viernes, 21 de agosto de 2009

Al abrir los ojos descubrí que un nuevo día había sustituido a la noche. Aquella noche de sexo y placeres que no quería que terminara nunca. ¡Qué manía, la del sol, de amanecer cueste lo que cueste!
Miré mis costillas, normalmente sobresalientes, que aquel día apenas rozaban el aprobado. "Qué estupidez de pensamiento", fue lo único que se me ocurrió pensar al encontrarme frente al espejo, "pero, ¿por qué no tengo boca?"
Rebusqué bajo la almohada y allí estaba, la muy puerca: dándole mordiscos al colchón.
Derribé un muro para tomar unos cereales pero al final se me quitó el hambre: los cascotes siempre se deshacen demasiado pronto. Odio esa pasta blandurria de muesli y fibra. La próxima vez lo compraré con más cemento.
Me asomé a la terraza y comprobé que las calles no estaban correctamente. Normalmente Lope de Figueroa está a la izquierda y Téllez de Bilbao a la derecha. En lugar de eso, cada una estaba en el lado opuesto. Me molestó bastante, porque ahora tendría que comprar mapas nuevos. A menos que la comunidad mandara darle la vuelta al edificio. Pero esas cosas nunca salen bien: mejor dejar las cosas como están.
Recordé lo que hacía el día anterior antes de dormirme. "Sexo" fue la única palabra que pasó por mi mente. Sin embargo, la cama estaba vacía. Volví a echar un vistazo y, efectivamente, no había nadie. De hecho, ni yo mismo estaba, porque fui tan rápido a mirar que seguía todavía en la terraza. Al llegar mi cuerpo comprobé realmente que no había nadie.
Levanté mi cama un poco, buscando una zapatilla, y encontré un pie. "Caramba", pensé, "ya sé quién estuvo aquí anoche." Sin embargo no me pareció bien desvelarlo, ya que un caballero no habla de eso, y preferí pensar en otra cosa, evitando las palabras fue, María y Teresa.
Sonreí, sabiendo que había dejado a más de un lector con la duda.
Me puse el sombrero para salir a la calle y en el ascensor coincidí con la vecina del sexto:
-¿Se ha dado usted cuenta de que camina desnudo? -me preguntó.
-¿Y usted de que este edificio sólo tiene cinco plantas? -respondí iracundo. A fin de cuentas, ella ni siquiera se había fijado en mis calcetines.
El viento de la mañana siempre hace bien en los genitales. Aquel día corría una fina brisa grisácea que hacía que mis pelotas rebotaran una contra otra con un soniquete alegre. Pasó un policía a mi lado y alabó mis pelotas, a lo que respondí con un gesto de cabeza y le ofrecí que pasara por casa siempre que quisiera visitarlas.
En un kiosko compré un pescado para leer la sección de deportes. No es que sea un gran aficionado, pero nunca es tarde para hacer ejercicio. El resto de noticias apestaba, de modo que lo tiré con desdén a la basura.
Tomé un autobús para ir al centro y caminaba algo abstraído cuando una mujer me gritó que lo soltara. Le dije que estaba en mi derecho de coger el autobús, pero ella replicó que tardaban más andando y lo volví a dejar en la calzada. Después de todo, la gente ha olvidado el encanto de pasear en autobús...
En el centro disfruté de una exposición de miradas furtivas por la calle y después me metí en un museo para descansar la vista. Después me senté en una terraza y disfruté de una cerveza bien fría y un par de olivas de animada conversación. Por desgracia, al rato me cansé de oírlas hablar de anchoas -¡qué egocéntricas!- y me despedí cortésmente, no sin antes pagar su consumición. Una me gustó mucho, ¡a esa le chupaba hasta el hueso!
La mañana fue, sinceramente, una entre tantas, y por eso cuando llegué a casa no me extrañó encontrarme la mitad de los muebles desordenados en el techo y las ventanas llenas de pisadas. Coloqué todo en su sitio y me senté a mirar el televisor con una cerveza. Al estar colgado del techo, resultaba difícil beber bocabajo. Sin embargo, ya he cogido práctica y dicen, además, que es muy bueno para el hipo.
-Creo que (¡hip!) empezaré a (¡hip!) preparar la (¡hip!) comida.
Sonreí y comencé a darle vueltas al contenido de la olla. ¡Qué bien olía: me estaba quedando una NADA exquisita!
Dispuesto a compartirla, lancé un poco por la ventana. Mi vecino siempre solía sacar un plato para ver si caía algo.
-¡Nunca he probado NADA tan bien cocinado, vecino! -le oí gritar desde arriba. Contento y de buen humor, me lo comí todo y rebañé el plato con un trozo de pan que ya no pude comerme: ¡estaba tan lleno!
La tarde llegó con el juego de petanca en el parque: un viejo lanzó la bola con tanta fuerza que golpeó una esquina del mediodía y este se levantó como una persiana mal atada. ¡Y de repente, era por la tarde! ¡Casi todo el día había pasado ya ante mis narices y ni siquiera me había enterado!
Esnifé con fuerza intentado atrapar la tarde y luego pensé qué podía hacer con aquellas horas llenas de mocos. Decidí tocar algo de música. Puse un disco a todo volumen y empecé a palpar los altavoces:
"sublime..."
Y así, como quien no quiere la cosa -y yo ciertamente, no quería-, la noche volvió de repente, con su sexo y sus placeres. Al principio intenté resistirme: tenía cosas que hacer. Pero cuando empezó a menearme el culito delante de la cara tuve que reconocerlo: tenía ganas de ir a la cama.
De modo que el día terminó como había empezado y me dormí con la certeza de que el día siguiente sería igual de aburrido que hoy. La noche me susurró, sin embargo, que al día siguiente se iba de vacaciones y nos nos veríamos en unas semanas.
"¡Vaya lata!", pensé. Tras quedarme dormido, decidí irme con ella y pasar unas semanas en la playa tomando las estrellas.
Después de todo, estaba demasiado moreno para ser verano...

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