domingo, 21 de octubre de 2007

Muerte en prisión

Su último aliento expiró con el estruendo del batir de alas de una mariposa negra. El cuerpo vacío de vida quedó tirado sobre las frías baldosas de la antigua prisión, la postura de sus extremidades retorcida como la de una marioneta rota. En el negro inerte de sus pupilas la ventana de gruesos barrotes se reflejaba como la entrada a un mundo lleno de luz.
Todo en su cara resultaba desagradable, en especial los dientes, que asomaban provocadores de unos labios mordisqueados y secos que permanecían anclados en una última sonrisa desquiciada.
El guardia que descubrió el repugnante cadáver diría horas más tarde a un desconocido en un bar, mientras con mirada perturbada examinaba las gotitas de condensación que recubrían el cristal de su bebida, que la expresión del muerto era la de quien reconocía a un ser querido.
Pronto se formó la leyenda de que el diablo en persona había visitado en su lecho de muerte al preso, aunque la historia fue cayendo poco a poco en el olvido, aplastada por la rutina del presidio.

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