sábado, 14 de junio de 2008

Eter no

Ella me quería y yo lo sabía.
Me bastó con meterle un dedo en la vagina y le toqué el corazón. Porque saqué el dedo lleno de sangre. Me miró con ojos grises-azules-verdosos y me suspiró algo ininteligible. Escuché la frase, pero mi cabeza sólo entendió un susurro, una pausa y otro susurro. Como si pudiera ver la estructura, un armazón de andamios, pero no el edificio.
Andaba por la calle oscura cuando descifré sus palabras, que toda la tarde habían dado vueltas por mi cabeza como los autobuses por la ciudad.
Había dicho:
-Siempre recordaré este momento, vivirás en mí para siempre.
Una suave luz amanecía sobre las baldosas y mi sombra crecía sobre ellas, alargándose cada vez más.
Me llevé la mano a la cara y pensé que mi dedo olía a bacalao. No me disgustó: en el fondo me daba igual vivir para siempre.

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