martes, 13 de octubre de 2009

Entro en la librería sintiéndome mierda. Noto miradas que analizan mi ropa y mi aspecto físico. Conversaciones susurradas criticándome. No tienen ni idea.
En cuanto veo las palabras escondidas tras las tapas de los libros, vuelvo a sentirme bien. Lejos del mundo este que se han inventado en los telediarios. Me siento libre de elegir una pequeña celda de palabras y esconderme por unas horas de la vida cruel. Volver a mi agujero y meterme en mi cabeza.
Compro un par de libros de los más baratos: ediciones de lujo para quien quiera exhibir libros en estanterías, ediciones modestas para los que deseamos sentir melodías de sonidos escritos.
Pago con monedillas evitando la extraña mirada de la vendedora.
Salgo corriendo y me sumerjo de nuevo en el pantano pestilente de la gente en la ciudad.
Corro entre los coches sintiéndome enloquecer por momentos.
Necesito estar en casa YA.
Bajo la lluvia ácida de cada mañana, mi cuerpo reacciona curtiéndose como el cuero barato.
(....)
Por fin en mi colchón, mi rinconcito.
Devoro una página tras otra y me quedo dormido. La noche transcurre como un sueño sin sueños.
(...)
Por la mañana, salgo a la calle. Acabo de recordar que tengo un trabajo. Miro mi reflejo en el cristal de un coche. Estoy despeinado, sin afeitar y mi traje nuevo de Armani está hecho un asco.
Entonces me doy cuenta de que no estoy hecho para este tipo de vida y renuncio a ir a la oficina.
(...)
Me quedo en casa pintando árboles y animales por las paredes: volviendo al principio.

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