viernes, 8 de agosto de 2008

Una pastilla y el dolor se esfuma lentamente aunque dejando huella. El dolor premeditado pero inconsciente de un día hecho de alambre de espino. Siento las alas cortadas y me golpeo contra el suelo de lo real. Como un ángel caído, como un borracho que deambula cuesta abajo y acaba junto al río.
La rutina y el decaimiento se me pegan a la piel como la humeante cal de los muros de la casa en la que mis abuelos lo empezaron todo. La soledad como única compañera de estancia -no de viaje- y la pubertad escondida en el alma entre angustias e infinito.
Pienso en aquella a quien no conozco y aúllo a la luna en el cielo sin estrellas.
Y divago y espero, y no hay amago de esmero por conseguir lo que quiero.
Nunca nadie me dijo que ningunos ojos sentaran jamás tan bien a nadie como a ti. Dos faros de un coche que se encienden en mi cerebro.
Dos disparos en la noche de húmedo calor que se arrastra sobre la piel de la agotada ciudad.

1 comentario:

Anastácio Soberbo dijo...

Pido escusa por mi español sea escrito.
Mi gusta su blogue.
Sé para leer, pero escribir es peor, eheh.
Uno que abrazo desde Portugal