sábado, 14 de junio de 2008

-¿Qué escribes? // - Algo que se me ha ocurrido...

Era un gran artista, aunque su principal error era pensar que sus obras le pertenecían, que era su dueño. No era así: él las había creado, pero no tenía ningún derecho sobre ellas. Más bien al contrario: él pertenecía a sus obras. Él, un conjunto de huesos y carne, una existencia desechable, un animal que en principio no tendría por qué tener talento artístico alguno ni ser siquiera capaz de apreciar matices, había sentido de repente, no por magia ni por el destino sino por una combinación de susurros en el viento que su mente había descifrado, la necesidad de atrapar una sensación, la esencia de algo inteligible, a través de un tosco lápiz que arañaba y ensuciaba un pedazo de papel. Uno tras otro, hasta dar forma a la obra que después fue modificando movido por su ambición y de la que, sin embargo, no había conseguido aplastar toda la frescura con que en un principio la había recibido. Era peor, sí, pero seguía siendo buena. Era arte. Y seguiría siéndolo cuando él estuviera muerto, cuando él ya no pudiera oler las flores y fuera sólo un recuerdo de una existencia pasada, anotado en pequeños detalles que le había robado a la obra para darle “su toque”. Existía en ese fragmento de belleza que lo había usado para existir, en esa combinación de experiencias y símbolos que se habían unido para siempre. Y, por todo ello, era un gran artista.
O qué coño, a lo mejor no.

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