miércoles, 29 de julio de 2009

Envuelto en una sonrisa me escondía del calor igual que del frío. En este caso lo primero, porque el sol se derramaba ardiendo sobre el campo ante el que me encontraba. Ante mí paja seca, amarillenta, y un camino de tierra seca y agrietada. El tacto bajo mis pies era agradablemente cálido y suave, como una caricia amorosa. Paso a paso fui disfrutando el camino hasta que terminó en un precipicio.
Abajo estaba el mar. Agua por todas partes hasta donde alcanza la vista. Algunas rocas asomaban la cabeza curiosas por saber quién estaba aquí arriba. Como tortugas flotando bajo las olas, sus ojos pétreos custodiaban el acantilado. Paseé mi mirada por la húmeda neblina del horizonte. Podía sentir las frescas gotitas que volaban en la brisa posarse sobre mi piel.
Una última mirada al sol, al campo de paja y al agua, antes de saltar al vacío.
En el aire, atravesando frescas capas de espuma marina, me siento como una gaviota. Apunto con la cabeza hacia abajo y atravieso el agua justo entre las rocas más grandes. Sin miedo, sin pensar en nada, esquivo con indiferencia los enormes arrecifes: icebergs de piedra que apenas asoman a la superficie pero que surgen de las profundidades de la tierra marina.
El agua es muy profunda aquí y buceo hacia el fondo a gran velocidad. Agito mis pies como si fuera un pez y me dirijo al agua más oscura y fría de las profundidades.
Entre bancos de peces y arrecifes de coral, buceo por todo el fondo explorando el vasto mundo que se abre ante mí.
Envuelto en una sonrisa de burbujas cristalinas me escondo del sol en aguas donde su luz ya sólo alcanza débil y mortecina. Contemplo el océano ante el que me encuentro. Ante mí la negrura de lo desconocido y los peces furtivos que eluden mi presencia. También algún tiburón esporádico que me mira con indiferencia y frialdad. El agua sobre mi piel tiene un efecto refrescante y salado, como una caricia amorosa. A grandes brazadas voy disfrutando las corrientes marinas hasta que llego ante un acantilado.
Abajo está el misterio, lo desconocido. Sin luz apenas para ver lo que me rodea, intuyo las enormes paredes de piedra que escavan la tierra hacia las profundidades del planeta, hacia la gruta de los monstruos prehistóricos, de los seres marinos mitológicos.
Una última mirada atrás, hacia el amplio azul claro de la superficie lejana, y me dejo caer en el vacío.

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