sábado, 13 de octubre de 2007

Jazz nocturno

El lamento del saxofón revoloteó sobre la espuma de mi cerveza y se entremezcló con el humo del cigarrillo que se consumía entre mis dedos, antes de estallar llenando todo el bar de luz y desaparecer después lentamente como el zumbido de un tren que se aleja. Entonces el rasguido quemado del chelo emergió de entre los tablones del suelo y el ritmo nos inundó a todos como una ola de embriaguez. Casi consiguió levantarme el ánimo, pero no. Las notas del piano empezaron a caer sobre nosotros con el repicar de una lluvia que empapaba nuestras almas. Los labios de la cantante se separaron lentamente.

Yo estaba sentado solo frente al escenario, más o menos en el centro del local, y desde mi sitio podía intuir cómo sus labios oscuros se despegaban sensualmente, con suavidad, aunque no puedo saber hasta qué punto la imagen era fruto de mi fantasía. Entonces, como si surgiera de todas partes a la vez, como si hubiera estado todo el rato escondida en las sombras de los rincones, su voz empezó a resonar sobre mi piel. En cuanto la oí empecé a sentir el calor dentro de mí, un calor que expulsaba lejos los problemas y me liberaba de mí mismo. La voz de la melancolía, el temblor de la llama de una vela.

Ahora el saxo se limitaba a mantenerse en el aire envolviendo el suave canto de la chica, que se contorsionaba lentamente como una serpiente, al son del deseo de un amante escondido. Las lentejuelas de su vestido relucían intermitentemente como un firmamento lleno de estrellas. En mi mente estalló el deseo por su piel negra: casi podía sentir su tacto suave cuando una lengua de voz entró cariñosa en mis oídos. El piano, como una máquina de escribir, susurraba una historia a través de pausados acordes, una historia triste de desamor que parecía dirigirse a la voz de la cantante, suplicándole que nunca dejara de cantar esa melodía. Sin embargo, en un caprichoso crescendo rematado por unas últimas notas apenas susurradas, la canción terminó. Yo ni siquiera parpadeaba.

Todo en el bar se detuvo: el hombre que dirigía una cerilla a su puro, el camarero que estaba a punto de llenar una copa y la chica que recogía los vasos vacíos de una mesa cercana a la mía. Todos la miraban a ella, esperando que volviera a comenzar, que volviera a darnos vida con su voz como si fuéramos juguetes de cuerda que no pueden subsistir sin ayuda de una mano ajena. Todos nosotros necesitábamos su voz, deseábamos que nos diera cuerda.

Empezó otra canción y la magia reapareció como un recuerdo borroso. Dejé de contener la respiración y me abandoné a su hechizo. Un ruido en la mesa me devolvió a la realidad: era Charlie Rouse, que había pegado un trago a mi cerveza. Ni siquiera me había dado cuenta de que había entrado.

-¿Qué quieres?

-El Jefe quiere verte.

De algún modo ya presentía que este repentino bienestar que yo experimentaba no podía durar demasiado: en cuanto vi a Rouse supe que traía malas noticias.
-¿De qué se trata?
-Hay que apretarle las tuercas a alguien. El Jefe te lo explicará todo.
Y de repente ya no podía quedarme allí y escuchar la música. No podía escapar de mí mismo y desaparecer en las sensaciones que le música me producía. La vida real, personalizada por un tipo grueso y de voz ronca, había tomado de nuevo el control de la situación: yo volvía a ser el matón de poca monta que siempre había sido y se esperaba de mí que fuera un asesino implacable y un perro fiel. ¿Por qué no me había hecho músico cuando tuve la ocasión? Me levanté apartando la silla con la mano, me acabé la cerveza de un trago y aplasté el cigarrillo contra las cenizas del cenicero como si estuviera aplastándole el cráneo a Rouse contra la mesa por interrumpir mi descanso. Con el sombrero en la mano me di la vuelta, lancé una última mirada al escenario y busqué su mirada. Juro por Dios que si ella me hubiera mirado a los ojos nadie hubiera podido sacarme vivo de aquel bar, pero no fue así: ella siguió cantando para sí ante las pocas personas que estábamos en el local y me calé el sombrero antes de marcharme por la puerta a una fría noche de invierno.

2 comentarios:

Anónimo dijo...
Este comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.
Anónimo dijo...

¿Cómo describir una canción de jazz? Ésta suena bastante bien. Sigue tocando, el blog mejora con cada nota (siempre has tenido buenas manos). Yo te seguiré escuchando.