domingo, 14 de marzo de 2010

Mira las farolas de la ciudad,
un firmamento caído sobre el asfalto
que añora el vacío oscuro del cielo negro
y repudia el vacío oscuro de nuestras vidas
apagadas.
Luces que tiemblan de miedo
ante crímenes de los que son testigos
y aguardan con ansia el alba
para dormir sus sueños
inconexos.
Luces que acechan nuestras ventanas,
observando techos y persianas,
espías del acto de amor
que contemplan ilustres
el brillo de algún
televisor.
Pasean a solas por las calles
sin un alma
y contemplan sin prisas
la autopista
viendo crecer la hierba
en los arcenes de su vida.
Mueren desapercibidas
durante el día
y son lloradas de noche
en la sombra
que dejaron.
Son nuestras estrellas cercanas,
a tiro de piedra
si la puntería es buena,
son constelaciones sin nombre
que nunca nombran
los poetas.
Son el sol que hemos creado
y acompañan a la Luna
en su baile de noche
como camareras del banquete.
Y los borrachos en traslación
rotan
en torno a ellas abrazados
cantando sus penas
como grillos
a la medianoche
iluminada.

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