sábado, 29 de noviembre de 2008

Reconozco que tengo sueño.
Mis ojos se cierran y mis poros se abren, y me dejo inundar por la suave somnolencia latente en mis huesos, mientras mi sistema operativo relaja sus defensas y los virus picotean mi piel, que se deshace en el huracanado viento azucarado. Y volamos por la brisa, un pájaro de nubes cuyo canto penetra bajo las faldas de las chicas.
De algún modo, percibo el olor a pintura de mis ojos y sé que ya estoy soñando.
El corazón abierto como una piñata y los dulces escapándose de mi vientre como caramelos ventolados. Y me convierto en aquella lágrima que aplastaste contra mi chaqueta. Aquella que me hizo sentir que realmente existías. Esa gota de agua salada con que descolgaste el mar sobre mis hombros.
Y de aquel mar surgió la ciudad bajo cuyos adoquines escondimos nuestros sueños, sin saber que acabarían amontonados en barricadas. Manchados de sangre, negros por el hollín. Nunca imaginamos que aquellas calles tenían fecha de caducidad, que nuestra ciudad era un cementerio: estábamos cegados por las flores de plástico.
Pero recuerdo el brillo en tus ojos, el calor de un aliento compartido que suspira una historia a la almohada. Nuestros brazos enlazados como el mimbre, nuestros besos resonando como un timbre.
Y despierto asustado, perdido entre mi felicidad interior y el opaco amanecer helado que se aproxima. El radiador tirita de frío. Me siento en la cama, frente a la ventana que se ilumina lentamente de un rojo anaranjado. Una aguja de sol se clava en mi alma inspeccionando mis venas. Cegándome.
Y siento que la belleza de tu recuerdo, vana creación de mi mente, es mejor regalo que un rayo de sol.

lunes, 24 de noviembre de 2008

Yo tenía una pistola y él un kalashnikov.
Pero el tamaño no importa, me decía: una bala es una bala. Y yo soy más rápido, le daré primero.
Disparamos y, como dije, yo le di primero.
En todo el cuello, una herida mortal.
Pero el cabrón no disparó una, sino muchas.
Me dio por todo el cuerpo. Sobre todo en el pecho.
Joputa...
No hay nada que me dé más asco que tener semen de otro en el pecho, joder…
No hacía más que rascar mi cabeza, como si con ello quisiera suavizar mis pensamientos. La piel se revolvía y agitaba y el pelo se caía. Pero mi uña no cesaba, ni aun sintiendo rozar el hueso.

domingo, 23 de noviembre de 2008

Amar marea como mirar al amargo mar de mármol amartillado
Que con cosquillas quisquillosas cuesta cada cosa que queremos.
tranquilamente desquiciado, observo desde mi sillón de piel humana cómo mis pensamientos corretean sobre los tablones del suelo. Mis ojos dan vueltas sobre sí mismos y las imágenes se mezclan en mi cerebro con visiones de mi mente y mis órganos internos.
la madera cruje en el fuego de la chimenea y en mi cabeza el sonido se arrastra como polvo de arena a través de las venas. Las neuronas de neón se iluminan como puticlubs de carretera, llenas de sexo barato y psicosis frustradas sobre marrones moquetas mojadas.
un bebé se arrastra por el suelo utilizando brazos y piernas que en realidad todavía no tiene. Le animo diciendo: "lo que importa es el sentimiento", pero su reacción no me gusta, pues es pura química: se derrite sobre la madera escapando por las grietas de mi alma.
un francotirador inspecciona mi habitación con el ojo rojo de su rifle. Mis pupilas se detienen por primera vez en meses. En el puntero láser. Acribillo el reflejo ennegrecido en mis pupilas de un frío reproche sexual. El puntito rojo sube por mi pierna y se detiene en mi poya.
noto el calor sobre mi piel de aterciopelada porcelana y el semen brota en espasmos cuando el puntero me roza la uretra. El líquido blanquecino y lechoso se filtra al entresuelo y se extiende buscando algo que fecundar. Probablemente buscando una infección.
y mis pensamientos se esconden bajo la alfombra cuando muero. Mis ojos estáticos aún pueden distinguir sus bultos. Exploto expandiéndome por la habitación.
cubriendo cada rincón con un trozo de carne latiente.
Arranco mis sentimientos de tu corazón con ebria precisión de cirujano. Quemo tus ojos somnolientos en el calor cafeínico de mi chimenea industrial. Meo en tu boca sin extinguir las ardientes palabras con que lames mi glande.
Y mi ano vomita simpatía por la gente que no aguanto.
Pompas de jabón con olor a pedo y besos de chocolate con vómito reseco en la comisura del labio. Sabores agridulces del día a día que se difuminan en la noche de ardientes sentimientos que se deshiela goteando por mi piel.
Deja arder mis pupilas. Deja que introduzca mi alma erecta en tu cerebro húmedo. Pulsa mis lunares como si algo fuera a encenderse y desabotona mi pecho para raspar mis costillas.
Si el amor duele oiré tus chillidos.
Si el amor huele asfixiaré tus latidos.
Que se apagarán con el olor intenso de nuestra
bienaventurada depravación
(22.11.08)

lunes, 10 de noviembre de 2008

El cielo se abre en el techo de mi cuarto cuando me tumbo en la cama y la clásica me abanica. Música que libera mi alma y mis pensamientos, que desata la calma en mis sentimientos. Violines como silbidos rondando sobre mis pupilas abiertas, escurriéndose en mis oídos hasta mi cerebro. Tapizando de terciopelo las paredes, ocultando los barrotes con ramos de flores.
Floto cuando los acordes drogados de jazz desafían al silencio y trotan enloquecidos, o navegan entumecidos por la neblina de mis ojos. Tizas arañando pizarras como trompetas y largos lamentos de un saxofón ebrio de pena. Y un piano tropezando por el suelo, pisando su propia melodía.
Exploto cuando las guitarras desgarran las paredes y arañan los cristales, salto esquivando voz condensada en puñetazos y escupo mis demonios contra el cielo, desdibujado sobre el blanco del techo. Como si no hubiera suficientes sueños por quemar, añado un poco de gasolina a mi sangre. Todo sea por elevar mi humo hacia el infierno de los gritos.
Y de nuevo la calma cuando el corazón impone su propio ritmo y los músicos continúan tocando fuera de tono. Al final se silencian avergonzados cuando bajo el volumen. En ese momento, mi locura y mi cordura cesan su baile por el techo y regresan frustradas a mis dedos.
Y con un paraguas de lluvia, me enfrento con una sonrisa al día soleado.

domingo, 9 de noviembre de 2008

Los pulmones llenos de disolvente y el corazón mal aireado, esquivo el sueño mientras mi cerebro se pudre como verdura almacenada en malas condiciones. Las ratas corretean entre mis pensamientos y mordisquean un poquito de cordura. Pero lo justo como para no perder el hilo de la conversación.
Las relaciones sociales brotan entre la apatía y el malhumor, que no mueren aunque uno se esfuerce en olvidarlos. Como una cortina que no acaba de correrse, el recuerdo de experiencias pasadas contamina mis sentidos.
Pasos: mordiscos sobre el asfalto para continuar adelante. Aunque el suelo desaparezca bajo mis pies.
La gravedad se ceba hoy conmigo: me obliga a doblarme hacia el suelo, los pelillos de mi barba rozando las grietas de la calzada. Mi espinazo partido cruje como pan tostado y mis costillas sobresalen detrás de mi piel intentando saludar a los paseantes. Bailoteo de huesos sin ritmo ni melodía, vaivén de miradas.
Y mi estómago chilla después del sepuku de anoche. Litros de alcohol intoxicando mi sangre, litros de cáncer goteando en el suelo verdoso del servicio.
En mi mente, abrazos olor canela y besos sabor a menta. Pero soledad esculpida en cada rostro sonriente, moral impregnada en cada mirada. Y pechos demasiado inmaduros como para merecer un beso. Un beso que destruiría el mundo.
Dedos que acarician y brazos que ahorcan. Mi piel se irrita, burbujeando ante el calor de la fría noche estrellada contra el cielo. Y la lluvia de cristales que anega mi vientre suena como maracas mientras caigo al vacío.
Lejano se oye el temblor de una cuerda de guitarra. Tan lejano que lo siento dentro de mí.
A estas horas ya no sé lo que siento, pero la vida es dulce cuando no distingues los sabores.
Escribí con furia mi odio en un papel y lo dejé escapar a través de mi piel.
Dicen que es un virus, pero yo sólo siento mariposas.

lunes, 3 de noviembre de 2008

No te quise más que a nadie, nunca te adoré. No me sentí mal cuando todo se rompió. No miré al cielo azul y lo vi gris. No pensé que la arena me llegara al cuello. No me costó respirar. No fluyeron mis lágrimas desde mis ojos al desagüe en el fregadero. No se volvió frío mi reflejo en el charco. No hubo menos viento agitando mi piel. No se rompieron mis lazos con los amigos de los demás. No se silenciaron las canciones, ni sonaron de más lejos. No sentí que la mentira fuera verdad. No dejé nunca de creer en nada de nada.
Pero sí que me escurrí por el empedrado cuesta abajo.
Entre piedrecitas y cristales.
Cada vez más lejos.
De mí mismo.

sábado, 1 de noviembre de 2008

No sé si me duele la cabeza pero la noto llena de hormigas. Mordisquean con fría ansia de insecto mis conexiones neuronales. Puedo sentir cómo mi memoria se desvanece y los agujeros negros crecen como cráteres. Nubes de neuronas flotan formando ideas entre el caos y la lluvia, hasta que se dispersan como multitudes poco convencidas. El agua que resbala por mi cuerpo no consigue llevarse este sentimiento.
Soy como un campo de pruebas militares: aquí mi piel se enfrenta a mis huesos, arañando las articulaciones con poca dulzura. Allí mis ojos se descuelgan como bolas de demolición y demuelen mis dientes, que caen astillados al suelo y se clavan en la tierra como flechas del ejército enemigo. Pero no hay ejército enemigo, el enemigo está siempre dentro.
Voy a ir a las vías del tren para lamer los fríos raíles de acero.
NEcesito calma.
Andaba por la calle sin sentido ni dirección cuando comprendí que no veía nada. A través de los cristales de mis gafas y de los cristales de mis ojos las imágenes se perdían difuminándose en colores cada vez más apagados. No es que hubiera niebla pero lo veía todo nublado. Las imágenes me atravesaban y se estampaban contra mi retina como huevos lanzados contra una pared. Y daba igual que me esforzara achinando los ojos, pues los contornos se escurrían hasta hacerse imperceptibles.
Y perdido caminé hasta caer la noche.