jueves, 28 de agosto de 2008

Maté la noche a tiros y luego no supe dónde esconderme para descansar. Me arrastré por los ladrillos de la fachada, resbalando hasta el asfalto mojado de agua de lluvia. Me introduje por el hueco de la alcantarilla y saludé a las ratas. Ojillos rojos en la oscuridad acechándome, calculando lo que tendría en los bolsillos. Pero yo iba desnudo y no podían vaciármelos. Y no tuve más remedio que darle la vuelta a mi piel. No fue problema porque muchos órganos innecesarios se quedaron por el camino, flotando en charcos de aceite de motor. Y seguí arrastrándome sin decir nada hasta que encontré un agujero al que pude llamar hogar. Allí el Sueño grapó mis párpados y se introdujo por mi culo, subiendo por la espina dorsal, arañándome las vértebras con finas agujas de metal que chirriaban como tizas sobre pizarras. Y soñé con vaginas escondidas entre piernas pudorosas y pezones redondos que señalaban a la luna. Obsesiones que danzaron durante horas mientras la luz bonachona de una farola enferma de óxido parpadeaba indecisa. Y poco más...

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