martes, 6 de octubre de 2009

Gris era el color de la nube que se deslizaba por la superficie de mi coche. Mi coche también era gris, por cierto. Igual que mis ojos.
No es un relato multicolor, como se puede ver.
Mi humor era tirando a negro, aunque no más que la ropa que me abrigaba del frío.
El frío: él sí que era blanco.
Blanca era también la piel de mi cara cuando me vi reflejado en un cristal. Todo menos la nariz, que destacaba roja como una gota de sangre en la nieve.
Mis dedos eran invisibles en la oscuridad de mis bolsillos, aunque un par asomaban de vez en cuando para sujetar el cigarrillo. Ese bastoncito que creaba una niebla misteriosa ante mis ojos.
En aquello que pasó ante mí una bicicleta.
Roja.
Y la imagen que sobre ella se alzaba llenó mi vida de color para siempre.

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