viernes, 17 de julio de 2009

La pareja estaba en un parque, sentada en un banco oculto por un seto.
Quizás por eso nadie los vio. Nadie se dio cuenta.
Pasaron días y semanas sin que nadie pasara por allí
y viera sus cuerpos rígidos
en ridícula postura.
Sus cuerpos pálidos y calcáreos,
su inerte expresión de estupidez.
Nadie los encontró hasta mucho después,
cuando su piel estaba amarillenta y corroída
por la lluvia.
Finalmente, un sorprendido barrendero dio con ellos.
Apenas quedaba ya un esqueleto o cascarón.
Echó los restos con pereza en el cubo de la basura
sobre un montón de hojas secas y palos.
Y se fue a continuar su ronda sin pararse a pensar.
Sin preguntarse qué demonios hacían ahí
dos maniquíes destrozados.

No hay comentarios: