Corro, sabiendo que no tiene sentido, mientras el plomo susurra silbando a mi alrededor y siento el roce desgarrado del calor de una bala. Clavada en una pared de hotel convertida en ruina anónima, mi espalda se aprieta contra la cal descarada, que, blanca, revela mi posición al destacar, negra, mi ropa. Como un collage abstracto de muerte y pureza, mi sangre rojiza se escurre por el muro y empapa la tierra que, embarrada con mi vida, se secará con mi muerte.
lunes, 22 de diciembre de 2008
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