miércoles, 19 de agosto de 2009

Escribí un relato tan breve que cabía en un sello de correos. Lo grabé en una bala y me dispuse a dispararlo. Busqué un rostro interesante entre la multitud: alguien capaz de comprender la grandeza de una poesía tan diminuta. Tras una mañana de geografías faciales decepcionantes, tiré la pistola a la basura y me olvidé del arte. No estaba hecho para aquello.
A la mañana siguiente escuché que había habido un atraco en unos grandes almacenes. Habían muerto tres personas. También había un herido: una mujer, cajera, de veintipocos. La pistola había sido encontrada a pocos metros de la puerta, tirada en la acera, sin huellas dactilares. Era muy cerca de donde yo estuve, así que el tema no dejó de interesarme.
Decidí ir al hospital y visitar a aquella muchacha.
Yacía en la cama con gesto indiferente. Sus ojos tenían algo que me dejó atónito: miraban tan lejos de aquella habitación fría y aséptica como si pudieran atravesar el tiempo y el espacio.
Intenté hablar con ella y se le escapó un susurro casi imperceptible. No había notado mi presencia. Simplemente susurraba algo cada cierto tiempo.
Acerqué el oído a su boca y esperé.
No se escuchó nada.
Vi cómo la muchacha abría los labios otra vez. Parecía dispuesta a compartir sus palabras conmigo.
Aguardé...
"Bang", fue todo lo que dijo.
Me aparté decepcionado de su mirada ausente y me dirigí a la ventana. En silencio, contemplé el exterior sin apenas fijarme en nada. Luego decidí marcharme.
Dirigí una mirada más a aquella pobre muchacha y salí por la puerta. Con una mano me coloqué las gafas en su sitio y apreté el botón del ascensor.
Antes de que las puertas se cerraran, un pensamiento se escapó de mi mente y se apeó antes de que el ascensor comenzara a descender. Había sido un pensamiento rápido y casi inconsciente, pero no podía olvidarlo aunque se me hubiera escapado.
Era un pensamiento que decía: "tampoco era un gran relato."

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