domingo, 26 de abril de 2009

El tamaño de mi cabeza aumentaba constantemente mientras tú estallabas en convulsiones de aburrimiento. Se hinchaba e hinchaba formando tumores que supuraban fétidos humores con sabor a sangre. Y todo ello a la luz artificial del televisor que se dispersaba por una atmósfera enrarecida. Las ondas de sufrimiento en el aire chocaban con las ventanas y se empañaban como deseos frustrados. Para mí todo era fruto de tu cuerpo sudado y retorcido en el suelo de madera astillada. Cada puntita se elevaba como una erección intentando clavarse en tu cuerpo deshecho.
Sentí unas manos dentro de mí que apartaban la carne, empujando hacia afuera.
"Tengo un pasajero", fue la única excusa que se me ocurrió para aquella reacción.
Mi tripa abierta chorreaba peces podridos en un caudal de agua de alcantarilla.
"Necesito derretirme" fue tu respuesta, acompañada por el sonido de chopchop que hacía tu piel cuando los poros escupían ese agua envenenada. "Necesito... calma."
Pero la calma no venía. Nada se movía en aquel cuarto en el que la electricidad sólo era estática. Y podíamos sentir las punzantes patitas de miles de insectos diminutos que correteaban por nuestra piel al son de la droga. Lo llamábamos "el ardor del ansia", lo confundíamos con amor. Esperábamos que se evaporara con el sol de la mañana, pero parecía que nunca fuera a llegar.
Aquel universo estaba destinado a la eternidad y nosotros nos convertiríamos pronto en estatuas. De cal.
En algún momento mi cabeza dejó de crecer, creo que porque había llegado a su tope. Mis ojos estaban aplastados, uno contra la superficie arenosa del techo, el otro contra el frío cristal de la ventana. Y mi mirada hacia fuera te hizo estallar en un llanto que sonaba a risas. Cuando vi las nubes rojas en el cielo naranja. Cuando vi derrumbarse en ruinas cientos de edificios de personas.
Carne púrpura rodaba hacia abajo en un sonido de huesos que crujen.
Todo tenía la calidad cuestionada de una pesadilla. Los sonidos en el cuarto parecían perderse en un espacio lejano. Notaba el eco de tus suspiros susurrando en mi cerebro.
"Ne...ce...si...to...másssssshh..." y tu lengua de serpiente asomaba asustadiza a intervalos regulares.
Sentí cómo olfateabas mi miedo.
La última persona cayó y quedó en la punta del montón, su cabeza dirigida hacia el cielo.
"Ya vaaaaaaaaaaamanecer", arrastré las palabras de una punta a otra de mis labios.
La persona fuera abrió su boca diminuta y regurgitó lo que parecía la cabeza de un misil.
Creo que te oí todavía susurrar un click.
Entonces todo desapareció en un torbellino de angustiada lentitud. Todo tan rápido que duró casi una eternidad. Sentí cada átomo rebelarse contra mí y clavar sus garras para arrancarse de mi ser.
Sentí el fin del comienzo.
De veras que lo sentí.
Fue lo último, de hecho...

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