una idea

y quité mis sentimientos del felpudo y los colgué de aquella cosa.

luego me senté a esperar......................................................
y esperé otro poco........................................
y al final todavía un poquito más.....

hasta que me di cuenta de que funcionaba: había encontrado la paz

y sonriendo me fui a dar un paseo
en sobreexcitada tranquilidad
Cansado del día, celebraba la noche sujetando con los labios una colilla que apenas había fumado. Sólo era para dar ambiente. Y de todas formas, la lluvia no se andaba con tonterías: la mitad de mi cigarro flotaba en un charco.
Esperaba el autobús, aunque no había ninguna parada cerca. En realidad sólo estaba pensando un poco. Moliendo café en mi molinillo, dándole vueltas a las cosas. Sentía que algo no iba bien por dentro: o la digestión o mis sentimientos. Y lo primero no podía ser, porque nunca he tenido estómago para esto.
La recordaba en el apartamento, en la habitación que iluminaba aquel oscuro callejón. Con esos ojos que iluminaban mi oscuro coraz… Vaya, ya vuelvo a decir tonterías. La recordaba sentada en la cama mirando sus fotos y mirándome a mí. Diciéndome que no quería volver a verme y que iba en serio lo que decía. Y yo con los ojos muertos, con la mirada inerte de un pescado, flotando por aquel río de desesperación que chorreaba escaleras abajo y me llevaba hasta la puerta.
Y me dejaba olvidado en lo negro de aquel oscuro callejón.
Y recordando todo aquello, me di cuenta de que sí que esperaba el autobús. La lluvia golpeteaba el suelo con impaciencia y después se iba, harta de esperar, hacia las alcantarillas. No se oía ningún ruido, salvo cuando pasaba algún coche de cuando en cuando.
Miré la farola porque creí que me guiñaba un ojo, pero sólo había sido una nube que flotaba por el cielo, por aquella lejana distancia que era ahora la otra acera de la calle. Mi mundo se iba haciendo cada vez más grande según yo me iba haciendo más pequeño.
Descubrí un rumor lejano, como de un río que se desborda. Era el autobús, que ya venía.
La recordé mirando las fotos. Me miró. Me dijo que ya no me quería.
Y di un paso adelante para pillar el autobús.
Aunque, irónicamente, fue él quien me pilló…

martes, 21 de octubre de 2008

Como en un sueño corro atravesando un túnel de piedra que nunca termina el corazón bombea como si fuera a estallar pero la luz al final indiferente se mantiene siempre a la misma distancia cristales afilados crecen a través de charcos de agua sucia mis pies se clavan y pierden su carne pero continúo corriendo frenéticamente dejando detrás pedazos de mí mismo el sudor frío corre por mi frente y mis dientes se aprietan tanto que chirrían como un tren descarrilando noto cómo mis vísceras suben y bajan en completo caos armónico y mi corazón rebota de un lado a otro mientras mi cerebro se licúa esquizofrénico y al final el final se acerca rápido desapareciendo tras de mí como un recuerdo vago mientras caigo rajando el aire hacia los picos afilados de los edificios que me sirven de colchón.
Y termino, clavado, cada miembro en un pararrayos, dejando que los buitres me picoteen, y derritiéndome, en éxtasis líquido, por los edificios de cristal, acabo yéndome, por las alcantarillas, hacia el infierno, que yo mismo he creado.

lunes, 20 de octubre de 2008

Disparé mi conciencia contra tus ojos y cegué tu mirada durante un momento. Tiré a matar pero sólo alcancé a herir. ¿Era cierto todo lo que me habías dicho? Temí que no mientras me lanzaba corriendo a las vías del tren y comprendí que sí cuando esquivé el primero entre la niebla. El segundo me arrastró hacia él pero supe dudarlo y el tercero no pudo matarme porque era yo el que lo conducía. Derecho hacia el horizonte como si viajar fuera gratis. Y tus palabras resonando sobre las vías, condensándose en el cristal, pellizcando mi culo desde el asiento. Me hicieron olvidar de qué huía y descarrilé en la primera curva. Miré hacia atrás y la estación estaba a unos metros: todo había sido una ilusión. O una desilusión. Una tras otra.

viernes, 17 de octubre de 2008

Apreté tu pecho como si fuera a estallar y miré tu cara. Las formas iban y venían en contracciones de dolor/placer y las facciones no sabían por qué bando decidirse. Al final acabó todo con una batalla de todos contra todos y las expresiones se volvieron un lenguaje obsoleto. Quiero decir que no había manera humana de entender lo que tu cara estaba haciendo, a menos que la explicación fuera que mi poya entre tus labios inferiores estaba haciendo efecto. Pero nunca lo supimos porque el capó se acercó demasiado rápido. Y nuestras cabezas se destrozaron contra el cristal. Y cerebros grisáceos flotaron en el viento entre fina espuma roja de olas de mar salado. Y salpicamos a la gente que había alrededor de nuestro coche cuando nos deshicimos en pedazos el uno contra el otro.

Pensaste que no te necesitaba y por eso me echaste de tu lado. Y ahora el sofá se te presenta frío y austero. Pues te jodes. Ve la película tú sola.
Ella supo sacarme de la escritura cuando empezaba a quemarme los dedos. También supo sacarme de la conversación cuando mis palabras incendiaban a los oyentes. Y todo porque creía que sólo buscaba provocarles… No buscaba provocación: no buscaba reacciones. Sólo quería que me llevaran en hombros o me clavaran de una vez en aquel madero. Porque supe desde el primer momento que aquellos clavos llevaban mi nombre. Y no es que no tuviera miedo, porque estaba acojonado; y no es que no quisiera abrir la boca, porque delaté a todos al momento; y no es que no sintiera nada, porque mis medidores de dolor chillaban lo suficiente. En realidad, fue sólo que la vida me aburrió y tuve que abrir mi cabeza y dejar que aquella nube gris saliera a flote. Aquella nube gris de materia que empezó a alejarse en el cielo ignorando que su destino era explotar con la presión, allá donde nadie podría oír el estallido.
Siempre quise morir entre tus brazos y nunca me importó que fueras manca. Puede que me fuera a caer rodando por las escaleras, resbalándome entre tus dedos, pero nunca me importó con tal de tener tu falsa promesa de sostén. Así que agárrame, que ya estaré muerto cuando todo esto importe.
Te vi bailando, con ese culo prieto y sereno, y no pude evitar desearte. No pude evitar desearlo. Y no pude evitar que mi cerebro se fuera por el desagüe cuando tiraste de la cadena. Y mis besos a tu boca en tu cabeza contra el suelo eran más fruto de la ebriedad que del deseo. Pero aun así no pude evitarlo. Y por eso aplasté a besos tu boca contra el asfalto, porque sabía que podía hacer que te rindieras, porque sabía cómo meterme entre tus piernas. Para acurrucarme ahí y esperar a que pasara el temporal. Mierda que lloviera también allí dentro…
Intenté hablar en clave para que no me entendieras pero mi retraso mental actuó en mi contra. Y las palabras con que creía cubrirme eran en realidad señales que delataban mi posición. Por eso no me asusté cuando vi que me apuntabas: al menos sabía de quién era la culpa.
Sin reconocer mi rostro en el espejo me enfrento al Yo desconocido que acecha en lo más profundo de mí, en las sombras que me rodean. A mi alrededor encuentro un bosque de árboles, probablemente de plástico, que crea una frontera a mi consciencia y encierra entre ramas de color verde industrial al niño que soy. Y abrazado a un peluche de tripas de ciervo, corro por el bosque aullando por mi cordura perdida entre las ofertas de un supermercado de deseos que se empeña en llamar mi atención con carteles de oferta y de demanda. Sin sentido todo, e indiferente.
Wolfgang no andaba como un lobo aunque su nombre dijera lo contrario. Andaba como una tortuga, despacio en el espacio, con lentitud inaguantable. Y le daba igual que las sirenas cantaran a ambos lados de la calle, porque él seguía recto como si nada. No es que no las deseara, sino más bien que ni las veía. Y, lentamente pero sin paz en el corazón, Wolfgang se alejaba en línea recta sin saber lo que se estaba perdiendo. Aunque al final un último tiro lo detuvo. Un tiro de Ouzo, directo al hígado, como los buenos puñetazos.

martes, 14 de octubre de 2008

Intentaba entender lo que decías pero parecías hablar en clave. Y, mientras, tus ojos me lanzaban señales para que hiciera algo. Pero no sabía qué. No decían qué. Así que estuve una eternidad y media tomando aire para poder actuar. Y en el último momento, como siempre, me desinflé, con un sonido de trompetilla. ¿Qué demonios querías que hiciera? ¿Trepar por la pared como un mono para que vieras que te quería? Además, no te quería. ¿Qué sentido tiene? ¡Querer a alguien cuando el mundo está tan loco, es de locos! Por eso me marché agachando la cabeza: fui hasta el baño con la cabeza entre los hombros. Cuando salí por la puerta ya la tenía entre las costillas y sabía que acabaría muy dentro de mí, entre el corazón y el estómago. Al final acabaría metiéndome dentro de mí mismo en un bucle interminable de carne blanda y me quedaría en una esquina dándole vueltas a todo sin parar. Y la culpa sería tuya,
¿no ves que podrías haber evitado todo eso con tan sólo darme un beso?
Tenía un tenedor para comer y otro por si acaso. Por si las cosas se ponían feas; es un viejo truco de samurai. No, es broma, era sólo una cena de negocios, no entrañaba ningún peligro. Aunque por si acaso yo tenía mi segundo tenedor.

Después de llegar a un acuerdo la acompañé al servicio con su abrigo y nos metimos en plan furtivo en el de mujeres. Nos apretamos en el último y cerramos con cerrojo. Ella sacó la droga y la empezó a esparcir por el espejito. Como una auténtica dama. Se hizo la primera raya y me dejó a mí una un poco menos gorda porque sabe que yo no le pego desde hace años. Después le metí mano a sus tetas y empecé a lamerle el cuello. Me agarró la corbata y tiró hacia sí con fuerza. No sabía si me dejaba sobarla o me lo exigía. Me sentí obligado a ponerme de rodillas y comerle el coño apartando el tanga a un lado. Mi cabeza dentro de su minifalda y mi poya fuera de mi pantalón. Luego ella la lamió un poco, como para lubricar, y la dirigió con un golpe maestro hacia su coño. Fue como besar un cielo de caramelo: su lengua contra la mía y mi poya hacia su estómago.

Y le dimos caña al váter durante por lo menos veinte minutos.

A la salida había un camarero con cara de desaprobación que nos pidió que abandonáramos el local y nos susurró que “sabía lo que habíamos hecho”, aunque no me quedó claro si hablaba del sexo o de la coca. Nos fuimos igualmente.

El taxi pasó zumbando pero se arrepintió y paró. Por esa zona no habría mucha más gente a esas horas. Y menos mal porque llegamos al concierto follados. Con el tiempo justo de pillar un cubata antes de que el saxo empezara a silbar por el escenario. Nos quedamos en una esquina desde la que se veía el escenario, por encima de las cabezas de todos aquellos gilipollas que se habían sentado en las mesas. Antes muerto que ver un concierto sentado. Gilipollas. Y encima seguro que piensan que soy un puto yupie.

Y bueno, el concierto fue un poco rollo, en plan nuevo jazz y mestizaje y toda esa mierda de fumaos. Y todos aquellos culturetas autocomplacientes con pasta de sobra y ropas caras pero de estilo “casual” se acariciaban la barbilla y se recolocaban las gafas continuamente hasta que los músicos, probablemente igual de aburridos que el resto, se largaron de allí. Ni siquiera pidieron más, sólo aplaudieron. Esa actitud del que tiene dinero y puede hartarse a ver conciertos. Por dios, tuve que convencerla para que nos echáramos otra raya en el baño. Si no, no hubiera aguantado ni media hora. Y eso que tragaba whiskey como un poeta.

Al final de todo salimos los últimos del bar: abrazados y totalmente borrachos. Creo que ella tenía ya su mano metida en mi bragueta. Pero no recuerdo nada. Y luego aparecimos en el hotel; supongo que fuimos en taxi, pero yo sólo recuerdo despertar tumbado sobre el edredón de la cama y ella saliendo del baño desnuda. No creía que se me fuera a poner dura pero ella me hizo una mamada maestra que, acompañada por una preciosa pastilla azul, consiguieron levantarme el ánimo y la poya. Y otra vez al tajo: qué complicadas son las cenas de negocios.
………………
Al amanecer, despertando con el mediodía y ganas de cagar, me encuentro solo en la habitación. Ella ha tenido más aguante y se ha ido temprano. Yo no tengo el cuerpo para hostias: todavía tardo hora y media en espabilarme, ducharme y ahuecar. Y encima tengo que pagar un día de más por dejar la habitación después de las doce. Casi me dieron ganas de pasarme por allí esa noche con un par de putas.

Llegué al trabajo a las tres de la tarde, fresco como una rosa mustia y teniendo que aguantar las sonrisitas de mis compañeros y los constantes codazos de mi jefe. Todos porque tengo un chupetón en el cuello. Puta…

Y al final, al final de todo, me tiro en el sofá con dolor de huevos y trato de dormir un poco recordando su bello cuerpo. Miro un rato el canal porno pero desisto de hacerme una paja y cierro los ojos. Otro día de mierda en el trabajo.

Necesito unas putas vacaciones.

sábado, 11 de octubre de 2008

Puedo sentir cómo el cielo se cubre de grasa y esta gotea sobre los edificios. Rojizas gotas de agua grasienta escurriéndose desde los tejados por cristales y paredes. Hacia abajo, hacia mí, hacia las alcantarillas a mis pies.
Luego la siento rebosando dentro de mi cuerpo y buscando la salida por la boca. Rojizas gotas de agua grasienta escurriéndose desde mis labios por la barbilla y la garganta. Hacia abajo, hacia el suelo, hacia las alcantarillas a mis pies.
Vomito entrañas grasientas empapadas de sangre que se escurren desde mi garganta hacia abajo, hacia el suelo, hacia las alcantarillas a mis pies.
Me arrastro por el suelo empapado de grasa y me escurro hacia abajo, hacia el suelo, hacia las alcantarillas a mis pies.
Y en una densa oscuridad aceitosa, me escurro grasiento hacia abajo, hacia el suelo, hacia las profundidades de la tierra.

viernes, 10 de octubre de 2008

Cuando era pequeño le encantaba ver a su hermano practicar con el bajo. Como estaba completamente sordo, apoyaba las palmas de las manos sobre el amplificador para escuchar lo que tocaba. Cada golpecito, cada vibración que llegaba a su piel, le producía un extraño bienestar. Un cosquilleo, no sabía muy bien si en las manos o en la curiosidad. Y de adolescente solía escuchar canciones de jazz con largos solos de batería; para él sentir esa música a través de sus manos era como saborear un cuadro abstracto o contemplar un olor: algo mágico.
Toda su vida había estado marcada por esa minusvalía, por esa carencia imposible de satisfacer, por esa sensación inevitable de estar incompleto. Haría falta comprender todo esto o, es más, haberlo vivido, para alcanzar a comprender la intensa alegría y satisfacción que sintió cuando tocó por primera vez el vientre de su mujer embarazada.
Miles de gritos desgarrándose al unísono y golpeando por las calles a la gente, haciéndolos vibrar como diapasones desafinados. Un susurro a voces que hace temblar las entrañas, tensas como cables de alta tensión. Gotas de sudor chorreando desde los lacrimales de un mendigo sordo cuyos ojos se han vuelto vidriosos por el estruendo. Y los oídos se resecan, se petrifican, revientan como pompas de jabón ante una algarabía sin sentido que araña las paredes y humedece la piedra. Palabras sucias flotan por la brisa como el vapor de un guiso de carne humana y empañan las vidrieras con un suave vaho multicolor. Y contemplo cómo los nombres de las tiendas desaparecen cuando las consonantes, furiosas, comienzan a devorar a las vocales, quedando como resultado estruendosas combinaciones de sonidos sordos, sonoros y fricativos que ninguna lengua podría reproducir. Corro escapando de las voces por callejones que se estrechan a mi paso, asustados por el ruido. Llego a campo abierto y me enfrento a las aguas de un río furioso que revienta contra el dique. Y el agua que espolvorean las olas me persigue montada en el viento intentando atraparme.

Por fin, cuando mis piernas destrozadas ya no tienen piel ni músculo, llego caminando sobre amarillentos huesos a un campo de trigo silencioso. Me lanzo corriendo colina abajo y me dejo caer sin suavidad sobre la tierra no seca. Por fin un respiro, por fin descanso en la ausencia de sonido. Y tumbado contemplo las nubes, demasiado lejanas como para decirme nada, recuperando el oxígeno que se me había escapado en la huida.

Y descanso, hasta que empiezo a notar el suave rumor del silencio a mi alrededor. Un silencio tan silencioso que me llena los oídos de vacío, que se cuela hacia mi cerebro y callejea por entre las conexiones neuronales pisoteando la hierba de mis jardines. Un silencio tan ruidoso que mi cabeza va a explotar como un globo; y noto el eco de ese silencio lamiendo mis oídos y arañando mis dientes desde dentro con una uña afilada.

Incapaz de soportarlo, empiezo a chillar, gritando desgarrado y temblando como una taladradora sobre el asfalto, y corro hacia la ciudad, hacia los miles de gritos al unísono, hacia un sitio donde pueda ser uno más. Y allí, me confundo con la multitud durante un rato, sabiendo que en algún momento callarán y yo no podré parar de gritar; sabiendo que en el fondo, no seré uno más.

jueves, 9 de octubre de 2008

El edificio hablaba de desolación y de guerra. Las ventanas hablaban de vacío, de suciedad, de golpes en el cristal agrietado. Todos aquellos muros hablaban de protestas y pintadas, gritaban lo que la gente no se atrevía a decir. Y en conjunto, todo hablaba de miseria y del paso del tiempo. Todo menos un dibujito en una esquina: un pato amarillo que había dibujado una niña hacía más de treinta años.
Ese dibujito hablaba de esperanza, permitía creer en algo.
Aunque la mancha de sangre que había debajo no permitía creer demasiado.
Desperté con un taladro destrozando mi pared y el televisor anclado en un canal de pornografía gay. La pantalla lanzaba imágenes de rabos y culos entre ataques epilépticos. Desconecté mi cerebro para no analizar la situación y atravesé corriendo la habitación, atravesando el cristal y atravesando el aire y atravesando la distancia que había hasta la calle.
Y nada sorprendente fue que atravesara el techo del coche que me detuvo.

martes, 7 de octubre de 2008

Un muro roto a puñetazos y un alma resquebrajada por un soplo de aire. Destrucción por todas partes. Los ladrillos se agrietaron ante mi mirada y mi cerebro se descompuso con una imagen. Y las ideas rompían moldes de hormigón pero rebotaban contra la pantalla del televisor.
No puedo decir qué sentí al ver aquel cuadro pero tuve que salir corriendo de allí y alejarme lo más posible y buscar un sitio donde parar a meditar y soltar el ancla antes de hundirme. Y una neurona empujó a la otra: cayeron todas como fichas de dominó. Sangre goteando por mi nariz y escapando hacia la alcantarilla. Probablemente buscando el mar, puede que buscando cocaína.
Y arena, mucha arena, suave entre los pies pero dura entre mis venas. Músculo entre cristales y capas de hojalata titilando al viento. Me dieron un cerebro sin riendas y nunca pude tomar el control. Sobrecargado de sentimientos sentí que disentía del mundo y cuando comprendí cómo corregirlo ya no quise.
Mis miradas frustradas asolaron la carretera, yendo a doscientos por hora pero sólo unos minutos. La velocidad se unió a mi aliento y apestamos toda la zona; suerte que habíamos regalado a todos máscaras de gas. Y me paseé por la noche por el pueblo, entre la niebla pestilente, y comprobé que la gente desinhibida exhibía sus genitales sin pudor porque sabían que en cualquier momento iban a morir. Y entre balas furtivas muchos cayeron, otros simplemente se agacharon. Tomando posturas fetales pero pornográficas que resultaban alegres a la vista y curiosas al tacto. Todo el suelo húmedo de mucosas.
Supervivientes de un holocausto que se limpiaban la mierda y salían a comprar. "Qué tal me queda, cariño" decía la señora probándose el cráneo de su antiguo vecino, muerto en la guerra. Y grandes mujeres sin vida andaban arrastrando sus enormes barrigas mientras con el coño devoraban la basura de la calle. Y bigotes en hombres respetables andando a zancadas con sus piernas diminutas adornadas con liguero y lencería.
Todo ante la mirada impasible de un paseante que se para ante un cuadro. Que se para ante un cuadro y siente que es demasiado. Que siente que es demasiado pero sabe que no importa. Porque puede aguantarlo sin volverse loco.
Si me encontrara a Jesucristo por la calle, le partiría las piernas con un bate de béisbol, le golpearía la espalda con la cadena de mi moto, tiraría mi televisor sobre su cabeza y ataría su cuerpo con cadenas al parachoques trasero de mi Ferrari. Lo arrastraría por toda la ciudad, por el casco antiguo de empedrado romano, lo llevaría por la autopista adelantando a todos. Luego trituraría los huesos de sus brazos metiéndolos entre los engranajes de las máquinas de los miles de fábricas que se extienden por cualquier polígono industrial y quemaría sus pies en una pira hecha con billetes de 500. Finalmente, lo crucificaría clavándolo a una atracción de feria. Y vería su cuerpo subir y bajar, dar vueltas, iluminarse con chillonas luces de neón.
Todo sea por el perdón de nuestros pecados.
Amén.
Sentado leyendo un libro, un bicho cruzó volando sobre las letras. Parecía una mosca, sólo que diminuta, con la cabeza roja. La seguí con la vista y me desentendí, tan insignificante me resultó su presencia. Por la noche la vi sobrevolar el cuello de mi botella de cerveza y alcé la mano ofendido, aunque desapareció silenciosamente y la volví a olvidar. A la mañana siguiente vi los platos en la pila, sucios, llenos de bichos. Enfadado corrí a matarlos y fregué todo. Maté muchos, perdí la cuenta, pero siempre aparecía otro más. Y los aplastaba con mi propia camiseta, que usaba a modo de látigo. Horas más tarde cenaba en paz viendo una serie y otro telespectador zumbó cerca de mi cabeza. Me volví loco: encendí todas las luces, me quedé en silencio oteando el horizonte, allá en las paredes, a unos metros. Vi y maté más de un bicho cada día durante toda aquella semana. Primero decenas, luego cientos, al final mirara a donde mirara veía moscas. Y aunque matara mil al día, siempre quedaba alguna, y al día siguiente ya había otras mil. Desinfecté, desinsecté, fumigué y me esfumé de aquel sitio cuando ya no podía aguantar más la compañía. Pasé él resto de la semana en una pensión porque necesitaba descansar de aquel zumbido constante. Al final volví, más por curiosidad que para rehabitar mi casa; hasta ese punto la daba por perdida. Intenté meter la llave pero no entraba por la cerradura, la habían cambiado. Y me asomé por la ventana para contemplar con asombro que había muebles cambiados de sitio y alguien sentado en mi sofá.
Me pareció intolerable aprovechar con tanto descaro mi situación, así que llamé al timbre. Un chaval de apenas veinte años me miró aburrido y me preguntó por qué le molestaba. Perdone, pero es que esta es mi casa, le dije, y entonces pareció darse cuenta siquiera de que estaba ante él. Ya, bueno, era. Fue su respuesta. No era: es, respondí en su idioma aunque no pareció entenderme. ¿Que quieres?, respondió al rato. Me gustaría volver a vivir aquí, fue lo único que se me ocurrió. No puedes, ya estás muerto.
Entonces comprendí: ah, vale, perdona. Y me marché. Parece que a mi generación se le había acabado el tiempo.

lunes, 6 de octubre de 2008

Vi mi vida pasar en tranvía por unos carriles que yo no elegí. Me puse enfrente con el fin de pararlo y el tranvía reventó mi cuerpo: me destrozó. Sin embargo no todo fue en vano, pues al menos se detuvo.
Esperando el autobús mira el culo de las chicas. Y de las mujeres. Las imagina sin ropa interior. Sueña con abrazarlas y follar con ellas. Y no hay nada raro en eso.
A veces las imagina sin piel, chorreando sangre y con los órganos al aire.
Pero esto lo justifica el aburrimiento.
Una bicicleta rota atada en la calle a una farola.
Cada persona que pasa coge algo para reparar la suya propia.
Al final no queda nada más que un esqueleto oxidado.
Lo que no se pudo volver a aprovechar.
Y así el ciclo de la vida continúa.
Corto el filete con el cuchillo y la carne se abre como los labios de una vagina. Chorreando salsa que resbala por las comisuras de mi boca. Me relamo como aquella puta de película, la que sobrevivía con el dinero que le daban los hombres por correrse en su boca. Mi lengua empapada de saliva rompe en éxtasis y el vino color de sangre cae por mi garganta, resbalando por mucosas paredes de músculo que tragan con movimientos de succión. Como un ano atragantándose con una polla, sólo que siempre hacia adentro. Hacia el estómago, parásito de nuestra digestión, feto que se alimenta a través de nosotros y que, situado al lado del corazón, interfiere en nuestros sentimientos. Y pan recién hecho, musgoso como los tejidos cerebrales de un mono pequeño. Casi siento cómo chilla cuando atravieso la miga con los dedos. Y el mordisco feroz que sabe a materia gris, caliente y espumosa como pudding de asfalto. Y saboreo el sabor del sufrimiento ajeno con deleite pensando en nuevas recetas con las que ingerir trozos de cuerpos ajenos.

domingo, 5 de octubre de 2008

Me senté en aquel váter y planté un pino.
Me sentí alegre, pues estaba de estreno.
Era la primera vez que allí plantaba un pino.
Y sentado en la fría tapa me partí el culo
pensando que dentro de un año
allí habría un bosque.

viernes, 3 de octubre de 2008

Una calleja estrecha con paredes hechas de lija - tan juntas que no puedo cruzar - sin con los hombros tocar ambos lados - dejando la piel y la vida - en rugosas manchas de frambuesa que saben a sangre -y a mitad de camino desisto - tanto esfuerzo para nada - porque se me ha olvidado el motivo - por el que quise cruzar / cae la noche sin estrellas - el final del camino se ilumina - ya sé por qué lo hacía - ya recuerdo la razón -ahora me parece una tontería - pero continúo adelante…

miércoles, 1 de octubre de 2008

Intento sobre la soledad

Uno sabe que hace frío porque tirita. El cuerpo le pide que se cubra y la persona no tiene más remedio que buscar un remedio contra el frío. Y para eso está la ropa.
Uno sabe que está solo porque está con otra gente. O porque se da cuenta de que habla solo. O porque está con otra gente pero se da cuenta de que habla solo. Aquí el cuerpo no pide nada y la persona no puede más que seguir como hasta entonces. Sólo se trata de una herida más en lo interno, dentro de nosotros, dentro del alma que tirita. Y no hay ropa que cubra de este frío.
La soledad convierte la caricia en mito y el saludo en amistad. Y el día empieza con un buenos días que rebota en el espejo y acaba con el olvido nocturno. Entonces la luz de la luna sustituye a la oscuridad de las sombras creadas por el sol y las farolas despiertan a la noche, que amanece estrellada de legañas.
La noche es para la soledad. Quizás por eso salimos a buscar compañía, para escondernos de ella entre luces y risas. Quizás por eso somos tantos los insomnes que vivimos de noche. Y cansados pero sin sueño, desvelados en nuestros ensueños, suspiramos en silencio que estamos solos. Y los sonidos de estos suspiros son llevados por un sordo viento somnoliento que sosiega nuestros sentidos y los hace desvanecer.

domingo, 28 de septiembre de 2008

Llevaba un sombrero de alas de cuervo y un cigarro liado bajo el bigote rojo, que en realidad no era un bigote sino una colección de cicatrices y arañazos. Su piel se caía a trozos mientras hablaba, y su pronunciación resonaba como un chapoteo en el barro. Y gesticulaba efusivamente con los brazos huesudos narrando la historia de su decadencia.
O al menos lo hubiera hecho si le hubiera quedado lengua con la que hacerlo.
Quería abrir el libro por la primera página y ponerme a leer. En serio. Pero todo se empezó a mezclar de repente en el alambique de mi cabeza y perdí el conocimiento. Después mi memoria se ensombreció y el del espejo dejó de ser mi rostro. No reconocía mi cuerpo y mis sueños parecían tan reales como irreales las cosas que me rodeaban. Y el círculo se fue estrechando hasta que sólo quedó un cráter. De meteorito, de bomba atómica. Y entonces hundirse pareció la única dirección. Como un viaje a ninguna parte desde ningún sitio. Como un complejo de culpa que te arrastra hacia abajo.
Y la sombra en el bosque empezó a silbar entre los árboles. Silbaba una marcha fúnebre bastante alegre. No entendía el motivo. No, hasta que oí el chasquido del rifle y comenzó la caza.
Y tocó volver a desaparecer corriendo.

sábado, 20 de septiembre de 2008

Compré una piel de lagarto en el supermercado y luego no quise ponérmela. Me daba miedo probármela y que me sentara bien. Así que la metí en el armario y lo tiré por la ventana. Luego me senté a leer un libro tinto con una botella de Tolstoi .
Planté un beso con mi labio partido en el pico de una paloma negra. No creció nada pero sus alas se volvieron blancas. No fue como un acto de purificación sino que simplemente destiñeron. Luego alzó el vuelo y la reventé de un tiro. No por odio, pero sentía que se llevaba algo mío. Todo pasó antes de meterme por un callejón que olía a pescado y resbalar escaleras abajo cayendo a un hoyo profundo. Allí hacía frío pero se estaba bien y el olor ya no era un problema. Solo con mi mano derecha, decidimos repoblar el planeta aunque pronto desistimos porque eso no iba a ninguna parte: todo lleno de dedos correteando como gusanos. Me recordaba a aquel restaurante vegetariano en el que me sirvieron un plato de carne podrida. Dijeron que no se habían dado cuenta de que no estaba en el menú pero vi al camarero ponerse una gorra-hamburguesa y salir corriendo. Y, mientras, todos aquellos gusanos cantando el Requiem de Mozart. No lo hacían mal pero dije que no pagaría el servicio y me echaron a patadas. Esos malditos comeajos…

Retazos y dispersiones VI

Dejé atrás un sueño empapado en bacardí aguado y miré directamente a la luna, olvidando que puede cegar a un pobre ebrio. Era cuestión de tiempo que el tiempo se me acabara. Y de una patada lancé el reloj de arena escaleras abajo, sólo que yo ya estaba abajo y no sé cómo lo hice. Probablemente ni le diera y todo fueran imaginaciones mías.
O imaginaciones tuyas, no sé, ¿qué viste?
Siempre he querido preguntarte si cuando me encontraste y me miraste, con aquellos ojos ardientes, viste algo. Algo más que tu reflejo en mis pupilas cóncavas.
Teníamos una pala para hacer el agujero pero no había cadáver en el hoyo así que me preguntaron si no me importaba meterme yo. Costó acostumbrarse porque la arena estaba fría y mojada. Llena de lombrices asquerosas.
Pero dijeron que sólo sería un rato.
No sé, ¿cuánto tiempo es “para siempre”?

Retazos y dispersiones V


No me importa la extensión ni la dilatación. Como mucho el rasgueo de una cuerda. Y sólo si puedo decir que no me gusta cómo suena. Abrí el libro por la página de todos los días y me encontré con las letras cambiadas de sitio. Como si no estuviera en ningún idioma pero a fin de cuentas lo entendiera bien. Como si Tristan Tzara se hubiera cagado en mis cereales o mi marca favorita de cerveza no tuviera esquina en la que veranear.
Mi ensalada de pepino convertida en metáfora sexual y una silla de ruedas sin otro doble sentido que “hacialante” y “haciatrás.” Y nadie que entienda lo que digo o que sepa ver lo bueno que hay en mí. Congelado entre deseos furtivos y cazadores de cabezas reducidas. Las tijeras sirvieron para cortar el rollo, pero para poco más. Y estuve dentro de mi estuche esperando a que me sacaran para marcar unas líneas, aunque al final la cremallera nunca fue abierta.
¿Por qué esperar un milagro en un día de rutina? ¿Por qué no creer en algo para rechazarlo y quemarlo después? ¿Por qué no derretir tus bellos ojos claros en un día de furia?
Versículos entre llamas de cerillas y aun así el calor que no llega. Secadores de pelo que te queman el alma y chicas de colorete sobre sofás con mantas de leopardo. O de cebra.
Pasos de peatones pintados en las paredes y alpinistas de una lata de atún.
Y nada comprensible bajo el cielo nublado. Y un sol pintado en el gris de las paredes.
Cenando un nutritivo desayuno con diamantes y almorzando desnudo sin mordaza.
Todos bailando mierda y mis ojos destripando el horizonte de cabezas.
Y no tiemblo más que por el frío.
Mucha dinamita para tantas cosas que ya de por sí se tambalean.

Retazos y dispersiones IV


Golpéame con un látigo de besos y no mires atrás.
Arráncame la piel a tiras y pégalas a tu chupa de cuero.
Pinta de blanco mis pupilas y descose las mangas de mi pijama.
Me dará igual y será peor.
Igual porque todo lo que tengo lo compré de oferta,
peor porque sabes que siempre hago los mejores precios.
Y si me vendo o me alquilo depende sólo del agua fría y de la cerveza que se calienta sobre la mesa.
Pedí agua y ella me dio gasolina,
hice una oferta y recibí un vale de descuento.
El forro se desgasta pero mi colchón no tiene más plumas.
Y los árboles de la esquina no alcanzan a doblarla.
Un mendigo con un conejo hambriento y el resto sin ganas de ná…

Retazos y dispersiones III


Olvidaste lo que te dije y por eso todo se fue al carajo. Y ahora yo escucho a los Dead Kennedys mientras tú duermes en tu cama. Y el techno resuena en el horizonte, aburrido y desilusionado. Pum pum chas chas, como si con ello la vida fuera a ser mejor.
Y yo me pregunto qué hacer con tan mala conexión. Y el “merece la pena” queda aplastado por los meses en blanco.
Ilusión para quien sepa disfrutarla y esperanza para el desesperado.
Para el resto, vodka barato y putas fáciles de convencer.

Retazos y dispersiones II

El demonio me susurró al oído:

Me dan ganas de vivir a través de vosotros y de morir disecando vuestras vidas. Deseo parasitar vuestros sentimientos y arrancar de ellos la experiencia. Aprenderé de lo que no sintáis y exploraré vuestros impulsos. Me alimentaré de los deseos frustrados que escondéis a los demás e incluso de aquellos que os ocultáis a vosotros mismos. Dejadme entrar y olvidad la vida. Abriré puertas y ventanas en vuestras almas y cruzaré corriendo de un lado a otro.

Y luego se fue a buscar a Daniel Johnston.

Retazos y dispersiones I

Siento la tentación de coger lo que no es mío, de meter mi mano entre tus piernas. Quiero apaciguar el vacío que he creado en mí y desactivar los sentimientos que me atormentan. Miro mi cama, llena de nada más que yo, y veo el vaso medio vacío. El final del colchón es el horizonte, un terreno inexplorado en el que encontrar el calor de un cuerpo amado y exprimirlo agonizante. La habitación de un hotel y el frío de la montaña arrancan sonrisas entre quejidos y mis piernas tiritan bajo las sábanas elevadas como montañas.
Y la vida tras la esquina aguarda siempre en guardia esperando pillarme en cuanto asome las orejas. Mientras, yo me escondo helado y devoro películas viejas.
Frío en el aire y en el corazón; lluvia en la calle. Todavía es pronto para saber, todavía es pronto.

viernes, 19 de septiembre de 2008

Cómo decir lo que no sé
y cómo saber lo que no digo...
Cómo esperar que las cosas
vuelvan a su cauce.
Cómo beberse el tiempo
hasta entrar en tu ombligo
y llenar de mariposas
las piedras de un río.
Cómo comer constantemente
cosas con sabor a coco
y decir luego que están buenas
cuando saben a poco.
Cómo hacer rimas que contenten a todos
sin meterse entre baldosas y pegarse en el
lodo.
Cómo tocar el centro
cuando ya se está dentro...
Pienso en Sartre y me lo imagino en la ducha. Sé que no es un pensamiento muy frecuente pero es que a mí me van las emociones fuertes.
Es decir, imagina por un momento que eres ese feo filósofo francés y que estás en la ducha, calentito, con un buen empalme matinal. Empiezas a meneártela tranquilamente como todo hijo de vecino y de repente, al girarte, te ves en un espejo.
Y otra paja a tomar por culo.
Ahora imagina que eso te pasa cada día. En verano varias veces porque eres un chico limpio. ¿No te daría entonces por pararte a pensar sobre las cosas? Bueno, pues así es como nace un filósofo.
Así que cada día, cuando te hurgues debajo de tu barriga peluda buscando un poco de alegría, párate a pensar y pregúntate a ti mismo: "¿Quiero ser un filósofo?" La respuesta probablemente la veas escrita en esa cara que se refleja en el espejo.

sábado, 13 de septiembre de 2008

Un tranvía que se aleja y una amistad maltratada por el tiempo y los cambios.
Estuve un tiempo intentando entenderlo pero los sentimientos se me salían por los agujeros.
Si dios hubiera querido que nuestra vida tuviera sentido, habría existido.
Un caramelo derritiéndose entre mis dedos y su coño suave contra mi polla dolorida.
Nunca quise escribirte poemas sin gracia sino hacerte el amor.
Pero tú sentías cosas que te arrancaban de mi piel.
Y la mala alimentación de mi alma correspondía a la intensa cópula de mi sentir con tus dedos.
Tiraste de mi pellejo con tus labios y ahora no sé por dónde voy.
Lo mejor de un peor día es el final que se consume en el cenicero mientras la cerveza se queda vacía. Sin lágrimas ni risas, sin cumbres ni sobresaltos, un día pequeño muere inadvertido sin homenaje alguno, a pesar de que sin él no habría nada. Así, escondido entre los senos de la luna, como un niño que no recuerda vidas pasadas ni espera nada de la actual, apago las luces de los recuerdos y desactivo mi desesperación, que cesa al instante. Déjenme mi rincón y permitan que salga a por comida y cariño. Dejen que continúe mi vida siendo un niño.

lunes, 8 de septiembre de 2008

Tuve un espray en el bolso desde que cumplí los quince años.
Antivioladores. Antipollas.
Nunca lo saqué pero tuvo el efecto deseado: ningún tío se me acercó sin que yo quisiera.
Dejé de llevarlo cuando me casé con Juan
porque me sentía protegida,
pero él era una mierda en la cama.
A los cuarenta ya tenía que comprarle viagra
y se corría tan rápido que ni me enteraba.
Empecé a salir de bares y me divorcié.
Le dejaba la niña a una canguro.
Buscaba hombres rudos y viriles,
con pollas duras y malas maneras.
La mayoría me la metía con brusquedad
en el sucio lavabo de una gasolinera
y alguno incluso me llegó a pegar.
Pero necesitaba follar y empezaba a gustarme
que me hicieran daño.
Acabé pagando a putos para que fingieran violarme
porque me excitaba mucho.
Y era la única forma de que me corriera.
Pero al final lo dejé por miedo al sida
porque muchos no se ponían condón.
Estoy sana y busqué pareja
encontrando a un hombre que me quería.
Me pegaba en la cama pero era cariñoso
y vivimos felices.
Durante muchos años.
Ahora estoy sola y soy una anciana
que recuerda con cariño a su viejo amor,
y que se siente vacía.
Estoy deseando morir y recuerdo cada noche
cómo mi amor me pegaba antes de irse a dormir.
Incluso cuando ya no se le levantaba,
seguía haciendo el esfuerzo por mí.
Y yo lo recuerdo con placer y nostalgia.
Y añoro que me pegue.

miércoles, 3 de septiembre de 2008

Hay quien nunca es suficiente y quien siempre es demasiado. Pero tú vas a ratos...

martes, 2 de septiembre de 2008

La botella estaba rota y eso era obvio. Si no, el líquido no se hubiera salido por las grietas del cristal. No tenía sentido utilizarla así porque la mitad del contenido se escurría por el mantel. Y encima la mesa tenía tres patas y estaba coja de dos. Quisieron romper la tercera porque pensaban que cojear de las tres restablecería el orden, pero no funcionó porque no paró de quejarse. Y la fruta era de mentira. A nadie se le hubiera ocurrido morder aquellas figuras de cerámica mal pintadas. Luego el mayordomo trajo unos cubiertos inservibles, porque estaban cubiertos de una fina capa de gelatina seca y se quedaron pegados al mantel. No sólo eso, sino que pegaron el mantel a la mesa y no pudieron ser arrancados.
Pero lo peor de todo eran los comensales: un funcionario gris pero excéntrico que agitaba sus brazos sin manos por el aire mientras contaba una y otra vez sus discusiones de oficina. Además no podía olvidarse del trabajo pendiente e interrumpía la conversación para ir hasta la mesita de la máquina de escribir, en la que tecleaba un par de párrafos con sus finos muñones y regresaba continuando la historia desde un punto más avanzado, como si lo que hubiera escrito fuera su propia conversación, de manera que ya nadie podía entender de qué estaba hablando.
En las pausas que hacía el funcionario, el ama de casa se lamentaba con pequeños chilliditos de su triste situación. Decía, con una voz diminuta de insecto, que no soportaba su vida y que quería morirse. Luego, tras un austero lloriqueo en el que derramaba una sóla lágrima, acariciaba con su pie, situado en la punta de una pierna gruesa y varicosa, la entrepierna del tercer comensal -el gobernador- al parecer intentando seducirlo para que la sacara de pobre.
El gobernador era un señor pomposo y rosado que lanzaba discursos en silencio mientras engullía la comida que había sobre la mesa cuando había comida sobre la mesa. Su cuerpo era redondo y enorme y chorreaba grasa como si se rebozara constantemente en una sartén sucia. Se notaba cuando hablaba que se consideraba por encima de los demás y que no dejaba de darles consejos sobre sus vidas y de lanzarles groseros improperios para que se fueran, pero como lo hacía en silencio se le aguantaba su mala conducta, con más indiferencia que resignación. Normalmente, cuando el ama de casa le ponía encima aquel horrible pie, llamado así sólo por estar situado al final de la extremidad, el gobernador cerraba la boca, apretando los puños contra la madera y comenzando a temblar en un éxtasis de los de ojos en blanco y boca que rezuma saliva espumosa.
Y entonces el funcionario regresaba a su silla y el ama de casa apartaba el pie y el gobernador volvía instantáneamente a lanzar inaudibles discursos agitando los brazos grasientos y malolientes. Todo esto repetido una y otra vez, por lo menos cinco veces por comida. Y yo teniendo que esperar a que acabaran de comer para recoger las sobras que quedaran por la mesa y llevármelas a mi cuarto corriendo, para esconderme debajo de la mesa. Allí aguardaba en silencio, escondido en la oscuridad, hasta que el ama de cría había hecho la ronda y se alejaba a la garita para echarse la siesta.
El ama de cría era una señora gorda que se arrastraba por los pasillos de las Habitaciones de los Niños. Su cuerpo inflado apenas cabía entre las cuatro paredes y hacía un ruido similar al de una bolsa de agua agitándose sin parar. Cuando acababa de hacer la ronda se desinflaba expulsando por todos sus agujeros el agua que tenía dentro y se quedaba flaca y huesuda. Entonces se sentaba en la silla sin respaldo de la garita y pasaba las horas arañando con la larga uña de su dedo índice el hueco entre los azulejos de la pared. Pasaba la uña raspando una y otra vez, con un chirrido arenoso, mientras rechinaba los dientes. Se dice que a veces se quedaba dormida, y que cuando esto ocurría, se quedaba paralizada con los ojos abiertos, rígidos y como cristalinos, y que si la mirada de un niño se cruzaba con esas pupilas inertes, quedaba convertido en piedra. Nunca me lo creí del todo, pero eso hubiera explicado bastante bien el porqué de las estatuas del jardín, que siempre representaban a niños con gestos de horror y colapso nervioso.
Lo más horrible del ama de cría era que tenía un fino oído capaz de descubrir a un niño masticando a varios pasillos de distancia. Esto hacía imposible que pudiéramos comer tranquilamente lo que conseguíamos robar por ahí, fuera un trocito de palo o unas migas del mantel, ya que al más mínimo atisbo de mordisco, el ama giraba su cabeza en silencio y empezaba a escuchar con atención. Y pobre de aquel que estuviera comiendo algo. Se levantaba chillando con una voz que golpeaba como relámpagos, como verdaderas descargas eléctricas en nuestros tímpanos; tanto que teníamos que esconder la cabeza debajo de las almohadas y taparnos los oídos para que no nos estallara la cabeza. Y a aquel que comía, no se lo volvía a ver más. Nunca.
Por eso mismo nos veíamos obligados a chupar en silencio los escasos alimentos que conseguíamos y nuestros dientes crecían torcidos hacia dentro, como si hubiera un centro de gravedad en nuestra garganta. Y aun así muchas veces ella lo oía. Yo tuve suerte y durante los tres años que estuve en el Centro no tuve que enfrentarme nunca a ella, sin embargo nunca olvidaré el pánico que sentía cuando la oía arrastrarse contra las paredes del pasillo, con su respiración fatigosa y ese sonido de bolsas de agua. Y ese ojo brillante que aparecía en el ventanuco y que era capaz de ver en una total oscuridad o de girar 360 grados.
Pero todo esto pertenece ya al pasado, a aquel tiempo sin nombre en el que fui niño y no sabía cómo funcionaban las cosas. Ahora, siendo un adulto que ha visto mundo (¡Incluso he tomado el tranvía hasta el extrarradio!), puedo comprender mucho mejor que todo aquello tenía su razón de ser y más aún incluso: que era bueno. Cómo no lo voy a saber yo, que soy el director general del Centro, buen amigo del gobernador, y que espero ocupar su sitio en cuanto sea relegado de sus funciones. Después de todo, las cosas me van bien...
Tosía porque tenía un ojo atragantado en la garganta. No podía respirar, pero el problema principal era que no podía ver. Nada, ciego como un topo. Pero tosía y tosía. Y un montón de flema verde se acumulaba sobre mi ojo mientras intentaba expulsarlo sin éxito. Al final salió algo rasposo y diminuto que resultó no ser mi ojo sino un huevo del que salió una serpiente chiquitita. Lo sé porque subió por mi piel y se escondió en la cuenca de mi ojo. En la que estaba vacía, pues la otra estaba ocupada por una bola de cristal transparente. A través de ella se podía ver mi cerebro, todo lleno de lucecitas intermitentes. Pero no como el chip de un ordenador sino como el mecanismo simple de un chimpancé de juguete. Chis chas golpeando los platillos. Chis Chas y las ideas vienen y van. Rompí un espejo para terminar la historia de alguna manera y lancé los pedazos por la ventana.
Porque toda historia tiene que acabar con algo roto y el corazón no lo tengo para esos trotes.

viernes, 29 de agosto de 2008

Aquel año no había visto el mar más que reflejado en el cielo. estaba tan lejos que me ahogaba en él. de algún modo, por una repentina negligencia de la gravedad, que nos ata a un suelo que en realidad es un techo, caí hacia abajo proyectándome hacia el azul intenso que llamaba a mi alma. sentí un baño de espuma y cuando me sumergí regresé a la oscuridad que había dentro de mí.
Siempre supe que en el cielo no estaba dios. pero jamás imaginé lo que llegué a ver en aquel momento. antes de que me estallase el cuerpo por la presión.
Extiendo mi cuerpo desnudo sobre un montón de cristales rotos y me tapo con la sábana hasta el cuello. Hace frío y me cuesta dormir, pero todo llega cuando encuentro la postura adecuada.

jueves, 28 de agosto de 2008

Maté la noche a tiros y luego no supe dónde esconderme para descansar. Me arrastré por los ladrillos de la fachada, resbalando hasta el asfalto mojado de agua de lluvia. Me introduje por el hueco de la alcantarilla y saludé a las ratas. Ojillos rojos en la oscuridad acechándome, calculando lo que tendría en los bolsillos. Pero yo iba desnudo y no podían vaciármelos. Y no tuve más remedio que darle la vuelta a mi piel. No fue problema porque muchos órganos innecesarios se quedaron por el camino, flotando en charcos de aceite de motor. Y seguí arrastrándome sin decir nada hasta que encontré un agujero al que pude llamar hogar. Allí el Sueño grapó mis párpados y se introdujo por mi culo, subiendo por la espina dorsal, arañándome las vértebras con finas agujas de metal que chirriaban como tizas sobre pizarras. Y soñé con vaginas escondidas entre piernas pudorosas y pezones redondos que señalaban a la luna. Obsesiones que danzaron durante horas mientras la luz bonachona de una farola enferma de óxido parpadeaba indecisa. Y poco más...
Es por la mañana y el cielo está oscuro aunque no nublado. Cubierto por millones de plumas negras que caen dejándose llevar por el viento. Son las 7:00 en el reloj del comedor. Los cuerpos sin vida caen desde lo alto reventando contra el suelo, aplastando coches y rebotando contra las esquinas impertérritas de los edificios, que ignoran tanto ajetreo. Todo ocurre sin un solo grito. Caen en silencio mientras continúo bebiéndome mi café solo. Con poca azúcar. Muy poca. Y parece un castigo divino, una de las siete plagas, cuando en realidad están cayendo ángeles caídos. Lluvia de ícaros que volaron demasiado alto. Y el amargor del café como algo a lo que aferrarse antes de ir al trabajo, igual que mi mirada indiferente pero algo triste en el reflejo de la ventana. Hace frío y durante un rato siguen lloviendo cuerpos. Cuando saco el coche del garaje miro con una ligera satisfacción al cielo. "Menos mal: ya está escampando."
Conocí a un francés que empuñaba un arma y decía voilá ma moral. Como se escriba. Y a ese australiano que susurraba all beauty must die. También puede que no los conociera y que sean fruto de una película o de una canción. O de ambas. Los conocí tan a fondo como conocí a Greta, que solía cantar viejas canciones de cabaret mientras miraba la lluvia golpear el cristal. Todos ellos tenían algo en común: no significaban nada para mí.
Miré a través de sus ojos marrones, negros y azules y sólo vi el reflejo aburrido de mi propio interior. Ni siquiera un sugerente vacío: sólo yo. Y daba igual a dónde mirara, que me encontraba en todas las cosas, a la vez que estas anidaban dentro de mí. Mi alma abierta como un contenedor de basura bostezando. Y las fachadas de los demás cayendo a cámara lenta, un poquito cada día... Y yo encalando la mía para que resista...
Logotipos y lemas publicitarios sustituyen rápidamente siglos de filosofía y de repente descubres que todo el mundo tiene su propia moral. Y que si tú no tienes una o la sabes desconectar, te miran raro. ¿Qué quieres que haga? ¿Tomarme algo en serio? Ni a los demás ni a uno mismo, es mi meta. Mucho menos a uno mismo que a los demás... Y si puedes autodifamarte, mejor que mejor.
Destruye la imagen que tengan de ti y podrás volver a sorprenderles. Destruye sus expectativas y romperás la jaula. Pero puede que el precio sea un deterioro social. Si es que ese no es el camino inevitable que el tiempo nos marca.
Cualquier mendigo viejo -y en el fondo todos lo son- te dirá que no hay amigos ni enemigos. que estamos solos en esta vida. que la única elección es con ellos o contra ellos. que no hay diferencia entre ser y estar y que fluir es la única manera de vivir.
Tonterías, todas. Desconexas inconexiones con la realidad aparente y sentido del todo-va-bien.
Y yo conduciendo un coche fúnebre que transporta mi vida. Y yo en un barco enfrentándome al mar. Y yo volando entre nubes de óxido y cables de alta tensión.
Y lo peor es que puede que todo esto no signifique nada...

viernes, 15 de agosto de 2008

Mi cuerpo es mi muerte.
A ella me llevan los sueños que forjan mi desesperación con calculada frialdad.
Muerte de los sentidos
para convertirme en olvido
y que nadie me recuerde.

Hay besos que, incluso entre amantes que están deseando follar, saben a rechazo. Besos inertes entregados por inercia que inauguran una ingrata despedida. Recibir uno de esos besos de la muerte, que aniquilan relaciones igual que amistades, supone enfrentarse a la decadencia que precede al fin de todo imperio. Sensible decadencia para el imperio de los sentidos.

La única cura -si es que la hay- para uno de estos besos es escupir el veneno, como se hace con las mordeduras de serpiente.

Pero no dudes de que, aunque impidas que su veneno llegue a tu sangre, morirás igualmente: tus propios cuerpo y alma crearán el tóxico mortal , sea por resentimiento o añoranza, para el suicidio o el renacimiento.

Porque toda relación está destinada al trágico fracaso o a ser la última, lo cual es trágico de por sí.

No estoy - dentro de tus ojos somnolientos - aunque sea ahí donde quiero estar - penetrando en tu alma a través de tu cuerpo - una fortaleza sin ladrillos - derrumbándose junto a mí sobre el colchón

domingo, 10 de agosto de 2008

Tomó aquel libro como un mensaje cifrado que el autor había dejado flotar en la Historia hasta que se posara en su hombro. Escrito para una persona y un momento concretos. Tan lleno de significado para él que resultaba aterrador y cada línea parecía escrita para mover un engranaje de su alma. Algo en las profundidades desconocidas, en las entrañas de su mente, estaba cobrando forma, despertando de un letargo consciente y husmeando en sus sentidos. Un virus dormido que despertó después de una imagen esclarecedora y que creció como un mono que ansía heroína.
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Cada palabra que, como droga, producía un cambio en sus conexiones cerebrales, desaparecía de la página y se introducía en él a través de sus pupilas. Atravesando la amarillenta capa de retina, llegaba al cerebro y seguía sus conexiones hasta situarse en la piel, donde se quedaba amarrada, aferrándose con sus afiladas garras, anclada como un barco diminuto en un río de sangre hasta que salía a flote y se colocaba a flor de piel. Y las páginas pasadas quedaban en blanco hasta que el libro desaparecía de sus manos esfumándose entre los dedos como un humo mágico y demoníaco.
Llegado el momento, la palabra escondida en la piel arañaba con un dedo afilado el músculo relajado y ponía en tensión el cuerpo, crispando sus nervios e irritándolo. Hacía realmente difícil dar un paso más, mover siquiera la pierna e incluso pensar en ello, pero actuaba como un narcótico neuronal que enloquecía sus sentidos y los lanzaba hacia afuera en una orgía irrefrenable. El tacto a través de la vista, el gusto a través del oído y una excitación sexual destructiva y creadora que crecía en su mente, impulsada por la intensa cópula que estaba llevando a cabo con toda la ciudad.
Como si su piel se hubiera estirado para cubrir todo el panorama, era capaz de sentir la textura de aquellos ladrillos lejanos, de atravesar unas nubes esponjosas que flotaban en el cielo a kilómetros de distancia y de acariciar los senos perfectos de una turista. A la vez, el olor de los coches, como si impregnara su lengua, dejaba un regusto a humo en sus papilas y las voces de la gente multiplicaban las sensaciones dependiendo de sus tonalidades, siendo unas ácidas, irritantes y chillonas, y otras dulces, deliciosas como su sabor preferido de helado. Luego flotaba por algún lado la amarga voz de un mendigo que hablaba consigo mismo y que sabía a café y colillas.
Estas sensaciones iban aumentando hacia un climax de sufrimiento y placer en el que cada poro de piel cantaba una canción distinta y cada gota de sangre ardía con ebullición sexual hacia un descontrol total de los sentidos. El cuerpo se atomizaba y, como si de un gas se tratara, explotaba lanzando sus átomos en direcciones opuestas, llevando a cabo lo que en jerga psiquiátrica se conoce como un "big-bang-de-entre-semana" y arrastrando sus moléculas por todo el mundo, recogiendo sensaciones placenteras a la vez que desagradables de cada átomo con el que se encontraban.
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Después, un intenso silencio inalterable. Y todo volvía instantáneamente a su sitio.
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Y la experiencia había sido enriquecedora: el conjuro había surtido su efecto y las palabras del libro se habían abierto como una puerta a una nueva visión del mundo.
Cuando sus sentidos recuperaron sus posiciones naturales y su ánimo se relajó, fue como si nunca nada hubiera pasado jamás. Tan sólo quedaba una ligera sensación nueva, casi inconsciente, de haber llegado más allá, de haber dado un paso en alguna dirección. Y los sentidos, de algún modo, recordaban la experiencia de la atomización, veían ahora desde el recuerdo de ese momento de explosión caótica y esa vuelta a la armonía atonal de la existencia presente. Habían sentido muchas cosas y estaban más afilados, más atentos a las señales de su alrededor, igual que la mente, que flotaba ahora como un ente abstracto capaz de ver más allá de las cosas, de atravesar su sustancia etérea y dársela de comer a los peces.
De este modo, el libro, como un dardo envenenado o una gota de cicuta, había embriagado de absenta su cerebro y había espolvoreado estricnina por su campo de ideas. Había cavado un hoyo al que huir en momentos de pánico y pintado un paisaje al que asomarse cuando pudiera relajarse.
Todo esto, de alguna manera incomprensible y cruel, hubiera podido explicar aquella sonrisa de satisfacción que, por un motivo totalmente desconocido para él, se había formado en los labios del autor en el momento en que escribió la última palabra y la colocó en su sitio. Dando sentido al futuro y creando el pasado.
Preparando un conjuro que actuaría cientos de años más tarde.

sábado, 9 de agosto de 2008

Por la calle seca y llena de personas mis labios rescataron unos sonidos de mi cabeza y los liberaron soplando silbidos. Entonces ella me dijo que parara, que si uno silba el demonio lo busca. Y si sigue silbando el tiempo suficiente, lo encuentra.
La miré a los ojos sorprendido y le contesté lo único que pude:
-Eso es una tontería. No puedo encontrarme a mí mismo.
Y la melodía siguió durante un buen rato, saliendo de las ardientes tinieblas de mi cuerpo.

viernes, 8 de agosto de 2008

Cuando ella me presentó a sus padres me sentí como si hubiera sacado mi vida de una alcantarilla y la presentara malamente adornada. Ya sabes, con flores de plástico y bisutería barata. Tratando de parecer lo que no soy o de no ser lo que parezco. Y lo único que me daba miedo era no tener que hacerlo: ser ya lo que ellos querían que fuera.
Caminaba con los cordones desatados como si nunca fuera a tropezar. Y lo cierto es que acababa a menudo en el suelo. Pero era como si siempre mirara hacia otro lado y en el fondo le diera igual. Al fin y al cabo una herida no es una herida si no duele.
Tardes de verano sabor refresco barato y soledad humeante en el asfalto pegajoso como plástico fundido. Grietas en la calzada y en los recuerdos, arena en las chanclas y entre los dientes, que chirrían como nuestra concepción del mundo. Camisetas que se te pegan a la piel y personas que se alejan de ella. Y el horizonte hirviendo en la lejanía; inalcanzable, como la felicidad. Una playa de escombros y un alma cayendo a cascotes. Salidas nocturnas y noches sin salida entre sábanas mojadas y fantasmas que zumban en las sombras. Edificios de acuarela fluyendo más allá de las ventanas del autobús. La lejanía como compañera de viaje y el horizonte como visita inesperada. Sumando cordel a mi ovillo y esperando desesperado que nadie corte el hilo. Y la vida se resume con otro refresco barato mientras el tiempo se deshace en el vaso y lo engullimos sin saborearlo.
Una pastilla y el dolor se esfuma lentamente aunque dejando huella. El dolor premeditado pero inconsciente de un día hecho de alambre de espino. Siento las alas cortadas y me golpeo contra el suelo de lo real. Como un ángel caído, como un borracho que deambula cuesta abajo y acaba junto al río.
La rutina y el decaimiento se me pegan a la piel como la humeante cal de los muros de la casa en la que mis abuelos lo empezaron todo. La soledad como única compañera de estancia -no de viaje- y la pubertad escondida en el alma entre angustias e infinito.
Pienso en aquella a quien no conozco y aúllo a la luna en el cielo sin estrellas.
Y divago y espero, y no hay amago de esmero por conseguir lo que quiero.
Nunca nadie me dijo que ningunos ojos sentaran jamás tan bien a nadie como a ti. Dos faros de un coche que se encienden en mi cerebro.
Dos disparos en la noche de húmedo calor que se arrastra sobre la piel de la agotada ciudad.

domingo, 27 de julio de 2008

Miguel era una persona triste. Recuerdo que un día me contó que no podía ser feliz viendo cómo cada día el sol salía joven y alegre y luego se escondía, envejecido, hasta que moría. Lo dijo como si anticipara lo que iba a pasar poco después. Miguel era así de misterioso.

viernes, 25 de julio de 2008

Consumiéndo(nos)

Un centro comercial es un espejismo: es una falsa impresión de riqueza y prosperidad, un reflejo luminoso en la superficie de un estanque oscuro y contaminado.
No creo que la pornografía sea obscena o inmoral. Un centro comercial, en el fondo y en la superficie, sí me lo parece.
Y yo trabajo en uno.

El trono

Dio en el clavo quien comparó el váter con un trono.
Porque subido en él eres el rey
porque no hay poder más grande en el mundo que el de quitarse la mierda de encima sin mancharse los zapatos...
En el váter lo puedes hacer todo: todos los placeres de la vida
tienen en él cabida.
Puedes leer un libro,
puedes ver una película,
puedes mantener una conversación interesante,
puedes hacerte una paja,
puedes follar,
puedes dedicarte a inspeccionar tus rodillas y cada centímetro de piel,
puedes descubrir que tienes una peca en la espalda,
puedes aullar a la luna,
puedes oír el mar,
puedes oír a tu vecina ducharse
-en ciertas ocasiones, puedes incluso VER a tu vecina ducharse-,
puedes meterte un dedo en el culo y olerlo luego
como te hueles los sobacos antes de ponerte una camiseta limpia,
y sobre todo puedes cagar en paz
imaginando que la mierda cae en la boca de tu jefe,
igual que puedes romper las normas
y mear fuera de la taza empapando el suelo.
Sentado en la taza del váter puedes repasar tu vida
y cambiarlo todo,
puedes encontrarle una cura al sida
o recuperar tu inocencia perdida ida ida ida...
Puedes renacer o puedes suicidarte,
en un váter público puedes oír a un hombre silbar,
puedes anotar el tamaño de tu poya
y encontrar teléfonos a los que llamar,
puedes encontrar de nuevo la esencia de la vida
viendo la miseria que te rodea.
Sobre todo puedes darte cuenta
de lo estúpida que resulta nuestra moral
de lo políticamente correcto
porque todos estamos llenos de mierda.
Y lo mejor de todo es que puedes tirar de la cadena
que te ata a la vida
esperando que algún día se rompa.