lunes, 14 de diciembre de 2009
lunes, 30 de noviembre de 2009
jueves, 15 de octubre de 2009
martes, 13 de octubre de 2009
Mi piel se agrieta por culpa del frío.
Mi cuerpo desnudo iluminando el almacén.
Atrapado en una pesadilla atemporal,
en la que el polvo en el aire permanece estático,
a la espera.
Siento los cimientos del edificio resquebrajarse
como finas copas de cristal
y la gravedad tirando de nosotros:
una boca abierta y luego el vacío.
Qué divertida es la ingravidez espiritual.
lunes, 12 de octubre de 2009
Miopía parcial
viernes, 9 de octubre de 2009
miércoles, 7 de octubre de 2009
Gente de mierda con trabajos de mierda e intereses de mierda.
Compradores de mierda que convierten su vida en una montaña de mierda a base de comprar mierda.
Sonrisas de mierda con malas intenciones,
lágrimas de mierda en los ojos de un vendedor que no pudo vender su mierda.
La vida se reduce a rodearse de mierda hasta convertirse en ella.
Como una tela de araña (de mierda) en la que quedarse pegado y chillar.
Chillar vomitando mierda antes de que la gran araña del cielo caiga sobre ti y te devore con sus frías mandíbulas.
Y, no lo sé, pero imagino que el aliento de esa araña
también huele a mierda...
martes, 6 de octubre de 2009
No es un relato multicolor, como se puede ver.
Mi humor era tirando a negro, aunque no más que la ropa que me abrigaba del frío.
El frío: él sí que era blanco.
Blanca era también la piel de mi cara cuando me vi reflejado en un cristal. Todo menos la nariz, que destacaba roja como una gota de sangre en la nieve.
Mis dedos eran invisibles en la oscuridad de mis bolsillos, aunque un par asomaban de vez en cuando para sujetar el cigarrillo. Ese bastoncito que creaba una niebla misteriosa ante mis ojos.
En aquello que pasó ante mí una bicicleta.
Roja.
Y la imagen que sobre ella se alzaba llenó mi vida de color para siempre.
domingo, 4 de octubre de 2009
sábado, 3 de octubre de 2009
viernes, 2 de octubre de 2009
Nos gustaba la avispa.
El veneno tenía un color azulado que luego resultó darle a la carne un sabor amargo. Lo compensamos echando más sal.
En la tele ponían dibujos animados, aunque habíamos quitado el volumen para comer.
Por la terraza abierta entraba una fina brisa primaveral que traía el olor de las flores y la hierba fresca.
Repartimos la carne en grandes pedazos, ya que había en abundancia. A mí me tocó además un dedo pequeño, aunque no sé de qué mano.
Se oía el televisor de los vecinos dando la telenovela, lo que hacía divertido mirar el nuevo doblaje de los dibujos. La boca nunca coincidía, pero eso es algo más que habitual.
Llamaron al timbre y mi padre se levantó a abrir.
Escuché un disparo de escopeta pero continué mirando los dibujos. Estaba como hipnotizado por la mezcla.
Mi padre arrastró el cuerpo de un vecino hasta la terraza y lo colgó del cuello, enganchado a las cuerdas de tender. Luego volvió a la mesa.
Se quejó de que su comida se estaba poniendo fría. Mamá se la recalentó en el microondas.
Al rato se oyó caer el cuerpo cuando las cuerdas no pudieron aguantar la tensión. Sonó como un doing bastante cómico que, sin embargo, me sacó de la ensoñación de los dibujos animados.
Entonces eché una mirada alrededor, como perdido.
Pero comprobé que todo seguía siendo normal.
Y seguí comiendo.
miércoles, 23 de septiembre de 2009
Los vecinos lanceros
martes, 1 de septiembre de 2009
jueves, 27 de agosto de 2009
miércoles, 26 de agosto de 2009
domingo, 23 de agosto de 2009
sábado, 22 de agosto de 2009
viernes, 21 de agosto de 2009
Sonreí, sabiendo que había dejado a más de un lector con la duda.
miércoles, 19 de agosto de 2009
domingo, 9 de agosto de 2009
Pasear por la calle se había vuelto como un acelerado solo de trompeta: desafinado, irritante, pero capaz de hacerte sudar el alma. Las imágenes chocaban unas contra otras como cristales cayendo sobre mis ojos: una fugaz rueda de coche, el sol exaltado, unas gafas de sol, unos pechos botando al caminar, el mareante bordillo de la acera. La sensación que me envargaba podría llamarse vértigo vital o algo así: sabía que estaba sobre la cuerda floja. Creo que en el fondo era una percepción derivada de mis malditos cursos de acróbata.
El recuerdo sensorial de drogas imaginarias agitaba mi cuerpo, que deambulaba como una masa de átomos que se ponen la zancadilla unos a otros. Me picaba un cojón y me ardía la frente por la fiebre. Empecé a desmayarme más o menos cuando estaba ya inclinado sobre el suelo. 45º y reduciendo. El asfalto se descubrió como una sólida fría realidad, de esas que tumban filosofías de golpe. Normal, cuando los sesos del filósofo se arrastran por el suelo intentando llegar lejos de sus ideas.
Una vez atropellé un filósofo y estalló en palabras. Todas empezaban por hache...
La luz del sol calentaba mi piel frita y quemaba la punta del cigarrillo que sobrevivía en mis labios. Y yo tirado como una tortuga boca abajo. Sin ninguna excusa para no levantarme salvo mi propia incapacidad. Creo que mis extremidades se agitaban en el aire como patitas de insecto.
Finalmente, por maldito aburrimiento, mi cuerpo se convirtió en miles de hombrecitos diminutos que corrían en direcciones opuestas atacando a la gente.
Toda mi carne loca mordisqueándole los ojos a los niños y tirando de los tendones de las corredoras de footing. Incluso un par de cabrones le hicieron la "corbata colombiana" a un obeso conductor. Su lengua sobresalía burlona por la garganta cortada y todo el mundo le pitaba al pasar.
Dejé de prestar atención al espectáculo cuando los edificios empezaron a derrumbarse sobre los atónitos espectadores y el ruido de los huesos se hizo insoportable. Sonaba como al cortar papel, algo que siempre me ha dado asco.
Mientras los cuerpos morados se amontonaban por las esquinas decidí alejarme de todo aquello.
Creo que me escondí detrás de una mierda de perro y esperé. Cuando me di cuenta mi lengua asomaba sobre mi pecho manchado de sangre.
-¡Seréis cabrones!, maldecí amenazando con el puño.
Pero ni eso pude acabar, porque el sonido viscoso que producía mi lengua era tan divertido que todos nos empezamos a reír sin parar.
Los cadáveres de las calles me señalaban y apuntaban sus carcajadas hacia mí.
Mierda, ni en el fin del mundo puede uno estar libre de críticas...
Después todo se quedó negro como el sobaco de un grillo a medianoche...
miércoles, 29 de julio de 2009
lunes, 27 de julio de 2009
Paranoia
sábado, 25 de julio de 2009
miércoles, 22 de julio de 2009
sábado, 18 de julio de 2009
viernes, 17 de julio de 2009
Quizás por eso nadie los vio. Nadie se dio cuenta.
Pasaron días y semanas sin que nadie pasara por allí
y viera sus cuerpos rígidos
en ridícula postura.
Sus cuerpos pálidos y calcáreos,
su inerte expresión de estupidez.
Nadie los encontró hasta mucho después,
cuando su piel estaba amarillenta y corroída
por la lluvia.
Finalmente, un sorprendido barrendero dio con ellos.
Apenas quedaba ya un esqueleto o cascarón.
Echó los restos con pereza en el cubo de la basura
sobre un montón de hojas secas y palos.
Y se fue a continuar su ronda sin pararse a pensar.
Sin preguntarse qué demonios hacían ahí
dos maniquíes destrozados.
cuando intento clavarle la poya.
Me arranca la carne a mordiscos
hasta saltarme un ojo de golpe.
La mujer gato me lame las heridas
cuando intento acariciarle la cola.
Me acaricia la piel con la lengua
hasta arrancarme un poco de placer.
Qué contradictorio es el amor
imaginario.
lunes, 13 de julio de 2009
domingo, 12 de julio de 2009
viernes, 10 de julio de 2009
Todos resultaban tan... externos.
Sólo formaban parte de un mundo exterior a mí.
Fuera de mi piel todo resultaba molesto e incómodo y sufría cada instante de apertura a los demás.
Entonces comencé a cerrarme más y más.
Sin darme cuenta de que cuanto más me cerraba más pequeño me volvía.
Y comprendí que el tamaño de mi mundo dependía completamente de su relación con el externo.
Así que, impelido por el miedo a desaparecer en mí mismo,
decidí abrirme en apariencia
y copiar cada imagen del universo
en mis venas.
Añadí cada centímetro de acera pisado, cada raya de la carretera,
cada mirada de una camarera y cada estornudo en el tren.
Convertí mi interior en una copia artificial de lo externo
y al final me vi vagando por un parque temático,
degradante y grotesco,
tan irreal como sin sentido.
En mi cerebro, convertido en vasto desierto de imaginación,
florecía el asfalto con que la información creaba autopistas abandonadas hacia ninguna parte.
Y parecía que al final de cada camino
había un barranco.
Finalmente cavé un agujero
en el pavimento agrietado
y me escondí entre las raíces de un cable de alta tensión.
Hibernando
en el templado lodo
electrificado
y apagándome en latidos
que se propagaban por la tierra desolada.
Dormí hasta que el asfalto creció sobre mi cabeza
y los edificios empezaron a caer
por su propio peso.
Y mientras dormía todavía una pregunta quedaba en mis ojos cerrados:
"¿Qué aspecto tendrá mi cara en estos momentos?
¿Podrá alguien ver cómo me siento?"
miércoles, 1 de julio de 2009
Podía ver dentro de ti y leer en el reverso de tus venas. Así descifraba tus historias antes de que me las contaras y sabía más de ti que tú misma.
El caso es que el mundo siguió girando como si nada: sólo que yo daba vueltas en sentido contrario.
Como un sentimiento que va y vuelve -como una peonza, por continuar la metáfora- el recuerdo de su rostro pasó ante mis ojos y quedó tatuado en lo negro de mis párpados. Sus ojos, sus labios, su tersa piel... Una geografía memorizada durante años que ahora desaparecía en la confusión de formas, detalles y gestos del mundo que me rodeaba asfixiante.
Y yo obligado a verla cuando cerraba los ojos.
Sus labios, sus ojos, su tersa piel...
Mi vida dio un vuelco y mi piel quedó del revés: toda mi intimidad ante los ojos de los demás. Todo el mundo podía ver la cicatriz que quedó cuando ella se extirpó de mi corazón.
Y conseguí colocarlo de nuevo todo dentro, pero no estoy seguro de que quedara en su sitio.
El corazón me quedó vacío de vida, sólo con ese fluir de sangre que en el fondo nada significa. Y esa fea cicatriz. ¿Cómo poner una tirita ahí dentro para taparla? Lo intenté con alcohol y otras chicas, pero con el licor se despegaba y con las chicas sólo ponía un parche encima de otro...
Nada llenaba la ausencia de ese órgano externo del que dependía mi vida y que había sido arrancado. Era como cojear por un pie que no te pertenece.
Pero mi corazón resistía. El pobre... Le di literatura por entretenerlo y música para ayudarle a llevar el ritmo. Lástima que siempre tirara hacia el jazz y los ritmos sincopados: malditas arritmias...
Y las cosas siguieron goteando por las alcantarillas durante días y días de veranos e inviernos, otoños y primaveras, y periódicos y programas de la tele, hasta que al final un día me olvidé de recordarte y ya no estabas.
El tiempo me había robado hasta la cicatriz.
lunes, 29 de junio de 2009
sábado, 27 de junio de 2009
la publicidad es tan triste?
¿Por qué
siempre me hace llorar?
¿Por qué
la literatura
no cura
las heridas
de la desesperación?
¿Por qué
me miran así
las gotitas
de esta lata de cerveza?
¿Dónde
están los amigos
cuando no están?
¿Dónde
estoy yo
cuando no estoy?
¿Dónde
está el mundo
cuando cierro los ojos
y cuando
pierdo el control?
lunes, 22 de junio de 2009
jueves, 18 de junio de 2009
miércoles, 17 de junio de 2009
miércoles, 10 de junio de 2009
miércoles, 29 de abril de 2009
¡Qué bueno, que brilla el sol!
¡Qué bueno, que brillo yo!
Alrededores
la cárcel roja tras el muro gris,
alguna casa entre autopistas
y un pueblecito
alla y allí.
...
Pueblos diminutos aplastados por el cielo
gris nublado y goteante,
una flor perdida entre ramas secas,
asfalto
y supermercados
...
Como un refugio triste de una guerra antigua
ennegrecen las casas imitando al cielo
y entre autopistas y campos de golf,
la grieta
incrustada
de una gran autopista.
...
Las casa antiguas rompen el cielo,
saturado y grasiento suelo de taller,
ensalzando la grandeza de una Historia pequeña
que sigue allí para quien la quiera ver.
...
El lujo y el confort del que lo tiene todo,
el aguantar desesperado de quien no tiene nada,
tanta riqueza mal repartida
y tanta tristeza mal escondida.