sábado, 21 de junio de 2008

Poesía apestosa nº XXI

Ya terminaron
nuestros días de vino y rosas,
nuestra pequeña lavandería,
nuestros paseos por la ciudad
de espaldas al mar.

Ya terminaron
nuestras noches de abrazos y risas
y se apagaron
nuestros susurros.

Ya sólo quedan recuerdos
amargos de cada experiencia
y el necesario olvido de tus
favores.

Miénteme y dime que
somos amigos...
Miénteme y dime que no
pudiste olvidarme.

(O al menos deja de pasar de mi puto culo)

miércoles, 18 de junio de 2008

El Hundimiento

Hay días en los que, desde el amanecer hasta el último rayo de sol, sólo mueres...
Tus fuerzas se van desgastando y las olas te pasan por encima...
y te hundes...
y parece que nada te va a sacar a flote...
y parece que el fondo oceánico te llama...
y parece que tus huesos son de plomo y tus sonrisas de hierro oxidado...
Las burbujas se te escapan,
igual que las ratas abandonan el barco cuando se hunde
pero tú eres el capitán y te hundes con él...
Y no hay sirenas en este mar
sólo bolsas de plástico a la deriva...
Y aunque te repitas a ti mismo que no te piensas dejar hundir
tus pies se convencen cuando tocan el fondo
y tu cabeza está a punto de estallar por la presión...
Entonces es cuando el azul marino entra en tu alma,
cuando la paz del espíritu es lo único que queda en tus pulmones
tras un último momento de angustia...
Hay días en los que además el fango te traga y te hundes más de lo posible...
Días en los que matar o morir... Días en los que llorar...
Pero, por suerte, no todos los días son así...
Aún nos quedan los días esporádicos en los que flotamos por el aire
como burbujas de alegría...

sábado, 14 de junio de 2008

-¿Qué escribes? // - Algo que se me ha ocurrido...

Era un gran artista, aunque su principal error era pensar que sus obras le pertenecían, que era su dueño. No era así: él las había creado, pero no tenía ningún derecho sobre ellas. Más bien al contrario: él pertenecía a sus obras. Él, un conjunto de huesos y carne, una existencia desechable, un animal que en principio no tendría por qué tener talento artístico alguno ni ser siquiera capaz de apreciar matices, había sentido de repente, no por magia ni por el destino sino por una combinación de susurros en el viento que su mente había descifrado, la necesidad de atrapar una sensación, la esencia de algo inteligible, a través de un tosco lápiz que arañaba y ensuciaba un pedazo de papel. Uno tras otro, hasta dar forma a la obra que después fue modificando movido por su ambición y de la que, sin embargo, no había conseguido aplastar toda la frescura con que en un principio la había recibido. Era peor, sí, pero seguía siendo buena. Era arte. Y seguiría siéndolo cuando él estuviera muerto, cuando él ya no pudiera oler las flores y fuera sólo un recuerdo de una existencia pasada, anotado en pequeños detalles que le había robado a la obra para darle “su toque”. Existía en ese fragmento de belleza que lo había usado para existir, en esa combinación de experiencias y símbolos que se habían unido para siempre. Y, por todo ello, era un gran artista.
O qué coño, a lo mejor no.

Eter no

Ella me quería y yo lo sabía.
Me bastó con meterle un dedo en la vagina y le toqué el corazón. Porque saqué el dedo lleno de sangre. Me miró con ojos grises-azules-verdosos y me suspiró algo ininteligible. Escuché la frase, pero mi cabeza sólo entendió un susurro, una pausa y otro susurro. Como si pudiera ver la estructura, un armazón de andamios, pero no el edificio.
Andaba por la calle oscura cuando descifré sus palabras, que toda la tarde habían dado vueltas por mi cabeza como los autobuses por la ciudad.
Había dicho:
-Siempre recordaré este momento, vivirás en mí para siempre.
Una suave luz amanecía sobre las baldosas y mi sombra crecía sobre ellas, alargándose cada vez más.
Me llevé la mano a la cara y pensé que mi dedo olía a bacalao. No me disgustó: en el fondo me daba igual vivir para siempre.

The Special K

K era especial, como sus cereales.
Era fibroso, como sus cereales.
Era dulce, como sus cereales.
Y empezó a pensar que era lo que comía,
cuando empezó a tener pesadillas con cucharas gigantes.

Ella

Bailaba con la música que yo había puesto.
Brazos y piernas, caderas y muslos: todos a la vez.
Con los ojos cerrados y los sentidos abiertos.
Con ese cuerpo que jamás podría tocar
pero al que había inferido vida.
Sabía que no había sido yo,
que ella bailaba al son de músicos ya muertos,
pero todo aquello tenía sentido
porque estábamos allí.
Me sentí excitado y me sentí feliz y me sentí orgulloso de lo que había logrado, puesto que había creado algo a partir de la nada y,
a pesar de ser todo un engaño de mis sentidos,
parecía estar pasando.

El Cerdo Agridulce y el Cerdo Tragicómico

Un acabar la universidad lento y pegajoso que se ha ido escurriendo con parsimonia por los días y horas de las últimas semanas desde hace meses... Un verano que se avecina como una sucesión de días gemelos y vacíos... Unas amistades que han ido desapareciendo como quien se esconde saltando un seto y descubre detrás un barranco... Una vida sin etiquetar cuya fecha de caducidad desconozco... Y unas chicas que se han ido bailando cuesta abajo, en busca de aventuras, alejándose de mi costrosa piel de porcelana rota...
...Una mirada al horizonte lleno de coches y viajes, de personas anónimas por conocer y personas conocidas que se alejan... que se alejan de Alejandría y aletean dejando atrás la alegría... Malas melodías que engarzar, como perlas barrocas que no pegan pero que algo significarán... Pues todo tiene un sentido y un "sin-" antepuesto.
...Una experiencia adquirida con los años que abofetea nuestra inocencia con pequeñas realidades asumibles o con grandes tragedias griegas... Una sensación total de frustración y vacío ante la mirada ardiente de un sol que ha visto cosas peores y que ha lamido con sus rayos miles de batallas, asesinatos, torturas e injusticias y que no por ello mira hacia otro lado...
Todo esto y más; o menos, cada vez menos... Y aun así todo sabe amargo para el paladar delicado...
...¿Qué es lo que os atemoriza? Llamadlo Dios, llamadlo Demonio; Destino, Fortuna, Albedrío, Caos... Pero sed conscientes de que designan una única realidad: el aburrimiento...
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Morid, pero que al menos puedan decir: "De su madre a la tumba, vivió y rió. El resto no existió".
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Porque si sacas a bailar al aburrimiento, a lo mejor acaba esbozando una sonrisa

domingo, 8 de junio de 2008

Víctimas y verdugos

Después de sobrevivir a un atentado terrorista uno ya no es una persona normal: es una víctima. Cuando se evalúa la catástrofe y se hace balance de muertos y heridos, cuando se habla de héroes y mártires -en definitiva, cuando se hace periodismo-, se habla de un total de víctimas. Pero hoy en día hacer periodismo es rellenar telediarios. Esto tiene que ver primero con cosas de la franja horaria y la productividad y segundo con la demagogia y la creación de opinión pública. En otras palabras, la instrucción del pueblo: "esto es lo que tienes que pensar acerca de lo ocurrido".
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Por otro lado cuando engañas a la gente casi les estás haciendo un favor: están deseando que les den una verdad aceptable, aunque sea parcialmente falsa, con tal de que tengan algo a lo que aferrarse. Si les dijeran la verdad, probablemente esta les parecería inaceptable y se revelarían contra ella.
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De este modo se crean dos bandos: el de los terroristas y el de la víctima. El PUEBLO pertenece siempre a este segundo grupo, en parte por haber habido muertos, en parte como posible víctima futura de nuevos actos de violencia. Suena bien: "acto de violencia". Casi se olvida uno de que tras esas palabras se esconde un cuerpo despedazado por una explosión y tripas y sangre desperdigados por el suelo.
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Por supuesto, esta división es una verdad a medias: el terrorista no es un ente externo que surge y desata la muerte, sino que es un miembro del pueblo, es decir, que es una de las víctimas posibles. Una víctima que se convierte en verdugo al cambiar de bando. Si los malos son los que matan y los buenos el resto, ¿cuánta gente del pueblo sería realmente buena? Si se sabe quiénes son los buenos porque se conoce a los malos, ¿entonces es necesaria la existencia de los malos?
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Si se medita lo suficiente en torno a esta idea, uno casi empieza a pensar en lo útil que resulta el terrorismo a la hora de crear un clima de miedo y confusión: tú puedes ser la próxima víctima, o tus seres queridos, de manera que aceptarás cualquier medida, cualquier cosa, con tal de que eso no pase. CARTA BLANCA para quien habla por ti y actúa en tu nombre. ´

Por eso, después de sobrevivir a un atentado terrorista -o, por defecto, fallecer en él- se lo considera a uno una víctima, lo cual equivale a presuponer su bondad, su inocencia, la tragedia de su muerte. Si bien esto debe ser cierto en general -no lo sé-, ya os digo que no sirve para conmigo. Yo soy un auténtico hijo de puta y estaría mejor muerto.
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El día que sufrí el atentado había ido en tren a Madrid por asuntos de negocios: tenía un par de trabajitos que hacer y no podía quedarme todo el día en la cama. No lo hago nunca, pero aquel día menos aún.
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Por lo general odio el tren, como cualquier otro transporte público, ya que me obliga a estar en contacto con la gente y eso es algo que me repugna. Frente a mí tenía sentado a un negro con tres grandes cicatrices en la cara, como si le hubiera dado un zarpazo un tigre o una fiera. Fue el único ser humano que vi en el vagón, el único al que no odié: el resto no eran más que basura blanca de clase media.
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He de decir que yo disfruto con la violencia. El olor de la sangre, su mera visión, hacen que se desate en mí la adrenalina. Es una sensación extraña, de bienestar. La primera vez que maté a una persona tuve una erección. Después no se volvió a repetir. Esto es bueno porque, si bien me gusta ser un asesino, detesto a los pervertidos; sean zoófilos, pederastas, homosexuales o raritos.
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Como decía, la primera vez tuve una erección. No hice ninguna gilipollez como violar el cadáver -aquí me surge una interesante cuestión: ¿introducir el pene en un montón de carne muerta equivale a una violación? ¿dónde queda en este caso el consentimiento y el posible rechazo?- da igual, pero sí es cierto que, en parte, disfruté sexualmente de mi asesinato.
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Esta primera vez fue con una prostituta que recogí en Madrid. Por supuesto me la tiré, no penséis que soy uno de esos frustrados sexuales que son incapaces de empalmarse y por ello se ponen a matar a la gente. Follamos y bien -estoy convencido de que por lo menos la hice correrse un par de veces-, lo que pasa es que no me gusta follar con putas, porque me parece algo muy feo. Es casi inmoral, ¿no? O sea, te alquilan su cuerpo para que hagas lo que quieras con él durante un rato. ¿Quién entiende eso? ¿Cómo vas a disfrutar de verdad cuando te ceden algo con tanta frialdad? Hay que tener en cuenta que el cuerpo es la esencia de lo que somos: sin él no somos nada. Por eso me la follé durante el tiempo que alquilé sus piernas, su coño, sus tetas y su boca, pero cuando realmente me apropié de estos fue cuando la maté. Fue un acto de conquista e imposición: como si el haber escalado aquellos inmensos pechos me diera derecho a destruirlos.
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Sumido en un intenso disfrute, la llevé atada en el maletero hasta Galicia. Cada hora que pasamos en la carretera fue para mí una explosión de adrenalina. La sangre me bombeaba en las sienes como si mi cabeza se estuviera llenando hasta el borde. El color rojo del primer semáforo que vi al entrar en La Coruña parecía una anticipación de mi crimen.
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Una vez en el garaje de mi casa de veraneo, aparqué el coche y abrí el maletero. Parecía exausta cuando la saqué de él, pero en cuanto cayó a las frías baldosas su cuerpo pareció recuperar la vitalidad y empezó a retorcerse intentando desatarse. Su carne, estremeciéndose mientras la arrastraba escaleras arriba, parecía poseida por la locura. Quizás a través de esa extraña danza intentara pedirme que la liberara, demostrarme que seguía viva, pero eso sólo aumentaba mis ganas de matarla.
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Durante las primeras horas me dediqué a tranquilizarla: le decía que no le iba a hacer ningún daño, que era de la E.T.A. y sólo quería reivindicar nosequé... Al rato le metía los pies en una palangana con agua y le daba electroshocks con una esponja y un enchufe conectado a las baterías del coche. Luego volvía a insistir en que no quería hacerle daño y que era necesario que colaborara. No quiero hacerte daño.
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Claro que quería, pero estaba practicando la guerra psicológica: una vez estuviera loca del todo y ya no fuera una persona, podría hacer lo que quisiera con ella sin remordimientos. Tenía tenazas, alicates y demás herramientas, a parte de un completo juego de cuchillos de la Teletienda. Diversión a raudales.
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Sin embargo, mi intención inicial al contar la historia era hablar del atentado, el resto resulta innecesario. Como resumen, después de esta prostituta maté a un par de personas más, siempre cambiando de método, de zona de España, etc. No soporto a los asesinos que repiten siempre la misma técnica y víctima... Esa especialización resulta aburrida y acaban cometiendo siempre el mismo asesinato. A mí me gusta innovar, buscar nuevas sensaciones.
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Como decía, el día que sufrí el atentado iba en tren a Madrid. Al llegar a Plaza de España, saliendo del metro, oí la explosión y pude ver el edificio derrumbándose sobre mí. Había fuego por todas partes y salí despedido contra un coche que partió mi columna vertebral por la mitad. Esto es más o menos lo que me han dicho, porque yo sólo recuerdo hasta el momento de subir las escaleras, escuchar un ruido muy fuerte y gritos. Y el edificio desplomándose.
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"Todo esto a qué viene", me diréis... Bueno: es simple. Estoy respondiendo a vuestra pregunta. Y creo que es la mejor explicación que podría daros para que entendáis por qué cuando me habéis dicho que qué se siente siendo víctima inocente de un atentado no he podido evitar reírme.
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Después de todo, tenéis que ver que yo no soy una víctima. Soy uno de los malos.

La culpabilidad

Tiene que haber un culpable para cada historia. Nos lo dicen desde niños y nos acostumbramos a clasificar las acciones distinguiendo lo que está bien de lo que está mal o lo que es mejor de lo que es peor. Olvidemos los matices: la vida está planteada en blanco y negro.
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Un día pasé revista a mi memoria y descubrí que me consideraba víctima de la mayoría de mis acciones. No era capaz de verme como culpable y, además, siempre encontraba una justificación medianamente razonable. El resto lo hacía la negación.
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Esta consideración de víctima aludía a ciertos problemas más serios: la relajación del complejo de culpa y la inexistencia de la propia responsabilidad sobre mis actos.
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Lo medité día y noche: busqué algo de lo que me sintiera culpable. No lo encontre. Había cosas de las que avergonzarse, pero no de las que culpabilizarse.
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Me llevé las manos a la cabeza por mi actitud totalmente negligente hacia la vida.
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Decidí que algo tenía que cambiar, así que me marché lejos y comencé una vida de reflexión constante. Tras una dura disciplina fui capaz de sentirme culpable de cosas que en su momento no me habían parecido reprochables pero que pronto comenzaron a atormentarme.
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Día y noche, sin un respiro, mi conciencia pasaba lista a cada palabra dicha, a cada gesto y a cada intención oculta de cada acto de mi vida.
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Irremediablemente, un extraño sufrimiento, pegajoso y húmedo, me surgió de los huesos. La culpabilidad me hizo enfermar.
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Pasé meses en un hospital: había descuidado tanto mi vida que llevaba un tiempo viviendo en la más completa miseria. Al final la inanición destruyó mis defensas. De repente tenían que obligarme a comer porque me sentía incapaz de ello.
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Todo esto y el psicólogo fueron cosas que llegaron juntas. Unas pastillas, sedantes, vitaminas y un montón de cosas más.
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Me hicieron ver que no tenía de qué preocuparme, que todas las cosas que me atormentaban eran nimiedades que los demás pasaban por alto y que uno no podía vivir cargándose con tanta responsabilidad.
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Me dieron un trabajo fácil y cómodo en una oficina con gente amable y sana y poco a poco empecé a vivir de nuevo. Iba al cine con compañeros de trabajo, salía a pasear... A veces incluso invitaba a gente a casa y organizaba comidas y fiestas.
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Todo había vuelto a la normalidad. De hecho, todo era incluso mejor que antes.
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Me sentí libre.
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Desde aquel día he superado mis problemas y puedo reconocer la responsabilidad de mis actos sin obsesionarme por ellos.
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Pero lo cierto es... Que por más que lo pienso... No entiendo qué culpa tenía yo de lo que me había pasado.

lunes, 2 de junio de 2008

Ya pasó

Habíamos estado fumando maría y me comentó algo del colegio. De repente, como si sus palabras fueran un conjuro que resucitara mi infancia de entre mis huesos y me oprimiera los pulmones, me sentí triste. El oxígeno parecía no llegarme y de mi boca salía lentamente humo negro.
-No fue una buena época para mí, tío.
Le dije, y después seguí bebiendo whiskey para no llorar.

Cáscaras

En lo alto de una montaña Dios pela palabras con un cuchillo y les quita la piel, que tira en un cuenco de madera.
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Las palabras peladas las tira montaña abajo, de manera que se llenan de arena y crecen como bolas de nieve.
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Al llegar abajo se hunden en el agua enlodada de un pantano, luego salen a flote como pequeñas islas y se alejan, convertidas en tortugas gigantes.
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Sus patas costrosas apartan el barro para avanzar y sus cabezas asoman, destacándose sus ojos negros.
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Finalmente se hunden y van a esconderse en las profundidades marinas, donde aguardarán el momento de regresar a la superficie.
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Una vez Dios llena el cuenco con las cáscaras de las palabras, lo pone en su regazo.
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Aparece un hombre y Dios le dice:
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-He aquí las palabras: úsalas con sabiduría, pues son tu única herramienta. Con ellas aprenderás a guiar a tu pueblo a la felicidad eterna y salvarás sus almas. Pero ten cuidado, pues su poder corrompe y muchos intentarán usarlas como armas o persiguiendo su propio provecho. En ellas se encierra la verdad absoluta, así que no permitas que esto ocurra, o me veré obligado a castigaros y destruiros por utilizar mal mis dones. Una vez avisados, soy libre de toda culpa y en vuestras manos queda la responsabilidad de vuestro destino. Ahora vete.
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Dicho esto, el hombre le dio las gracias con una reverencia y se marchó con el cuenco para compartirlo con su tribu.
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Hay quien cuenta que, cuando el hombre se había ido, Dios echó una mirada de reojo al pantano en el que se habían hundido las palabras y sonrió con placer.