viernes, 29 de agosto de 2008

Aquel año no había visto el mar más que reflejado en el cielo. estaba tan lejos que me ahogaba en él. de algún modo, por una repentina negligencia de la gravedad, que nos ata a un suelo que en realidad es un techo, caí hacia abajo proyectándome hacia el azul intenso que llamaba a mi alma. sentí un baño de espuma y cuando me sumergí regresé a la oscuridad que había dentro de mí.
Siempre supe que en el cielo no estaba dios. pero jamás imaginé lo que llegué a ver en aquel momento. antes de que me estallase el cuerpo por la presión.
Extiendo mi cuerpo desnudo sobre un montón de cristales rotos y me tapo con la sábana hasta el cuello. Hace frío y me cuesta dormir, pero todo llega cuando encuentro la postura adecuada.

jueves, 28 de agosto de 2008

Maté la noche a tiros y luego no supe dónde esconderme para descansar. Me arrastré por los ladrillos de la fachada, resbalando hasta el asfalto mojado de agua de lluvia. Me introduje por el hueco de la alcantarilla y saludé a las ratas. Ojillos rojos en la oscuridad acechándome, calculando lo que tendría en los bolsillos. Pero yo iba desnudo y no podían vaciármelos. Y no tuve más remedio que darle la vuelta a mi piel. No fue problema porque muchos órganos innecesarios se quedaron por el camino, flotando en charcos de aceite de motor. Y seguí arrastrándome sin decir nada hasta que encontré un agujero al que pude llamar hogar. Allí el Sueño grapó mis párpados y se introdujo por mi culo, subiendo por la espina dorsal, arañándome las vértebras con finas agujas de metal que chirriaban como tizas sobre pizarras. Y soñé con vaginas escondidas entre piernas pudorosas y pezones redondos que señalaban a la luna. Obsesiones que danzaron durante horas mientras la luz bonachona de una farola enferma de óxido parpadeaba indecisa. Y poco más...
Es por la mañana y el cielo está oscuro aunque no nublado. Cubierto por millones de plumas negras que caen dejándose llevar por el viento. Son las 7:00 en el reloj del comedor. Los cuerpos sin vida caen desde lo alto reventando contra el suelo, aplastando coches y rebotando contra las esquinas impertérritas de los edificios, que ignoran tanto ajetreo. Todo ocurre sin un solo grito. Caen en silencio mientras continúo bebiéndome mi café solo. Con poca azúcar. Muy poca. Y parece un castigo divino, una de las siete plagas, cuando en realidad están cayendo ángeles caídos. Lluvia de ícaros que volaron demasiado alto. Y el amargor del café como algo a lo que aferrarse antes de ir al trabajo, igual que mi mirada indiferente pero algo triste en el reflejo de la ventana. Hace frío y durante un rato siguen lloviendo cuerpos. Cuando saco el coche del garaje miro con una ligera satisfacción al cielo. "Menos mal: ya está escampando."
Conocí a un francés que empuñaba un arma y decía voilá ma moral. Como se escriba. Y a ese australiano que susurraba all beauty must die. También puede que no los conociera y que sean fruto de una película o de una canción. O de ambas. Los conocí tan a fondo como conocí a Greta, que solía cantar viejas canciones de cabaret mientras miraba la lluvia golpear el cristal. Todos ellos tenían algo en común: no significaban nada para mí.
Miré a través de sus ojos marrones, negros y azules y sólo vi el reflejo aburrido de mi propio interior. Ni siquiera un sugerente vacío: sólo yo. Y daba igual a dónde mirara, que me encontraba en todas las cosas, a la vez que estas anidaban dentro de mí. Mi alma abierta como un contenedor de basura bostezando. Y las fachadas de los demás cayendo a cámara lenta, un poquito cada día... Y yo encalando la mía para que resista...
Logotipos y lemas publicitarios sustituyen rápidamente siglos de filosofía y de repente descubres que todo el mundo tiene su propia moral. Y que si tú no tienes una o la sabes desconectar, te miran raro. ¿Qué quieres que haga? ¿Tomarme algo en serio? Ni a los demás ni a uno mismo, es mi meta. Mucho menos a uno mismo que a los demás... Y si puedes autodifamarte, mejor que mejor.
Destruye la imagen que tengan de ti y podrás volver a sorprenderles. Destruye sus expectativas y romperás la jaula. Pero puede que el precio sea un deterioro social. Si es que ese no es el camino inevitable que el tiempo nos marca.
Cualquier mendigo viejo -y en el fondo todos lo son- te dirá que no hay amigos ni enemigos. que estamos solos en esta vida. que la única elección es con ellos o contra ellos. que no hay diferencia entre ser y estar y que fluir es la única manera de vivir.
Tonterías, todas. Desconexas inconexiones con la realidad aparente y sentido del todo-va-bien.
Y yo conduciendo un coche fúnebre que transporta mi vida. Y yo en un barco enfrentándome al mar. Y yo volando entre nubes de óxido y cables de alta tensión.
Y lo peor es que puede que todo esto no signifique nada...

viernes, 15 de agosto de 2008

Mi cuerpo es mi muerte.
A ella me llevan los sueños que forjan mi desesperación con calculada frialdad.
Muerte de los sentidos
para convertirme en olvido
y que nadie me recuerde.

Hay besos que, incluso entre amantes que están deseando follar, saben a rechazo. Besos inertes entregados por inercia que inauguran una ingrata despedida. Recibir uno de esos besos de la muerte, que aniquilan relaciones igual que amistades, supone enfrentarse a la decadencia que precede al fin de todo imperio. Sensible decadencia para el imperio de los sentidos.

La única cura -si es que la hay- para uno de estos besos es escupir el veneno, como se hace con las mordeduras de serpiente.

Pero no dudes de que, aunque impidas que su veneno llegue a tu sangre, morirás igualmente: tus propios cuerpo y alma crearán el tóxico mortal , sea por resentimiento o añoranza, para el suicidio o el renacimiento.

Porque toda relación está destinada al trágico fracaso o a ser la última, lo cual es trágico de por sí.

No estoy - dentro de tus ojos somnolientos - aunque sea ahí donde quiero estar - penetrando en tu alma a través de tu cuerpo - una fortaleza sin ladrillos - derrumbándose junto a mí sobre el colchón

domingo, 10 de agosto de 2008

Tomó aquel libro como un mensaje cifrado que el autor había dejado flotar en la Historia hasta que se posara en su hombro. Escrito para una persona y un momento concretos. Tan lleno de significado para él que resultaba aterrador y cada línea parecía escrita para mover un engranaje de su alma. Algo en las profundidades desconocidas, en las entrañas de su mente, estaba cobrando forma, despertando de un letargo consciente y husmeando en sus sentidos. Un virus dormido que despertó después de una imagen esclarecedora y que creció como un mono que ansía heroína.
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Cada palabra que, como droga, producía un cambio en sus conexiones cerebrales, desaparecía de la página y se introducía en él a través de sus pupilas. Atravesando la amarillenta capa de retina, llegaba al cerebro y seguía sus conexiones hasta situarse en la piel, donde se quedaba amarrada, aferrándose con sus afiladas garras, anclada como un barco diminuto en un río de sangre hasta que salía a flote y se colocaba a flor de piel. Y las páginas pasadas quedaban en blanco hasta que el libro desaparecía de sus manos esfumándose entre los dedos como un humo mágico y demoníaco.
Llegado el momento, la palabra escondida en la piel arañaba con un dedo afilado el músculo relajado y ponía en tensión el cuerpo, crispando sus nervios e irritándolo. Hacía realmente difícil dar un paso más, mover siquiera la pierna e incluso pensar en ello, pero actuaba como un narcótico neuronal que enloquecía sus sentidos y los lanzaba hacia afuera en una orgía irrefrenable. El tacto a través de la vista, el gusto a través del oído y una excitación sexual destructiva y creadora que crecía en su mente, impulsada por la intensa cópula que estaba llevando a cabo con toda la ciudad.
Como si su piel se hubiera estirado para cubrir todo el panorama, era capaz de sentir la textura de aquellos ladrillos lejanos, de atravesar unas nubes esponjosas que flotaban en el cielo a kilómetros de distancia y de acariciar los senos perfectos de una turista. A la vez, el olor de los coches, como si impregnara su lengua, dejaba un regusto a humo en sus papilas y las voces de la gente multiplicaban las sensaciones dependiendo de sus tonalidades, siendo unas ácidas, irritantes y chillonas, y otras dulces, deliciosas como su sabor preferido de helado. Luego flotaba por algún lado la amarga voz de un mendigo que hablaba consigo mismo y que sabía a café y colillas.
Estas sensaciones iban aumentando hacia un climax de sufrimiento y placer en el que cada poro de piel cantaba una canción distinta y cada gota de sangre ardía con ebullición sexual hacia un descontrol total de los sentidos. El cuerpo se atomizaba y, como si de un gas se tratara, explotaba lanzando sus átomos en direcciones opuestas, llevando a cabo lo que en jerga psiquiátrica se conoce como un "big-bang-de-entre-semana" y arrastrando sus moléculas por todo el mundo, recogiendo sensaciones placenteras a la vez que desagradables de cada átomo con el que se encontraban.
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Después, un intenso silencio inalterable. Y todo volvía instantáneamente a su sitio.
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Y la experiencia había sido enriquecedora: el conjuro había surtido su efecto y las palabras del libro se habían abierto como una puerta a una nueva visión del mundo.
Cuando sus sentidos recuperaron sus posiciones naturales y su ánimo se relajó, fue como si nunca nada hubiera pasado jamás. Tan sólo quedaba una ligera sensación nueva, casi inconsciente, de haber llegado más allá, de haber dado un paso en alguna dirección. Y los sentidos, de algún modo, recordaban la experiencia de la atomización, veían ahora desde el recuerdo de ese momento de explosión caótica y esa vuelta a la armonía atonal de la existencia presente. Habían sentido muchas cosas y estaban más afilados, más atentos a las señales de su alrededor, igual que la mente, que flotaba ahora como un ente abstracto capaz de ver más allá de las cosas, de atravesar su sustancia etérea y dársela de comer a los peces.
De este modo, el libro, como un dardo envenenado o una gota de cicuta, había embriagado de absenta su cerebro y había espolvoreado estricnina por su campo de ideas. Había cavado un hoyo al que huir en momentos de pánico y pintado un paisaje al que asomarse cuando pudiera relajarse.
Todo esto, de alguna manera incomprensible y cruel, hubiera podido explicar aquella sonrisa de satisfacción que, por un motivo totalmente desconocido para él, se había formado en los labios del autor en el momento en que escribió la última palabra y la colocó en su sitio. Dando sentido al futuro y creando el pasado.
Preparando un conjuro que actuaría cientos de años más tarde.

sábado, 9 de agosto de 2008

Por la calle seca y llena de personas mis labios rescataron unos sonidos de mi cabeza y los liberaron soplando silbidos. Entonces ella me dijo que parara, que si uno silba el demonio lo busca. Y si sigue silbando el tiempo suficiente, lo encuentra.
La miré a los ojos sorprendido y le contesté lo único que pude:
-Eso es una tontería. No puedo encontrarme a mí mismo.
Y la melodía siguió durante un buen rato, saliendo de las ardientes tinieblas de mi cuerpo.

viernes, 8 de agosto de 2008

Cuando ella me presentó a sus padres me sentí como si hubiera sacado mi vida de una alcantarilla y la presentara malamente adornada. Ya sabes, con flores de plástico y bisutería barata. Tratando de parecer lo que no soy o de no ser lo que parezco. Y lo único que me daba miedo era no tener que hacerlo: ser ya lo que ellos querían que fuera.
Caminaba con los cordones desatados como si nunca fuera a tropezar. Y lo cierto es que acababa a menudo en el suelo. Pero era como si siempre mirara hacia otro lado y en el fondo le diera igual. Al fin y al cabo una herida no es una herida si no duele.
Tardes de verano sabor refresco barato y soledad humeante en el asfalto pegajoso como plástico fundido. Grietas en la calzada y en los recuerdos, arena en las chanclas y entre los dientes, que chirrían como nuestra concepción del mundo. Camisetas que se te pegan a la piel y personas que se alejan de ella. Y el horizonte hirviendo en la lejanía; inalcanzable, como la felicidad. Una playa de escombros y un alma cayendo a cascotes. Salidas nocturnas y noches sin salida entre sábanas mojadas y fantasmas que zumban en las sombras. Edificios de acuarela fluyendo más allá de las ventanas del autobús. La lejanía como compañera de viaje y el horizonte como visita inesperada. Sumando cordel a mi ovillo y esperando desesperado que nadie corte el hilo. Y la vida se resume con otro refresco barato mientras el tiempo se deshace en el vaso y lo engullimos sin saborearlo.
Una pastilla y el dolor se esfuma lentamente aunque dejando huella. El dolor premeditado pero inconsciente de un día hecho de alambre de espino. Siento las alas cortadas y me golpeo contra el suelo de lo real. Como un ángel caído, como un borracho que deambula cuesta abajo y acaba junto al río.
La rutina y el decaimiento se me pegan a la piel como la humeante cal de los muros de la casa en la que mis abuelos lo empezaron todo. La soledad como única compañera de estancia -no de viaje- y la pubertad escondida en el alma entre angustias e infinito.
Pienso en aquella a quien no conozco y aúllo a la luna en el cielo sin estrellas.
Y divago y espero, y no hay amago de esmero por conseguir lo que quiero.
Nunca nadie me dijo que ningunos ojos sentaran jamás tan bien a nadie como a ti. Dos faros de un coche que se encienden en mi cerebro.
Dos disparos en la noche de húmedo calor que se arrastra sobre la piel de la agotada ciudad.