lunes, 29 de diciembre de 2008

Te atrapé cinco sentidos y un placer con mi lengua y los esparcí por todo tu cuerpo. Tristes olas ardían sobre tu piel mientras tus ojos se convulsionaban. Y pensé que lo que salía de tu boca era espuma. O ácido.
Me dijeron que tus pecas eran de LSD y nunca les creí hasta que las chupé una a una. Entonces comprobé que, como los sapos esos, tu sabor era adictivo y el placer interminable. Tu angustia chorreaba sobre mí y me purificaba. como las mejores lluvias.
Intenté disfrutar de la melancolía de tu presencia mientras presentía un presente insulso. Y la realidad cotidiana amenazaba más allá de la cama, por lo que me negaba a salir de allí. Eché raíces sobre el somier y me anclé en tu vagina. Escondido en tu cuerpo para no volver al mío. Perdido en lo profundo de una mirada a través del humo de un bar de copas. Dulce como sólo contigo podía serlo.
Y arranqué mi pasado de tu piel a la vez que sacaba mi alma de tu coño.
Y desaparecí como el aliento de un moribundo
para no volver jamás.

sábado, 27 de diciembre de 2008

Siento que ya he estado aquí.
Haciendo lo mismo que hago ahora.
Con la cabeza ocupada en las mismas cosas.
Es una sensación que ya conozco:
una sensación que proyecté hacia el futuro y ha regresado con el tiempo,
rebotada desde el final,
desde mi muerte.
Debería ser capaz de calcular el tiempo que me queda.
Seguro que es una operación bastante simple.
Lástima que sea de letras.
Luz azul y artificial
Ilumina la habitación como una pecera
Mientras floto en la oscuridad
Que se escurre por el techo
Negro siento mi cuerpo
Dulce mi sangre que me recorre
Y sentimientos de recién nacido
Brotan como flor en mi pecho
Agua llena mis ideas
Siento sólo las caricias
De las olas que en mareas
Trae este mar de delicias
Me da miedo quedarme en silencio por la noche y oír mi respiración insomne, mi sueño velado. Aparecer y desaparecer en mi habitación como una luz intermitente. Iluminar sueños y pesadillas con la luz del baño mientras meo. Y volver a la cama sabiendo que aunque me hunda en ella pronto saldré a flote otra vez.
Despierto y escribo unas líneas que me cruzan la cabeza; el transiberiano de la medianoche que atraviesa los recuerdos diarios. Y mis ojos legañizos se atontan con la luz y se espabilan en la oscuridad.
Creo que mi piel brilla cuando cierro los ojos, pero nunca puedo verlo porque se apaga cuando los abro. Es lo mismo que me pasaba con la luz del frigorífico, aunque un día conseguí verla dejando entornada la puerta.
Tanto esfuerzo sólo para quitarle un poquito más de magia al mundo…
Como si nos sobrara, digo yo.
Sé mi musa para poesía difusa
Sé el sabor de mi sobria sonrisa
Sé suave sin saber sólo serlo
Y silba sedosa sobre tu entreabierta blusa.
Echaste una mirada por encima de mi hombro y miraste al horizonte. Seguramente para ver el final de nuestra relación en el espejo de la pared. Yo también lo estaba viendo, pero reflejado en la pared de mármol como una sombra oscura y difusa.
No había ninguna salida y caíamos en picado mientras el tiempo estallaba en las esferas de los relojes. Minuteros y otras agujas se clavaban en mi piel y comenzaban a moverse de nuevo con su ritmo interno, sólo que esta vez arañando el músculo y rasgando mi vida.
Sentí cómo mis pupilas se derretían en el iris color de miel y se escurrían por mis mejillas. Pero no es que estuviera llorando. Sólo vaciaba de agua mi cuerpo para secar mis sentimientos. Y cocido al sol sentí que la última gota se evaporaba y volvía a ser feliz.
Sí, seco al calor de la mañana, olvidé tu aliento frío y pude volver a dormir.
Insomne sí, pero no sin sueños.

viernes, 26 de diciembre de 2008

Cada palabra de mi vida era un mueble de aquel cuarto, cada idea un centímetro de papel de pared. Problabemente mis pecados eran las flores frescas de aquel jarrón y mis deseos los pétalos secos que se arremolinaban sobre el mantel. El moho de la bañera era mi estancia en la guerra, mis opiniones políticas una pila de periódicos olvidados junto al sofá. Y la colcha agujereada de la cama, olvidada e inerte como mi vida sexual.
Era un cuartucho de soltero, un final para un camino solitario, y los rajados cristales no encajaban en las ventanas, como no encajaba el cuerpo de ella allí.
Irreal por inerte y real por su muerte, aquella piel azulada era una melodía discordante que estropeaba la sinfonía, pobre pero hermosa, de aquel cuarto sin nombre. Anónimo mas no indiferente, iluminaba el sol aquella esquina igual que harían las farolas llegado el momento, y la luz parecía lamer deleitada aquellas piernas que colgaban ahogadas tan lejos de la bañera.
Era un misterio cómo el oxígeno le había faltado. Había miles de hipótesis, como cientos de coches circulando por la avenida, pero ninguna parecía llevar a un destino correcto. Y el fresco de la ventana se condensaba en sus pestañas convertido en el rocío de la mañana que ella nunca vería; convertido en perlas relucientes en torno a sus verdes esmeraldas aguadas. Terrible, como la mirada que formaban sus ojos. Terrible por sincera, terrible por ausente, terrible por apuntar a aquel clavo saliente, del cual colgaba un trapo enredado.
Y el misterio de su muerte, evidente para los muebles como para la bombilla (inocente) del techo, flotaba como un susurro en el viento calmo que inspeccionaba el lugar. Viento que salió por debajo de la puerta y se acurrucó en la moqueta al calor de un radiador.

lunes, 22 de diciembre de 2008

Corro, sabiendo que no tiene sentido, mientras el plomo susurra silbando a mi alrededor y siento el roce desgarrado del calor de una bala. Clavada en una pared de hotel convertida en ruina anónima, mi espalda se aprieta contra la cal descarada, que, blanca, revela mi posición al destacar, negra, mi ropa. Como un collage abstracto de muerte y pureza, mi sangre rojiza se escurre por el muro y empapa la tierra que, embarrada con mi vida, se secará con mi muerte.
Tu recuerdo empañaba el cristal de mis gafas y tuve que limpiarme los ojos para ver con claridad. Sentí sobre mi piel una fría lluvia de cristales que me recordaba que debía seguir atento a la carretera, en la que el morro de un coche enemigo se acercaba agresivo y cariñoso a la vez. Tan cerca que mi carrocería se abollaba, intentando dejar pasar aquel falo de acero que atravesaba el motor. Como un barco partido por un iceberg, mi coche y mi cuerpo se abrieron por la mitad, dejando escapar mi consciencia en una nube de mariposas purpúreas que bañó la depresión de la carrocería.
Tal fue el impacto de tu presencia sobre mis cristales. que me quedé colgado en el aire. Como una marioneta, como las estrellas en la noche. Sólo que los hilos eran mis venas, que salían de mis ojos y por ellos me desangraba. Y una niña tiraba de ellos viendo cómo goteaba roja mi vida.
Todo sucedió ante la atenta mirada de una mujer tuerta que, sentada sobre una montañita de calaveras infantiles, le arrancaba los deditos a un niño como quien deshoja margaritas.
Mientras, susurraba con voz embarrada:
“me quiere… no me quiere… me quiere… no me quiere…”.
Y nunca se acababan los deditos.
Un chirrido suave pero estrepitoso salía de tu mirada cuando me reprochaste lo que había hecho con aquella chica. La clavé con mi alma contra aquella pared. Y allí la dejé, indefensa, mientras recorría su piel lubricada como una juguetona infección. Lamiendo sus heridas para sacarles la pus, chupando sus venas y hasta el tuétano de los huesos. Plomo hirviendo fueron tus palabras, que marcaron mi espalda como látigos de neón, mientras tu melena de alambre de espinos atragantaba mi garganta y me hacía vomitar. Una lluvia de chinchetas se esparció como mucosa sobre el suelo de cobre.
Arañaste mis manos y arrancaste los huesos de las articulaciones de los dedos: falange tras falange, sólo que fueron todas a la vez. Y adiós a lo de tocar el piano. Y adiós a lo de explorar tu vagina. Y ya sólo me quedaba un pene arrastrado por paredes de cal y unos ojos envidriados que se descascarillaban como huevos de gorrión.
Para mi desesperación, esquivaste mi metáfora -directa al corazón- y machacaste con un cascote mi cráneo saturado. Cientos de lombrices suspiraron en la noche tibia mientras devoraban mi cuerpo a la luz de la luna
y las ruedas de los coches se arrastraban por el asfalto dejando un triste olor a goma quemada.
Nunca quisiste verme en estas condiciones, pero no fuiste capaz de apartar la mirada.

Raro

En la esquina, a la puerta del bar, afilé mi mirada como un cuchillo y probé a pinchar a los transeúntes. Nadie pareció notar nada pero más de uno se fue desangrado. Después me calé el sombrero sobre los hombros y me lancé sobre la multitud, cayendo en picado desde la altura de tres escalones. Atravesé sus cuerpos tan suave como el aire a través de los pulmones y arranqué carteras y vacié bolsillos. A alguno incluso le dejé la piel del revés. Pero nadie tosió mi presencia.
Y frío como los dedos del viento fue mi roce sobre tu nuca. La tuya, preciosa y morena, que era mayor tesoro que cualquier moneda de plata.
A ti te robé el corazón, lo cambié por una lata
y lo puse en mi altar de amapolas
clavado sobre una patata.

sábado, 20 de diciembre de 2008

Una frase escondida en un libro te hizo salir a buscarme. Intercambiamos palabras que llevaron tu culo a mi sofá, tu boca a la mía y mis dedos a tu ombligo. Luego tejiste una lágrima en mis ojos y dejaste de leer mis labios. Entonces llegó ella, escondida tras un muro de reproches que no alcancé a derrumbar, siquiera a hacer un ventanuco. Miré a través y susurré sentimientos sin sonido que rebotaron en el eco de su niebla. Pero mis palabras jamás llegaron más allá y ella desapareció en la lluvia.
Y ahora, seco mi arroyo de palabras, recojo apesadumbrado restos de comida entre las páginas de libros que no alimentan salvo mi resentimiento. Mi corazón seco arde en mi tronco como la leña humeante de la chimenea. Y noto cómo cada latido se apaga con calma, extinguiéndose como los animales del bosque. Ardiendo entre los edificios manchados de hollín.
Y remuevo la ceniza con un palo, esperando en vano un ave fénix, antes de alejarme con la cabeza hundida entre los hombros. Hundida como un barco en el fondo de una bañera. Un barco fantasma con invisible tripulación de plástico.
Me da miedo quedarme en silencio por la noche y oír mi respiración insomne, mi sueño velado. Aparecer y desaparecer en mi habitación como una luz intermitente. Iluminar sueños y pesadillas con la luz del baño mientras meo. Y volver a la cama sabiendo que puedo hundirme en ella pero que pronto saldré a flote.
Despierto y escribo unas líneas que me cruzan la cabeza; el transiberiano de la medianoche que atraviesa los recuerdos diarios. Y mis ojos legañizos se atontan con la luz y se espabilan en la oscuridad.
Creo que mi piel brilla cuando cierro los ojos, pero nunca puedo verlo porque se apaga cuando los abro. Es lo mismo que me pasaba con la luz del frigorífico, aunque un día conseguí verla dejando entornada la puerta. Tanto esfuerzo sólo para quitarle un poquito más de magia al mundo… Como si nos sobrara, digo yo.

viernes, 5 de diciembre de 2008

Choqué contra una pared y allí se quedó mi cara pegada. Como un grafiti burlón que me devolvía la mirada. Entonces comprendí que iba a ser otro de ESOS días. Me cerré bien el abrigo al cuello y, esperando que nadie pudiera verme, me escurrí de aquella esquina a toda prisa. Llegué tarde al trabajo, pero me encerré con llave y me pasé todo el tiempo aislado.
A media tarde comprobé con satisfacción que ya me habían vuelto a salir los ojos y las orejas. Aunque la nariz seguía siendo demasiado chata, no como la patata que suelo llevar. Para cuando saliera a la calle, seguramente ya estaría todo en orden.
Ya con el sol a oscuras, volví a asomarme por la ciudad. Las luces de Navidad habían asesinado todas las sombras de la calle, pero aun así encontré el camino a casa. Pasé con cuidado por la esquina de mi tropiezo y descubrí asombrado que un montón de gente estaba de rodillas adorando mi cara.
“¡¡Jesús, te adoramos, Jesús!!” gritaban.
Me encogí de hombros y continué hacia casa. Allí al menos tenía el calor del radiador: alguien con quien hablar. Después de contarle cómo había ido el día, fui al dormitorio, me di un cabezazo contra la pared y comprobé con satisfacción mi cara sobre la pared.
Entonces me puse de rodillas y empecé a rezar:
“¡¡Jesús, te adoramos, Jesús!!”
Porque pensé que si la gente iba a empezar a creer en mí, yo no podía ser menos, ¿no?

jueves, 4 de diciembre de 2008

Hay días en los que mi creatividad se desliza
Como una tiza chillona sobre una pizarra
Cantando con voz caliza de cigarra.
Y días en que con un cali ya estoy en la parra.