martes, 13 de octubre de 2009

El otro día atropellé a un payaso.
Conducía tan rápido que no me dio tiempo ni a verlo.
Simplemente lo reventé: su cuerpo despedazado estalló en una carcajada.
Bajé del coche y miré alrededor. Todo el vehículo estaba empapado de sangre, pero no había carne ni órganos por ningún lado.
Toda la gente que iba por la calle se quedó muda mirándome y luego empezó a reírse. Todos estallaban en carcajadas como si fueran pompas de jabón.
Yo no podía reír debido a una enfermedad que tuve de niño, así que monté de nuevo en el coche y me alejé de allí rápidamente.
Una hora más tarde abandoné el coche en el campo y me volví andando a la ciudad.
Como si una maldición se hubiera apoderado de mí, la gente empezaba a reírse al pasar a mi lado. Intenté alejarme de allí, pero en todas las calles había demasiadas personas. Desesperado, fui a mi casa y me encerré bajo llave.
Sin embargo, no tuve descanso. No podía dormir: a todas horas oía la risita leve de mis vecinos. Me estaba volviendo loco, así que salí corriendo a la calle. De nuevo empezaron las carcajadas por todas partes y presa de la locura, me lancé delante de un coche.
Reventé sin dejar más rastro que una mancha de sangre y una risita desesperada.

No hay comentarios: