miércoles, 22 de octubre de 2008

Cansado del día, celebraba la noche sujetando con los labios una colilla que apenas había fumado. Sólo era para dar ambiente. Y de todas formas, la lluvia no se andaba con tonterías: la mitad de mi cigarro flotaba en un charco.
Esperaba el autobús, aunque no había ninguna parada cerca. En realidad sólo estaba pensando un poco. Moliendo café en mi molinillo, dándole vueltas a las cosas. Sentía que algo no iba bien por dentro: o la digestión o mis sentimientos. Y lo primero no podía ser, porque nunca he tenido estómago para esto.
La recordaba en el apartamento, en la habitación que iluminaba aquel oscuro callejón. Con esos ojos que iluminaban mi oscuro coraz… Vaya, ya vuelvo a decir tonterías. La recordaba sentada en la cama mirando sus fotos y mirándome a mí. Diciéndome que no quería volver a verme y que iba en serio lo que decía. Y yo con los ojos muertos, con la mirada inerte de un pescado, flotando por aquel río de desesperación que chorreaba escaleras abajo y me llevaba hasta la puerta.
Y me dejaba olvidado en lo negro de aquel oscuro callejón.
Y recordando todo aquello, me di cuenta de que sí que esperaba el autobús. La lluvia golpeteaba el suelo con impaciencia y después se iba, harta de esperar, hacia las alcantarillas. No se oía ningún ruido, salvo cuando pasaba algún coche de cuando en cuando.
Miré la farola porque creí que me guiñaba un ojo, pero sólo había sido una nube que flotaba por el cielo, por aquella lejana distancia que era ahora la otra acera de la calle. Mi mundo se iba haciendo cada vez más grande según yo me iba haciendo más pequeño.
Descubrí un rumor lejano, como de un río que se desborda. Era el autobús, que ya venía.
La recordé mirando las fotos. Me miró. Me dijo que ya no me quería.
Y di un paso adelante para pillar el autobús.
Aunque, irónicamente, fue él quien me pilló…

No hay comentarios: