jueves, 28 de agosto de 2008

Es por la mañana y el cielo está oscuro aunque no nublado. Cubierto por millones de plumas negras que caen dejándose llevar por el viento. Son las 7:00 en el reloj del comedor. Los cuerpos sin vida caen desde lo alto reventando contra el suelo, aplastando coches y rebotando contra las esquinas impertérritas de los edificios, que ignoran tanto ajetreo. Todo ocurre sin un solo grito. Caen en silencio mientras continúo bebiéndome mi café solo. Con poca azúcar. Muy poca. Y parece un castigo divino, una de las siete plagas, cuando en realidad están cayendo ángeles caídos. Lluvia de ícaros que volaron demasiado alto. Y el amargor del café como algo a lo que aferrarse antes de ir al trabajo, igual que mi mirada indiferente pero algo triste en el reflejo de la ventana. Hace frío y durante un rato siguen lloviendo cuerpos. Cuando saco el coche del garaje miro con una ligera satisfacción al cielo. "Menos mal: ya está escampando."

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