martes, 27 de mayo de 2008

Vacuo, pero romántico

Alcé mi mano hacia ella, que desnuda ante mí, flotaba con una apariencia onírica y difusa. Apenas rocé con mis dedos su piel, comprendí que estaba muerta. El frío inerte del olvido había congelado su cuerpo, que se hundía de repente en el agua oscura del lago, ondulando el reflejo de la luna. Desapareció en el negro azabache de las profundidades y se llevó consigo mi recuerdo.
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Quedé sumido en el más desesperado olvido.
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Cada noche busco el reflejo de su mirada en el fondo del lago, busco dos perlas que brillen atrayéndome y me obligen a profundizar en esas aguas malditas. Busco el olvido entre las aguas que se la llevaron.
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Cada noche sueño que la sigo hasta el fondo y allí yacemos abrazados, cubiertos por las raíces del nenúfar negro que crece alimentado por nuestra sangre.
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Nunca despierto de ese sueño triste y melancólico. Y cuando lo hago, descubro una realidad cruel que, exenta de las metáforas que en mi sueño dan vida a la muerte, resulta fría y aséptica.

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