viernes, 9 de octubre de 2009

Hacía un día soleado, para quien sepa mirar más allá de las nubes.
El cielo amaneció como un collage de retales grises cosidos por un sastre que no experimentaba mucho con las tonalidades. Una infinita galería de lienzos con grisallas colgados en paredes del mismo color. Asfalto viejo, agrietado por el uso. Manchas de aceite de suelo de taller.
Escondí la mirada, apoyándola con desesperación en los marrones azulejos de la cocina. Concretamente sobre una mancha de aceite en la que no pude reconocer ninguna forma conocida. La escasa luz que entraba por la ventana lo hacía con timidez, sin decidirse a quitarle el asiento a la penumbra, que no acababa de entender que estaba de más.
Apoyado en la mesa en la que acababa de desayunar -aunque ya había recogido todo-, me tapé mis ojos con mis manos. Buscaba en la oscuridad de mis párpados la puerta negra a mi mundo interior, pero no recordaba dónde había puesto la llave.
Un ruidito empezó a obsesionarme cuando me di cuenta de que le seguía el paso a mis latidos. Como cuando alguien te anda en paralelo por la calle. Reconocí que se trataba del reloj que presidía la habitación y que, endiosado y orgulloso, alzaba la voz para ser escuchado. Hablaba a martillazos regulares y su conversación se hacía monótona y aburrida. Agitaba los brazos para hacerse oír, elevando uno por el aire para gesticular y apoyándose con el otro sobre la hora correspondiente. La viva imagen de la comodidad y del conformismo.
Con el paso del tiempo aquel discurso vano y tedioso se acabó convirtiendo en el ruido de una máquina de coser que me taladraba el cerebro. Costurones por todas partes, cortesía de la Doctora Rutina.
Una gotita de sangre gris cayó desde mi nariz. Buen síntoma de mi estado cerebral.
Cayó decidida en mi taza de café (olvidé decir que seguía ahí) y se quedó flotando como una nubecita gris sobre el aburrido marrón oscuro de cada mañana. Su presencia, sin embargo, no significó ninguna mejora en la situación: sólo era un aviso de hasta dónde podía llegar un día gris.

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