viernes, 17 de julio de 2009

El chirrido de una guitarra que te arranca la piel y el latido de un bajo que te mantiene vivo. Y golpes, muchos golpes sobre tu cabeza, para mantener el ritmo. La voz que grita lo que el cerebro necesita escupir y el cerebro que se derrite y gotea en sudor por todo el cuerpo.
La multitud caníbal deseando morderte, escupiéndote, disparando enfermedades hacia el escenario.
Un puñado de mierda vuela sobre las cabezas como un ángel en la oscuridad. Actuación extrema.
Los retretes huelen a sangre y diarrea. Vómito en el aire como una fuente transparente.
Todo enfermo de muerte y violencia. El sexo como único antídoto al aburrimiento.
Saltas sobre la multitud desde el escenario y te clavas en la masa. Un cuchillo de sonido cercenando su cordura. Cuerpos ardiendo se elevan hacia el cielo.
Todo se ralentiza por la droga hasta que se para.
Una masa de cuerpos quietos en el aire, ardiendo, fundiéndose, mezclándose con el tuyo al ritmo de la muerte.
Sí, la vida es una bomba que no entiende de botones.
Te estalla en las narices aunque no aprietes.

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