lunes, 17 de diciembre de 2012

De nuevo salen palabras de mis dedos y corretean por el aire y se posan como polvo mágico sobre tu cuerpo. Y te hacen volar, y tú me llevas contigo. Y juntos descubrimos el techo de la habitación, que empieza a resquebrajarse para acercarnos el cielo.
Las nubes acarician los dedos de mis pies y lamen tus piernas con curiosidad, no queriendo aceptar no ser las únicas que flotan en esta miasma que sube hacia el espacio. El cielo es denso como el agua de mar y ascendemos entre burbujas, viendo Madrid en el fondo, hundida por el peso de su gente de asfalto, anclada y embarrada por la cintura.
Te veo ante mí, ondulante de arena, y contemplo mágicas flores brotando de tu cuerpo, atravesando tu piel caliente y creciendo bajo mi peso. Tumbado sobre tu jardín florido me elevo dormido en la pasión rosada de tu aliento, que inunda el tiempo de principio a final y completa el mundo tal y como lo conocemos.
Nos desvanecemos como humo al tocar el espacio y reaparecemos hechos piedra en un planeta lejano. Mármol o granito, somos un mineral que fluye de un cuerpo a otro y nos enroscamos como una hiedra que crece hacia el infinito.
Y juntos formamos una montaña sin raíces que se eleva sobre una luna perdida a millones de años luz. Y la luna se alegra y nos mira contentos, pues de nuestro polvo se eleva un susurro que no tiene fin:
"Somos eternos".
Parece que a uno lo acosa la muerte desde los lejanos dedos del anochecer, pero cuando cae el sol traes de nuevo tu vida a mi lado y juntos compartimos esa misma esencia. Volviendo del cementerio de almas en que se habían convertido las calles, descubrimos un día que una sola vida da para dos personas y sobra incluso. Anoche, el alcohol goteaba de tu lengua a la mía y solo con tus ojos podía ver los sueños ocultos en las cosas. Veía palabras en tu piel, escondiéndose cuando acercaba mi mirada. Oía susurros de noche, cuando soñaba con fantasmas y despertaba para oírte palabras en una lengua oculta. Hablabas luces que iluminaban el cuarto como si las estrellas se hubieran perdido en tu garganta y estuvieran buscando el camino de vuelta al cielo. Y yo sé que jamás lo encontrarán, que siempre estarán dentro de ti, porque han encontrado un espacio cálido y rosado en el que aletargarse. Allí esperan el día feliz en que se dejen salir a flote, brotando de tu piel y entrando en la mía.
Porque las estrellas, querida, nos pertenecen.
Las paredes y las responsabilidades se me echan encima
y tú mientras tan bella, con tus cielos de metal.
El tiempo se escapa entre los dedos como arena de mar
y tú mientras te acurrucas en mis costillas.
El sol se agazapa tras nubes y nos juega a despistar
y tú duermes tranquila calentando mis sueños.
El dolor reside bajo mi piel cerebral
y tú haces brillar mis ojos hasta en la oscuridad.
¿Qué necesita el que lo tiene todo
con la cabeza entre tus brazos?
Nunca hubo mejor guillotina para extirpar problemas
que un hueco cálido en tus susurros
que tu risa loca brincando contra las paredes
que tu rayo de sol iluminando mi sueño
que tu nube de vapor empañando mi espejo.