viernes, 17 de octubre de 2008

Wolfgang no andaba como un lobo aunque su nombre dijera lo contrario. Andaba como una tortuga, despacio en el espacio, con lentitud inaguantable. Y le daba igual que las sirenas cantaran a ambos lados de la calle, porque él seguía recto como si nada. No es que no las deseara, sino más bien que ni las veía. Y, lentamente pero sin paz en el corazón, Wolfgang se alejaba en línea recta sin saber lo que se estaba perdiendo. Aunque al final un último tiro lo detuvo. Un tiro de Ouzo, directo al hígado, como los buenos puñetazos.

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