domingo, 14 de marzo de 2010

Mira las farolas de la ciudad,
un firmamento caído sobre el asfalto
que añora el vacío oscuro del cielo negro
y repudia el vacío oscuro de nuestras vidas
apagadas.
Luces que tiemblan de miedo
ante crímenes de los que son testigos
y aguardan con ansia el alba
para dormir sus sueños
inconexos.
Luces que acechan nuestras ventanas,
observando techos y persianas,
espías del acto de amor
que contemplan ilustres
el brillo de algún
televisor.
Pasean a solas por las calles
sin un alma
y contemplan sin prisas
la autopista
viendo crecer la hierba
en los arcenes de su vida.
Mueren desapercibidas
durante el día
y son lloradas de noche
en la sombra
que dejaron.
Son nuestras estrellas cercanas,
a tiro de piedra
si la puntería es buena,
son constelaciones sin nombre
que nunca nombran
los poetas.
Son el sol que hemos creado
y acompañan a la Luna
en su baile de noche
como camareras del banquete.
Y los borrachos en traslación
rotan
en torno a ellas abrazados
cantando sus penas
como grillos
a la medianoche
iluminada.

sábado, 13 de marzo de 2010

Había una bala con mi nombre.
Pero no era bala, era beso.
Caí herido desangrado
y tú amaste mi cadáver
tieso.
Un sofá compartido
con la desgana y el
aburrimiento
arañaba mi culo
huesudo
y el hombre-
cillo
del televisor
sonreía aburrido
desalmado
y sin alma.
Nena
de gafas corazón,
rojas
como tus labios
de sangre,
cubre tu pelo
una noche
de estrellas
ocultas
en la que duermen
suspiros
de mí fugitivos.

martes, 9 de marzo de 2010

Siento un odio insaciable hacia mí mismo. La necesidad de arrancar mi puta piel a tiras y tumbarme delante de un tren, arrancarme los ojos con las uñas, tirar de mis venas y sacarlas como cableado eléctrico de mi carne, prenderme fuego, saltar al vacío y estallar contra baldosas, explotar por un sentimiento bomba y morir de manera lenta y dolorosa. Siento la necesidad de hacerlo todo a la vez, por ti, como penitencia y como advertencia. Para demostrarte que voy en serio, que puedes contar conmigo. Para ser un mártir de tu espera. Ardo en llamas de PUTO ODIO y los dientes me castañetean, se rompen, se incrustan en mis encías podridas de sufrimiento. Mi cuello se tensa como una cuerda hasta que se rompe y grandes chorretones de sangre tocan el techo e incluso la cúpula del cielo. Mi vómito es tan fuerte que rompo una ventana. Odio en estado puro cada puta célula de mi maldito cuerpo: la cojo, la abrazo y le susurro unas palabras mágicas para que se muera, para que engendre cáncer, para que crezca en tumor. Quiero pudrirme en vida y morir chillando mientras mis propias células se arrancan a mordiscos de mí. Quiero que mi alma rasgue vestiduras de idiota, separe el ceño de subnormal y escape libre de este cráneo infecto, contenedor de basuras hediondas e innecesarias. Deseo que mi corazón se derrita y deje de apestar a mierda podrida y que los dedos de mis manos y de mis pies tiren de sí mismos para arrancarse de mí. Que se me metan en los ojos, en la boca, que me atraganten y me impidan respirar. Igualmente mis pulmones deben cruzarse de alvéolos y negarse a bombear. Mi cerebro se secaría entonces, lleno de sangre sin oxígeno, y al menos tendría una excusa para no pensar estupideces y no sentirme presa del absurdo. Deseo que exista un dios vengador, sádico y minucioso, que coja cada centímetro de mi cuerpo y lo penetre con su polla llena de sífilis. Que el pus apestoso corra por mis poros y estallen en granos de mierda chorreante. Quiero sentir que estas palabras se clavan como órdenes en mi lista de quehaceres del subconsciente para que este me bombardee desde dentro con bombas que esparzan cada mota de mi cuerpo en kilómetros a la redonda. Estallar bajo una bomba nuclear, asfixiarme en una cámara de gas, alojar balas perdidas de fusilamientos olvidados y poner mi cuello en horcas ajenas, así como guillotinas. Quiero que mi cabeza ruede cuesta abajo vomitando incongruencias y que corten mi polla y se la echen a los cerdos. Qué coño, que me echen vivo a los cerdos y muerdan mis tripas. Que me coman desde dentro miles de gusanos mientras agonizo y las moscas pongan huevos en mis ojos. Que los niños lleven cuchillas de afeitar naranjas y oxidadas y las pasen con deleite sobre mi piel, mientras sus abuelos echan sal como alpiste a las palomas. Quiero que me aten a cuatro autobuses y que cada parte de mi cuerpo termine en una parte del mundo. Que me atraviese el transiberiano, entrando por mi boca y saliendo por el ano. Quiero acabar destripado y disecado en una película de Alexandro. Quiero que usen mi cuerpo para experimentar nuevos tumores, nuevas plagas, pestes negras y amarillas. Quiero alojar parásitos radioactivos en mi cuello y en mi pene. Tener gusanos en el cerebro. Anguilas en el culo. Elefantes saliendo por mi boca, destrozando mis dientes. Perros mordiendo mi escroto y tirando de él para el almuerzo. Quiero ser mutilado por una mina y comerme mi pierna carbonizada. Quiero ser violado por futbolistas pederastas y arrastrado por mares ardientes llenos de tiburones hambrientos. Quiero que millones de mosquitos roben cada gota de mi cuerpo a la vez que me introduzcan millones de enfermedades. Quiero ser escudo humano en un secuestro, apartar al suicida y llevarme yo el tren, servir de colchón al que salta al vacío, atarme al que se hunda en el agua y estallar por la presión como una calabaza. Quiero ser mordido por coños dentados con halitosis, ser penetrado por falos con cuchilla, ser destripado con una cuchara y que me claven mil agujas. Quiero sentir siete infartos cerebrales y uno de miocardio, quiero ser aplastado por una roca imponente que me deje malherido mientras mi cabeza sigue pensando, añorando cada segundo de vida que le ha sido arrebatado.
Todo eso por ti, por estar vivo. Para no tener más miedo al dolor...

lunes, 8 de marzo de 2010

Puedo ver sobre la cama siete horas de sueño
amontonadas entre sábanas de luna dorada.
Juegan con sus minutos de lento tic-tac
y el tiempo se mece, flotando en las olas.
Mi carne púrpura brilla en la noche,
perla helada que reposa en la nada,
besando el vacío hecho de cristal
que cubre el olvido de terciopelo.
El sueño se descuelga del techo
cansado
y trepa a mis ojos
cerrados a cal
y canto en silencio
a sirenas sordas
el dulce susurro
de mi mente durmiente.
ssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssss
La medianoche,
media dama
de medias
de noche,
volaba en su coche
aferrada
al volante
de su vestido
azabache.
Plagaban estrellas
su nido
nocturno,
vaciaba
botellas
de vino dorado
y vino
dorada
buscando perdía
a su amado
amante,
el mediodía.

domingo, 7 de marzo de 2010

Pisé una planta
con la planta
de mi pie
y corrí
en corro
el recorrido
hasta el corral

sábado, 6 de marzo de 2010

Mozart chirriaba en tus manos
hecho violín malsonante.
Beethoven vomitaba al piano
fusilado por mis dedos.
Pero juntos formábamos un concierto
digno de ver
que nunca recibió ni un aplauso.
Tuve una sonrisa que nunca viste
que no era de diente ni tampoco de labio
no de ojo ni de mejilla
una sonrisa hecha de tacto
que dediqué a tu linda piel
y que nunca me devolviste
cuando me quitaste los dientes,
labios, ojos y mejillas
Me desangraba en palabras
que trepaban por las paredes
ignorando la gravedad
de la situación.
Me alimentaba de deseos
disecados
y clavados
en cartón.
Miraba las piernas hechas hueso
como un perro
relamiéndose.
Lloraba hecho fuente
de la que bebían los mares
de sedienta sed.
Y temblaba
terremoto
de agrietada piel.
Sólo sabía escribir desesperación
titilante
en suaves notas de piano.
Sólo sabía hablar el silencio
susurrante
de los gritos a la medianoche.
Sólo sabía amar con odio
ardiente
puro hielo sobre la piel.
Pero su belleza era una sinfonía
de detalles sutiles
que harían temblar
composiciones dignas de una diosa.
Su belleza era tan
real
como cada átomo que la formaba.
Y sin embargo
dolía
como una cicatriz que no cura.
Abierto el libro de tus piernas, intenté leer la letra pequeña.
Hablaba de faldas quitadas a la medianoche,
de susurros clavados en un viento que escapa.
Hablaba de caer al vacío
y rebotar en un colchón de sexos empapados.
Cerrado el libro me diste la espalda,
que hablaba de noches frías en angustiado silencio
evitando dedos fríos sobre el colchón.
Hablaba de sueños incómodos
aplastados por la oscuridad de la noche,
que con su culo gordo
llenaba de peste nuestros olores.
Miré ya sin entusiasmo el libro de tus pies
que hablaba de viajes comunes,
de paseos sobre el cristal del cielo despejado.
Cerré tus libros y abrí el mío:
páginas en blanco todavía por escribir.
Y me di cuenta de que podía poner en él tus paseos sobre el cristal
y tus viajes de pies,
tus noches de olores y dedos fríos,
tus susurros de sexo empapado
y tus faldas hechas de beso encarnado.
"Eseselsentido", murmuré asombrado,
sintiendo tu tinta marcando mi piel.
Y dormí plácido
como un condenado,
sintiendo las letras agridulces
de aquel interminable poema.
Tecleé muerte sobre tu piel y te moriste, fiel.
Yo ya estaba muerto mucho antes de enseñar el hueso
pues intenté domesticar mis sueños dándoles una casa con piscina.
Aun sabiendo que había cadáveres hundidos en el fondo
de mi sangre.
El periódico no decía nada, ni siquiera en las esquelas,
de por qué todo había ido muriendo a nuestro alrededor.
Supuse que no era noticia
ni para nosotros.
Tecleé despierta y vi tus ojos abrirse
como aquella flor de mi ventana.
Tu piel se deshacía en polvo de caminos de tierra,
abierto tu estómago
como un belén de tripas.
Intenté aferrar algún pedazo
para tener algo que recordar
desde mi muerte eterna,
pero yo mismo no existía ya ni en el reflejo de tus lágrimas
secas de puro cristal.
Un chillido de violín acuchilló el aire,
que se quedaba dormido,
y apuntó al cielo
hacia las estrellas,
una colección de lámparas inabarcable.
Y entonces se fue la luz
llevándose la imagen de las cosas
y dejando sólo el tacto
inseguro
de la oscuridad
sobre nuestras cenizas.
Hacía malabares con palabras y -vive Dios- lo hacía bien.
Hacía malabares con cuchillos y no tenía miedo a cortarse.
Hacía malabares con hachas hasta que perdió un dedo.
Aunque lo único a lo que tenía miedo era a las palabras.
Porque no sabía cuál era beso
y cuál era cuchillo.

viernes, 5 de marzo de 2010

La nieve caía igual de fuerte sobre la carretera que dentro de mí.
El asfalto asomaba curioso de vez en cuando, preguntándose cuál era mi destino. Ignorando que no hay destino para quien viaja solo.
El cielo estallaba en átomos de agua que yo atravesaba a toda velocidad.
Un resplandor rojizo en el cristal me recordó el accidente. Una grieta en el cristal. Mi mirada en el retrovisor.
Estaba solo. Mi sombra rebotaba en los montículos de nieve que cubrían las cunetas de la carretera.
Una señal tiritando se giró al verme pasar.
Los árboles alzaban sus brazos al cielo. Pedían sol y calor. Parecían jugar al baloncesto con las nubes.
La ciudad lejana, en el horizonte, parecía mantenerse siempre a la misma distancia de mí. Incluso se alejaba.
Mis manos aferraban el volante como si fuera un madero en un temporal en alta mar. Podía sentir las inmensas olas negras, profundas e inhumanas, creciendo bajo mi cuerpo. Los monstruos marinos contemplando con un ojo abierto desde las oscuridades, dejando asomar un inmenso tentáculo para dejarse adivinar, para vivir en mi fantasía.
Mientras, las olas mecían mi cuerpo, sobre todo en las curvas.
Todo parecía congelado en un recuerdo distante o un fotograma de película mal revelado.
Los contornos desaparecían difuminados por la velocidad ante mi incapacidad de registrar los detalles.
Y sentía que me quedaría así para siempre, que nunca llegaría a la ciudad. No podría perderme entre sus venas de asfalto, sus esquinas llenas de muerte y hastío.
No llegaría a vivir esa vida hecha pelo negro y ojos en llamas.
No llegaría a borrar ese reflejo rojizo en el salpicadero, salpicado de vidas pasadas.
No llegaría.
Tu tristeza se convirtió de repente en una sala en la que encontrarnos y sufrir.
Con sofás llenos de quemaduras de cigarrillos y moqueta marrón llena de polvo.
Sobre la mesita de cristal había revistas viejas llenas de páginas recortadas.
Faltaban cabezas y ojos, manos y piernas.
Había muchas cosas que yo no entendía. Aunque fui guardando recortes para buscarle sentido.
La sala de espera no tenía puertas y la ventana era falsa. Un póster con luz.
El estómago me temblaba sólo de verme sin ti en aquella sala.
El alógeno del techo transmitía una luz seca e inerte, tiritante, no sé si de frío o de miedo.
Era como un arañar en mis ojos.
Me senté a esperar y saqué un cigarrillo.
Entonces me di cuenta de que no había cenicero.
Y asombrado me quedé mirando la punta inerte y aterradora del cigarro.
Sabiendo que una vez encendido no habría manera de apagarlo.
Pensaste que mi mirada era ojo,
cuando era pupila.
Y usaste mi abrazo como caldera,
aunque mi brazo era tijera.
Besaste mi diente cálido,
como si fuera mejilla.
Y sacaste el puñal
tranquila
como si no fuese robar.
Tú querías una poya dura y fuerte,
y un carácter acorde a las circunstancias.
Yo era débil y flojo,
poca carne entre tus manos.
Tú querías un amante salvaje,
hecho de placer y de vida.
Yo era muerte y pereza,
era rutina hecha huesos.
Tú querías abrazarme,
mezclarte conmigo.
Yo era burbuja
escapando entre tus dedos.
Querías quererme,
sentirme algo tuyo.
Yo quería morirme,
no sentirme ya más.
Y los días pasaron
consecutivos
como hojas que caen
de los árboles
y que se clavan en la piel
hechas lunar y experiencia.
Querías,
y yo quise.
Pero todo murió
congelado
en fotos tristes
de hoteles vacíos.

martes, 2 de marzo de 2010

Un duende duerme donde duermo yo.
Levanta mi cama durante la noche.
Observa mis sueños con sonrisa alelada
mientras lame huesos de niños muertos.
La noche ha caído
pesada
sobre la báscula.
La luna marca
los kilos
en el cielo.
Dos abejas en su flor
de luz
y calor sueñan.
Pelos flotan en la almohada
mar de sueños
sin hundirse.
Para
en sus venas
la sangre.
Todo duerme:
hasta
el verbo.
Clavé poya a pared
me fui alejando
sangre goteaba por cal blanca
no presté atención
me situé paso a paso
tres metros
culo sobre maderas de suelo
astillas
talones callosos
apoyados
sapos perezosos
dedos gordos estirados
cuellos de tortugas
inspeccionando lejanía
mis ojos
de rata
inspeccionando ventana
sin entender vacío
tenue luz entraba tímida
lejana como tambores
en horizonte
poya en pared
colgada
lombriz de tierra
retorcida
barro y arena
entre dientes
cuerpo flota
laxa tensión
blanco rojo
carne madera
y luz
.