domingo, 21 de octubre de 2007

Muerte en prisión

Su último aliento expiró con el estruendo del batir de alas de una mariposa negra. El cuerpo vacío de vida quedó tirado sobre las frías baldosas de la antigua prisión, la postura de sus extremidades retorcida como la de una marioneta rota. En el negro inerte de sus pupilas la ventana de gruesos barrotes se reflejaba como la entrada a un mundo lleno de luz.
Todo en su cara resultaba desagradable, en especial los dientes, que asomaban provocadores de unos labios mordisqueados y secos que permanecían anclados en una última sonrisa desquiciada.
El guardia que descubrió el repugnante cadáver diría horas más tarde a un desconocido en un bar, mientras con mirada perturbada examinaba las gotitas de condensación que recubrían el cristal de su bebida, que la expresión del muerto era la de quien reconocía a un ser querido.
Pronto se formó la leyenda de que el diablo en persona había visitado en su lecho de muerte al preso, aunque la historia fue cayendo poco a poco en el olvido, aplastada por la rutina del presidio.

sábado, 13 de octubre de 2007

Jazz nocturno

El lamento del saxofón revoloteó sobre la espuma de mi cerveza y se entremezcló con el humo del cigarrillo que se consumía entre mis dedos, antes de estallar llenando todo el bar de luz y desaparecer después lentamente como el zumbido de un tren que se aleja. Entonces el rasguido quemado del chelo emergió de entre los tablones del suelo y el ritmo nos inundó a todos como una ola de embriaguez. Casi consiguió levantarme el ánimo, pero no. Las notas del piano empezaron a caer sobre nosotros con el repicar de una lluvia que empapaba nuestras almas. Los labios de la cantante se separaron lentamente.

Yo estaba sentado solo frente al escenario, más o menos en el centro del local, y desde mi sitio podía intuir cómo sus labios oscuros se despegaban sensualmente, con suavidad, aunque no puedo saber hasta qué punto la imagen era fruto de mi fantasía. Entonces, como si surgiera de todas partes a la vez, como si hubiera estado todo el rato escondida en las sombras de los rincones, su voz empezó a resonar sobre mi piel. En cuanto la oí empecé a sentir el calor dentro de mí, un calor que expulsaba lejos los problemas y me liberaba de mí mismo. La voz de la melancolía, el temblor de la llama de una vela.

Ahora el saxo se limitaba a mantenerse en el aire envolviendo el suave canto de la chica, que se contorsionaba lentamente como una serpiente, al son del deseo de un amante escondido. Las lentejuelas de su vestido relucían intermitentemente como un firmamento lleno de estrellas. En mi mente estalló el deseo por su piel negra: casi podía sentir su tacto suave cuando una lengua de voz entró cariñosa en mis oídos. El piano, como una máquina de escribir, susurraba una historia a través de pausados acordes, una historia triste de desamor que parecía dirigirse a la voz de la cantante, suplicándole que nunca dejara de cantar esa melodía. Sin embargo, en un caprichoso crescendo rematado por unas últimas notas apenas susurradas, la canción terminó. Yo ni siquiera parpadeaba.

Todo en el bar se detuvo: el hombre que dirigía una cerilla a su puro, el camarero que estaba a punto de llenar una copa y la chica que recogía los vasos vacíos de una mesa cercana a la mía. Todos la miraban a ella, esperando que volviera a comenzar, que volviera a darnos vida con su voz como si fuéramos juguetes de cuerda que no pueden subsistir sin ayuda de una mano ajena. Todos nosotros necesitábamos su voz, deseábamos que nos diera cuerda.

Empezó otra canción y la magia reapareció como un recuerdo borroso. Dejé de contener la respiración y me abandoné a su hechizo. Un ruido en la mesa me devolvió a la realidad: era Charlie Rouse, que había pegado un trago a mi cerveza. Ni siquiera me había dado cuenta de que había entrado.

-¿Qué quieres?

-El Jefe quiere verte.

De algún modo ya presentía que este repentino bienestar que yo experimentaba no podía durar demasiado: en cuanto vi a Rouse supe que traía malas noticias.
-¿De qué se trata?
-Hay que apretarle las tuercas a alguien. El Jefe te lo explicará todo.
Y de repente ya no podía quedarme allí y escuchar la música. No podía escapar de mí mismo y desaparecer en las sensaciones que le música me producía. La vida real, personalizada por un tipo grueso y de voz ronca, había tomado de nuevo el control de la situación: yo volvía a ser el matón de poca monta que siempre había sido y se esperaba de mí que fuera un asesino implacable y un perro fiel. ¿Por qué no me había hecho músico cuando tuve la ocasión? Me levanté apartando la silla con la mano, me acabé la cerveza de un trago y aplasté el cigarrillo contra las cenizas del cenicero como si estuviera aplastándole el cráneo a Rouse contra la mesa por interrumpir mi descanso. Con el sombrero en la mano me di la vuelta, lancé una última mirada al escenario y busqué su mirada. Juro por Dios que si ella me hubiera mirado a los ojos nadie hubiera podido sacarme vivo de aquel bar, pero no fue así: ella siguió cantando para sí ante las pocas personas que estábamos en el local y me calé el sombrero antes de marcharme por la puerta a una fría noche de invierno.

lunes, 8 de octubre de 2007

El dilema de Sandra

Sandra cruzó el parque meneando las caderas. Había un grupillo de chicos de su insti cacareando en un banco y al pasar a su lado la miraron descaradamente. Pasó de largo sabiendo que el movimiento de sus ya abultados pechos los volvía locos y se acercó al coche de su nuevo novio. Se apoyó en la ventana abierta de manera que pudiera exhibir su culo perfecto y ponerles los dientes largos a esos gilipollas. Que se mataran a pajas, porque ese culo no lo iba a tocar ninguno.

Luego se acomodó en el asiento y le pegó un buen morreo al chaval. Miguel, creía que se llamaba. Qué más da, lo importante es poder dar una vuelta por el centro en coche. Sandra se había acostumbrado en el último año a que la llevaran a todas partes y disfrutaba viendo cómo las pavas de su clase la envidiaban por ser tan guay. Que les jodan, son unas estrechas: si quieres ir en coche tienes que dejarles por lo menos que te soben las tetas. Si no, te tachan de calientapoyas y cojen a otra que sí se deje. Ni hablar.

Dejando atrás una calle tras otra, con la radio a todo volumen, Sandra miraba a la gente que caminaba por las aceras y se sentía superior, pues ella sola había conseguido quedar por encima de todos los demás: había conseguido que la llevaran en coche. Es como que te lleven en brazos, pero a toda hostia y vacilando. Sólo el hecho de pensarlo le excitaba y empezó a frotarse el culo contra el cuero del asiento.

Marcos, que era definitivamente como se llamaba el tío, le preguntó si estaba incómoda, pero ella le puso la mano en la pierna y le dijo sonriendo que es que las bragas le molestaban. Eso lo volverá loco. Aunque de todas formas todavía le queda bastante hasta que le deje ir más allá. Y que ni piense en follar, no mola lo suficiente como para perder la virginidad con él.

Desde que su cuerpo empezó a tener verdaderas formas de mujer a los quince, Sandra había comprendido un par de cosas: primero, que cualquier chico haría lo que fuera por meterse entre sus piernas y segundo, que si cualquier chico lo hacía, la llamarían guarra. Había que saber contenerse y mantener la reputación: no dejar que ningún cayo fuera por ahí diciendo que le echó mano a las bragas, o todos los imbéciles de primero pensarían que era una tía fácil. Hay que parecer intocable, aunque si el tío está bueno y te paga unos chupitos, puedes dejarle que se divierta un poco. Después de todo, no va una a dejar que se desperdicie un culo así. Pero que se lo curren, que te traten como a una reina.

Pensando esto, Sandra permanecía embobada y ni siquiera prestaba atención a la ruta que seguía el coche. Cuando vio la zona en la que estaban se empezó a poner nerviosa y le preguntó a Marcos a dónde iban. Él contestó que a un sitio donde pudieran estar solos.

-¿Por qué no me llevas mejor al cine? Seguro que ponen algo que mole.

-Nah, el cine es un rollo. Mejor nos quedamos en el coche, aquí podemos hablar tranquilamente y escuchar un poco de música. Además, me he traido para echar unos petas.

Sandra accedió de mala gana pero no pudo evitar mirar de reojo al cielo: era tarde y en media hora empezaría a ser de noche.

Un rato después, tras fumar un poco de hachís que, la verdad, estaba bastante seco, Sandra empezó a notarse ya algo fumada y eso le preocupó, porque tampoco quería hacer ninguna tontería y tenía que mantener a raya a Marcos, que desde hacía un rato ponía su mano sobre su pierna aunque ella se la apartara con una sonrisa. Al final se enrollaron. Después de todo, no besaba mal el chaval.

Ya era de noche y la farola más cercana estaba bastante lejos. Marcos había subido ya las manos de su pierna a su cintura y dentro de poco empezaría a tocarle los pechos. Estaba claro que el cabrón se había buscado un sitio íntimo. "Oye, creo que deberías llevarme ya a casa, mañana tengo clase y no quiero que mis padres me echen la bronca". Él la miró como si ella estuviera bromeando y le dijo que no fuera tonta, que dentro de un rato la llevaba, que no era tan tarde.

Sandra accedió a quedarse un ratillo más y se justificó a sí misma pensando que ya había hecho los deberes y que hoy su madre tenía turno de noche en el hospital y no se enteraría de nada hasta el día siguiente. Papá es fácil de torear, si le pongo cara de niña buena probablemente no dirá nada. Lo único malo era que no podía volver apestando a porro.

Seguían enrollándose y Marcos le estaba pegando un buen sobe a sus tetas, lo cual la incomodaba bastante. Con este no vuelvo a quedar, se dijo, no sé quién se ha creído que es para tratarme como a una guarra. Aun así, siguió jugueteando con su lengua y dejando que él le lamiera un poco el cuello. Al fin, Sandra pensó que ya era suficiente: quería irse ya. Marcos, que estaba totalmente excitado por lo que él consideraba los preliminares, tardó bastante en apartarse cuando ella intentó cortar.

-¿Qué pasa?

-Quiero que me lleves ya a casa.

-¿Qué dices?

-Que me lleves ya, joder, que es muy tarde.

Marcos, sorprendido, parecía empezar a comprender que la chica a la que estaba metiendo mano no quería más y se sintió decepcionado.

-¿Ya está?

-"¿Ya está?" ¿qué más quieres? No soy una guarra, joder, no me puedes tratar así.

-¿Qué dices? Pero si pensaba...

-¿Qué? ¿que soy una tía fácil? Pues te has equivocado chaval, a ver quién te crees que eres...

-No, es sólo que creía que tú también querías. El otro día en el bar no dejabas de tocarme y antes dijiste lo de las bragas y eso...

-¿Es que una no puede divertirse simplemente? A ver si te crees que el que me enrolle contigo te da derecho a manosearme. Y ahora -hizo un gesto determinante con la mano-, a casa.

Marcos se había quedado de piedra. Su cara había cambiado y ya no era sorpresa lo que se veía en sus ojos. Ahora la miraba de manera distinta: no estaba enfadado, ni decepcionado, era algo mucho más profundo que todo eso... Su mirada la estaba condenando, estaba juzgándola. Era una mirada de desprecio:
-No eres más que una calientapoyas. Te mola subirte a los coches de los tíos, ponerlos cachondos y luego nada, ¿no? Ahora te llevo a casa, no te preocupes.

Marcos encendió el motor y las luces y el descampado se iluminó delante de ellos. El coche salió a la carretera que había al final y Marcos apagó la radio irritado, dejando a Sandra a solas con su vergüenza. Ella creía haberle escuchado mascullar algo así como "puta niñata", pero tampoco estaba segura. Una pregunta le golpeaba ahora constantemente en la cabeza: "¿y ahora qué van a decir de mí en el insti?" Parecía que al final Sandra había calculado mal y había dado una imagen de chica sexualmente dispuesta, cosa que no era en realidad. O sea que ahora iba a ser el hazmerreír de todo el instituto: todas las tías la señalarían y tacharían de estrecha, a pesar de que ellas habrían hecho lo mismo. Lo harían simplemente por reírse de ella, por bajarle los humos. Iba a ser un linchamiento social: se quedaría con la fama y luego todos se acordarían de Sandra, la tía esa que iba de pibón y sólo era una calientapoyas. Y antes de eso le esperaban otros tres años de clase en el instituto, que sería un infierno, y eso sólo si no resultaba que en la universidad había alguien que la conociera. En ese caso iba a estar marcada de por vida. No podía permitirlo, tenía que hacer algo.

Marcos conducía con un cabreo de la hostia, estaba deseando dejar a la puta niñata en su barrio y olvidarse del tema. "Me molestan las bragas", había dicho la muy zorra. ¿Y se suponía que eso no significaba nada? No me jodas...

-Marcos.

La miró irritado.

-¿Qué?

-Para el coche.

-¿Por qué? ¿Dónde? No me jodas, ¿ahora qué quieres, no ves que vamos por la carretera?

-Salte por ahí, como yendo a la uni.

Marcos suspiró, pegó un acelerón y entró en la zona universitaria preguntándose por qué coño no la mandaba a tomar por culo y la dejaba en su puta casa. Aparcó junto a unos setos bastante altos, miró a Sandra y le dijo "y ahora qué".

Sandra, en silencio, mantenía los ojos en el suelo. Se giró despació, siempre mirando hacia abajo, y muy lentamente se inclinó y le abrió la bragueta a Marcos. Con cuidado le sacó la poya y la sujetó: estaba un poco pringosa, con el capullo medio fuera. Marcos tragó saliva y Sandra empezó a masturbarlo muy despacio, subiendo y bajando la mano mientras lo besaba en la boca. Marcos suspiraba y acariciaba con su mano el pelo de Sandra. Después empezó a hacer un poco de presión y, al no notar demasiada resistencia, dirigió la cara de Sandra hacia abajo. Sus labios rodearon su pene y él cerró los ojos.
.... .... .... .... .... ....
Al día siguiente, Sandra fue muy avergonzada al instituto: no debía haberlo hecho, aunque fuera por mantener su reputación. Ahora se sentía sucia, no le había gustado nada. Menuda mierda, ahora tendré que cruzármelo por los pasillos y me mirará sabiendo lo que pasó. Me odio. Soy más tonta...
Así llegó Sandra al insti, subió las escaleras y saludó a unas chicas de su clase. Dejó su mochila en el respaldo de la silla y se fue al baño. Se estaba lavando las manos cuando una chica de la clase de al lado -era la hermana de Marcos- apareció detrás de ella en el espejo:
-Espero que te laves bien con jabón, no sea que te huelan las manos a poya.
A Sandra le entró pánico:
-¿Qué dices?
-Digo que ayer mi hermano me dijo que eras mazo de guarra y que le hiciste una paja.
Sandra se puso colorada:
-¿Pero qué dices? Eso se lo ha inventado.
-¿Sí? Pues no es lo que él dice, y los de mi clase te vieron ayer meneando el culo por el parque como una puta barata. Dicen que te montaste en el coche como una guarra.
-Pueden decir lo que quieran, me da igual: yo sé que es mentira.
-Seguro -la chica empezó a pavonearse mientras salía al pasillo y decía en voy muy alta-, no te preocupes: ya se ha encargado mi hermano de decirles a todos que la chupas bien, puede que a partir de ahora te ganes una pasta chupándole el rabo a los de bachillerato. Parece que se lo han ido contando unos a otros por el Messenger.
Sandra salió detrás de ella al pasillo y trató de hacer que se callara, pero venían ya los profesores y no hizo falta:
-Venga, las dos a clase -dijo el de Matemáticas, que esperó a que Sandra entrara en el aula.
Al entrar, esta vio cómo todos la miraban riéndose de ella: todos lo sabían. Sólo el profesor ignoraba esta incómoda situación. Sandra se sentó en su mesa y al ir a sacar sus cosas vio que en su mesa ponía: "eres una zorra". Cuando las chicas vieron su cara al leerlo se empezaron a reír en voz alta. El profesor mandó callar y Sandra empezó a llorar en silencio, antes de salir corriendo al baño.
-¿Qué te pasa, Sandra? -y luego a la clase- ¿le pasa algo?
Miryam, con una sonrisa enorme, aclaró la situación al profesor:
-Le habrá sentado mal algo que ha comido.
Y todos se rieron otra vez. Eran risas afiladas como cuchillas, preparadas para un auténtico linchamiento.

Una bella mañana

Me paso la lengua por los dientes. Noto un fuerte sabor a sangre en los incisivos superiores. La piel de mi cara está hinchada y siento como si llevara una aguja clavada en cada poro.

El sudor corre por mi frente y percibo el olor salado o ácido de mi piel.

Miro hacia arriba y veo el maletero de un coche y el capó de otro. Los veo desde abajo porque estoy tirado en el suelo, con uno a cada lado. Intento darme la vuelta y mis costillas se resienten. Mi mirada se pierde en una mancha de pis seco que rodea la rueda más cercana a mi cabeza.

Tengo el pie encajado de alguna manera contra el bordillo y al intentar moverlo me cago de dolor, así que al final desisto: la postura no es tan incómoda, siempre puedo esperar a que muevan el coche. O podría quedarme aquí, da igual.

Empieza a entrarme sueño, me noto agotado y mis párpados echan el cierre.

De hecho, aquí se está bastante bien.