sábado, 25 de julio de 2009

La canción suena como una maldita balada. Una de esas que se repiten constantemente a lo largo de tu vida aunque mueres sin saber quién demonios la cantaba. Ese es el destino del amor: flotar en el aire, indefinido, sin dirigirse a ninguna persona concreta y sin llevar nada a cabo. El amor como el máximo estatismo del alma humana. ¿No sentimos acaso un leve mareo cuando nos enamoramos? Es por el cambio de velocidad: del lento movimiento al estatismo puro. Eso sí, en caída libre. Porque no nos movemos pero viajamos a una velocidad enorme. Como si de repente sintiéramos la inercia de estar clavados a una tierra que gira sobre sí misma. ¿No es acaso ese mareo el que sentimos? E, igual que la velocidad sobre la Tierra cambia dependiendo de dónde te encuentres, cambia la velocidad del amor sobre tu cuerpo dependiendo de dónde te toque: en la polla o en el corazón. ¿Te has enamorado sexualmente? Felicidades: ese mareo era la falta de sangre por tu gran erección. Nada más. No jodas, no llames a eso amor. El amor no se puede definir más que con metáforas manidas que no digan nada. En cambio el sexo es palpable -cómo no- y puede significar cualquier cosa existente, siempre y cuando sea real. El sexo sí es velocidad: de empuje y de eyaculación, de frotación. Uno olvida la rotación de la Tierra por la frotación de los cuerpos sobre el colchón, en el coche o donde sea. Uno olvida que el sexo es amor cuando escucha esa empalagosa canción.

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