lunes, 17 de diciembre de 2012

Parece que a uno lo acosa la muerte desde los lejanos dedos del anochecer, pero cuando cae el sol traes de nuevo tu vida a mi lado y juntos compartimos esa misma esencia. Volviendo del cementerio de almas en que se habían convertido las calles, descubrimos un día que una sola vida da para dos personas y sobra incluso. Anoche, el alcohol goteaba de tu lengua a la mía y solo con tus ojos podía ver los sueños ocultos en las cosas. Veía palabras en tu piel, escondiéndose cuando acercaba mi mirada. Oía susurros de noche, cuando soñaba con fantasmas y despertaba para oírte palabras en una lengua oculta. Hablabas luces que iluminaban el cuarto como si las estrellas se hubieran perdido en tu garganta y estuvieran buscando el camino de vuelta al cielo. Y yo sé que jamás lo encontrarán, que siempre estarán dentro de ti, porque han encontrado un espacio cálido y rosado en el que aletargarse. Allí esperan el día feliz en que se dejen salir a flote, brotando de tu piel y entrando en la mía.
Porque las estrellas, querida, nos pertenecen.

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