lunes, 30 de noviembre de 2009

Despierto intranquilo.
El viento frío me ha despertado.
Las puertas de esta casa dejan grandes rendijas.
El frío se cuela en mis sueños.
Siento el impulso de salir de la habitación.
Algún día haré cambiar las puertas.
He olvidado qué estoy haciendo.
¿Dónde estoy?
Estoy despierto.
No estoy soñando.
Estoy intranquilo.
Es por algo que soñé y que no recuerdo.
A oscuras en el pasillo, me dirijo hacia el lavabo.
Descalzo.
Escucho un ruido y me paro.
Ha sonado fuera.
En el rellano.
Entra luz por la mirilla.
La curiosidad me pone la piel de gallina.
Lentamente me acerco.
Sin hacer ruido.
La luz me deslumbra un poco.
Mi ojo se adapta al destello.
Miro.
Veo.
Hay un ojo al otro lado.
Alguien mirando hacia mí.
El susto me tira al suelo.
El corazón se me para.
Infarto, creo.
No puedo respirar.
Veo la sombra de dos piernas por debajo de la puerta.
La rendija es grande, otra vez.
Intento levantarme.
Intento respirar.
Sea como sea, intento no mirar.
Pero miro.
Y veo.
Un ojo terrible se asoma por debajo de la puerta.
Oigo que araña el pomo intentando abrir.
Pienso aterrado en mi mujer y mis hijas.
Oigo sus respiraciones desde aquí.
No puedo hacer nada.
No respiro.
Ya ni pienso.
Pero alcanzo a ver una rendija de luz que entra por la puerta abierta.
Y ese ojo.
Que me mira.
Sonriente.