lunes, 2 de junio de 2008

Cáscaras

En lo alto de una montaña Dios pela palabras con un cuchillo y les quita la piel, que tira en un cuenco de madera.
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Las palabras peladas las tira montaña abajo, de manera que se llenan de arena y crecen como bolas de nieve.
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Al llegar abajo se hunden en el agua enlodada de un pantano, luego salen a flote como pequeñas islas y se alejan, convertidas en tortugas gigantes.
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Sus patas costrosas apartan el barro para avanzar y sus cabezas asoman, destacándose sus ojos negros.
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Finalmente se hunden y van a esconderse en las profundidades marinas, donde aguardarán el momento de regresar a la superficie.
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Una vez Dios llena el cuenco con las cáscaras de las palabras, lo pone en su regazo.
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Aparece un hombre y Dios le dice:
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-He aquí las palabras: úsalas con sabiduría, pues son tu única herramienta. Con ellas aprenderás a guiar a tu pueblo a la felicidad eterna y salvarás sus almas. Pero ten cuidado, pues su poder corrompe y muchos intentarán usarlas como armas o persiguiendo su propio provecho. En ellas se encierra la verdad absoluta, así que no permitas que esto ocurra, o me veré obligado a castigaros y destruiros por utilizar mal mis dones. Una vez avisados, soy libre de toda culpa y en vuestras manos queda la responsabilidad de vuestro destino. Ahora vete.
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Dicho esto, el hombre le dio las gracias con una reverencia y se marchó con el cuenco para compartirlo con su tribu.
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Hay quien cuenta que, cuando el hombre se había ido, Dios echó una mirada de reojo al pantano en el que se habían hundido las palabras y sonrió con placer.

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