viernes, 10 de julio de 2009

Entre tus piernas siempre me sentí un privilegiado.
Contemplando paisajes prohibidos al resto de los hombres.
Robando suspiros a la noche.
Pegado a tus sábanas de telaraña.
Lamiendo tu sudor dorado y uniéndolo a mi sangre.
Frotando tu placer con mi alma y penetrando
en tus gemidos
que resonaban en la bóveda estrellada de tu habitación.
Aplastando tu cuerpo contra el colchón y arrastrándome
por kilómetros de labios dulces
como helado
derritiéndose.
Siempre me sentí así
hasta que dejé de sentir nada...
Entonces todo se convirtió en muerte
untada
de sudor
y la noche
sólo era un refugio
en el que ocultar
a los hombres
nuestro dolor.

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