lunes, 6 de octubre de 2008

Corto el filete con el cuchillo y la carne se abre como los labios de una vagina. Chorreando salsa que resbala por las comisuras de mi boca. Me relamo como aquella puta de película, la que sobrevivía con el dinero que le daban los hombres por correrse en su boca. Mi lengua empapada de saliva rompe en éxtasis y el vino color de sangre cae por mi garganta, resbalando por mucosas paredes de músculo que tragan con movimientos de succión. Como un ano atragantándose con una polla, sólo que siempre hacia adentro. Hacia el estómago, parásito de nuestra digestión, feto que se alimenta a través de nosotros y que, situado al lado del corazón, interfiere en nuestros sentimientos. Y pan recién hecho, musgoso como los tejidos cerebrales de un mono pequeño. Casi siento cómo chilla cuando atravieso la miga con los dedos. Y el mordisco feroz que sabe a materia gris, caliente y espumosa como pudding de asfalto. Y saboreo el sabor del sufrimiento ajeno con deleite pensando en nuevas recetas con las que ingerir trozos de cuerpos ajenos.

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