sábado, 3 de octubre de 2009

Tenía un cerebro blanco cuando empecé a pensar.
Después de unas décadas ya estaba gris, como el resto.
Nubes de polución y mierda flotaban sobre la ciudad
mientras la calle se llenaba de cabezas vacías.
Las ideas se agrietaban como el pavimento
en aquellos cerebros mal asfaltados
y el autobús paseaba como un perro abandonado
echando una meada en cada semáforo.
Un mendigo ciego miraba al sol
sin ver la luz que cegaba sus ojos
y paseando pasó el paseante
que pisó con prisa ajenas pisadas.
Tan lejos quedaba el horizonte
con el que una niña saltaba a la comba.

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