sábado, 20 de diciembre de 2008

Una frase escondida en un libro te hizo salir a buscarme. Intercambiamos palabras que llevaron tu culo a mi sofá, tu boca a la mía y mis dedos a tu ombligo. Luego tejiste una lágrima en mis ojos y dejaste de leer mis labios. Entonces llegó ella, escondida tras un muro de reproches que no alcancé a derrumbar, siquiera a hacer un ventanuco. Miré a través y susurré sentimientos sin sonido que rebotaron en el eco de su niebla. Pero mis palabras jamás llegaron más allá y ella desapareció en la lluvia.
Y ahora, seco mi arroyo de palabras, recojo apesadumbrado restos de comida entre las páginas de libros que no alimentan salvo mi resentimiento. Mi corazón seco arde en mi tronco como la leña humeante de la chimenea. Y noto cómo cada latido se apaga con calma, extinguiéndose como los animales del bosque. Ardiendo entre los edificios manchados de hollín.
Y remuevo la ceniza con un palo, esperando en vano un ave fénix, antes de alejarme con la cabeza hundida entre los hombros. Hundida como un barco en el fondo de una bañera. Un barco fantasma con invisible tripulación de plástico.

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