La pizarra parecía un verde desierto lleno de nubes blancas de tiza, un mar oscuro lleno de estelas de barcos olvidados. La clase, un bosque de azulejo azotado por el viento. Y los intentos de la mano por dar sentido a esas formas tropezaban con el desinteresado desinterés de los gallitos.
Con un suspiro, el profesór flotó sobre sus cabezas y vio por un momento su futuro.
Pero nada les intimidaba para que dejaran de cacarear, ni siquiera la cuchilla afilada a la salida del edificio.
(...)
Un mal día en la escuela.
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