lunes, 13 de julio de 2009

Atrapado entre cajas en un almacén infinito. Colocando cartón sobre cartón, todo lleno de polvo. Puedo notar los pulmones llenos de arena y el sol colándose por los resquicios del tejado buscando quemar mi piel. Hace calor, tanto calor... Que parece que las cajas fueran a derretirse.
Paro un poco. Me siento en el suelo, entre pilas de cajas que me ocultan completamente. Todos salen fuera a fumar menos yo. Todos se fueron, de hecho. Pero yo sigo aquí, apilando cajas sobre cajas hasta que ya no recuerdo cuándo tengo que irme. Pero mientras espero, trabajo. Así se pasa el tiempo más rápido.
¿El tiempo? La vida...
Oculto entre cajas de cartón espero y descanso, al amparo de una pequeña sombra donde el sol no llega a colarse.
Siento que mi cuerpo se duerme. Mi mente no. Sigo despierto aunque inactivo. Acechante como el ojo un reloj digital inspeccionando la oscuridad. Pero incapaz de moverme. Puede que esté muerto, incluso, aunque sospecho que entonces lo vería todo desde fuera de mí mismo.
Finalmente oigo ruidos. Al otro lado de las cajas.
Alegre por la vuelta de mis compañeros, intento levantarme aunque no puedo. Mi cuerpo no responde. Mi relación con mi cuerpo se ha roto en algún momento. A lo mejor se ha estropeado por el polvo y el calor.
Escucho las voces de los demás.
Están hablando. No dicen nada en particular, aunque creo que son palabras. No entiendo: parece que mi capacidad de comprensión quedó en mi cuerpo.
No es tan terrible. El mundo no es para entenderlo.
El caso es que tengo que volver al trabajo. Levantarme y seguir apilando cajas. Lo intento, mi cuerpo no me responde. Nervioso, siento que cuanto más tiempo pase mi cuerpo dormido, menos posibilidades habrá de despertarlo.
Se ve que voy a morir...
Y miro hacia arriba buscando una cara amiga que me reconozca y me despierte. ¡Encuéntrame y sácame de aquí, amigo!
Espero.
Pero lo único que veo es una caja tras otra. Apilándose hacia arriba a mi alrededor.
Y mi corazón se apaga en el momento en que alguien coloca la última caja, justo encima de mi cabeza. Muero. ¿Para qué seguir viviendo aquí metido, entre cucarachas y mierdas de gato?
Sin embargo, mi mente sigue viva todavía. Desde hace años. Tiritando por el frío en invierno, abrasada de calor en verano. Aterrada por la soledad extrema de este rincón entre las cajas. Y parece que será así hasta que mi cuerpo se convierta en polvo.
Este maldito polvo que impregna todas las cosas...

No hay comentarios: