viernes, 5 de marzo de 2010

Tu tristeza se convirtió de repente en una sala en la que encontrarnos y sufrir.
Con sofás llenos de quemaduras de cigarrillos y moqueta marrón llena de polvo.
Sobre la mesita de cristal había revistas viejas llenas de páginas recortadas.
Faltaban cabezas y ojos, manos y piernas.
Había muchas cosas que yo no entendía. Aunque fui guardando recortes para buscarle sentido.
La sala de espera no tenía puertas y la ventana era falsa. Un póster con luz.
El estómago me temblaba sólo de verme sin ti en aquella sala.
El alógeno del techo transmitía una luz seca e inerte, tiritante, no sé si de frío o de miedo.
Era como un arañar en mis ojos.
Me senté a esperar y saqué un cigarrillo.
Entonces me di cuenta de que no había cenicero.
Y asombrado me quedé mirando la punta inerte y aterradora del cigarro.
Sabiendo que una vez encendido no habría manera de apagarlo.

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