Hay besos que, incluso entre amantes que están deseando follar, saben a rechazo. Besos inertes entregados por inercia que inauguran una ingrata despedida. Recibir uno de esos besos de la muerte, que aniquilan relaciones igual que amistades, supone enfrentarse a la decadencia que precede al fin de todo imperio. Sensible decadencia para el imperio de los sentidos.
La única cura -si es que la hay- para uno de estos besos es escupir el veneno, como se hace con las mordeduras de serpiente.
Pero no dudes de que, aunque impidas que su veneno llegue a tu sangre, morirás igualmente: tus propios cuerpo y alma crearán el tóxico mortal , sea por resentimiento o añoranza, para el suicidio o el renacimiento.
Porque toda relación está destinada al trágico fracaso o a ser la última, lo cual es trágico de por sí.
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