viernes, 2 de octubre de 2009

La avispa clavaba su aguijón en la carne, indiferente a cualquier reacción ajena a su enfado. Pequeñas dosis de veneno se extendían buscando las venas y arterias: instalándose en el cuerpo nuevo con la ingenua curiosidad de un capitalista. Derribando muros y haciendo agujeros a su antojo.
Nos gustaba la avispa.
El veneno tenía un color azulado que luego resultó darle a la carne un sabor amargo. Lo compensamos echando más sal.
En la tele ponían dibujos animados, aunque habíamos quitado el volumen para comer.
Por la terraza abierta entraba una fina brisa primaveral que traía el olor de las flores y la hierba fresca.
Repartimos la carne en grandes pedazos, ya que había en abundancia. A mí me tocó además un dedo pequeño, aunque no sé de qué mano.
Se oía el televisor de los vecinos dando la telenovela, lo que hacía divertido mirar el nuevo doblaje de los dibujos. La boca nunca coincidía, pero eso es algo más que habitual.
Llamaron al timbre y mi padre se levantó a abrir.
Escuché un disparo de escopeta pero continué mirando los dibujos. Estaba como hipnotizado por la mezcla.
Mi padre arrastró el cuerpo de un vecino hasta la terraza y lo colgó del cuello, enganchado a las cuerdas de tender. Luego volvió a la mesa.
Se quejó de que su comida se estaba poniendo fría. Mamá se la recalentó en el microondas.
Al rato se oyó caer el cuerpo cuando las cuerdas no pudieron aguantar la tensión. Sonó como un doing bastante cómico que, sin embargo, me sacó de la ensoñación de los dibujos animados.
Entonces eché una mirada alrededor, como perdido.
Pero comprobé que todo seguía siendo normal.
Y seguí comiendo.

No hay comentarios: