viernes, 21 de agosto de 2009

Sentado a la barra de un bar, apagaba mis sentidos en un vaso de whiskey. Trataba de olvidar años enteros, millones de sensaciones desagradables. Sin embargo, lo único que hice fue desactivar mis defensas y volverme vulnerable.
Un solo de guitarra como un martillo se empeñaba en aplastarme el alma. Piang... piang... Y yo enfureciéndome a cada momento, aferrando con fuerza la pistola entre mis piernas.
Pedí otro cuando vi que el hielo empezaba a derretirse. Una chica a mi lado me pidió fuego y me alejé hacia el baño sin responderle. Fui a vomitar. Después no recuerdo lo que hice en varias horas. Creo que anduve por el centro.
Incomunicado dentro de mi estúpido cerebro, deambulaba por aquellos lugares comunes que en otra época había echado de menos. En aquel momento, sin embargo, hubiera dinamitado toda aquella maldita ciudad.
Mis huesos gritaban que querían ser libres.
El malestar de mi piel provenía de algún punto indeterminado de mi estómago.
Agarré algunas palabras al vuelo del periódico de un viejo sentado en una terraza. No entendí lo que significaban, pero intuí que no eran buenos presagios.
Al llegar a casa dudé entre pegarme un tiro en el ascensor o sentarme a llorar en las escaleras, a oscuras.
Creo que al final hice todo a la vez.
Nadie se sorprenderá cuando aparezca mi cadáver en un río.

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