El cielo se abre en el techo de mi cuarto cuando me tumbo en la cama y la clásica me abanica. Música que libera mi alma y mis pensamientos, que desata la calma en mis sentimientos. Violines como silbidos rondando sobre mis pupilas abiertas, escurriéndose en mis oídos hasta mi cerebro. Tapizando de terciopelo las paredes, ocultando los barrotes con ramos de flores.
Floto cuando los acordes drogados de jazz desafían al silencio y trotan enloquecidos, o navegan entumecidos por la neblina de mis ojos. Tizas arañando pizarras como trompetas y largos lamentos de un saxofón ebrio de pena. Y un piano tropezando por el suelo, pisando su propia melodía.
Exploto cuando las guitarras desgarran las paredes y arañan los cristales, salto esquivando voz condensada en puñetazos y escupo mis demonios contra el cielo, desdibujado sobre el blanco del techo. Como si no hubiera suficientes sueños por quemar, añado un poco de gasolina a mi sangre. Todo sea por elevar mi humo hacia el infierno de los gritos.
Y de nuevo la calma cuando el corazón impone su propio ritmo y los músicos continúan tocando fuera de tono. Al final se silencian avergonzados cuando bajo el volumen. En ese momento, mi locura y mi cordura cesan su baile por el techo y regresan frustradas a mis dedos.
Y con un paraguas de lluvia, me enfrento con una sonrisa al día soleado.
Floto cuando los acordes drogados de jazz desafían al silencio y trotan enloquecidos, o navegan entumecidos por la neblina de mis ojos. Tizas arañando pizarras como trompetas y largos lamentos de un saxofón ebrio de pena. Y un piano tropezando por el suelo, pisando su propia melodía.
Exploto cuando las guitarras desgarran las paredes y arañan los cristales, salto esquivando voz condensada en puñetazos y escupo mis demonios contra el cielo, desdibujado sobre el blanco del techo. Como si no hubiera suficientes sueños por quemar, añado un poco de gasolina a mi sangre. Todo sea por elevar mi humo hacia el infierno de los gritos.
Y de nuevo la calma cuando el corazón impone su propio ritmo y los músicos continúan tocando fuera de tono. Al final se silencian avergonzados cuando bajo el volumen. En ese momento, mi locura y mi cordura cesan su baile por el techo y regresan frustradas a mis dedos.
Y con un paraguas de lluvia, me enfrento con una sonrisa al día soleado.
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