sábado, 25 de octubre de 2008

Una vieja de piel llorosa y ojos arrugados tirita en un banco en el sol. Ni bajo el torrente de luz le entra calor. Ahorcada por la bufanda y encadenada a unos guantes, sus brazos bailan sin rigor y sus ojos vagan por la plaza sin encontrar un punto de apoyo.
Y los paseantes pasan por delante sin notar su existencia, antes de entrar en la iglesia y rendir culto al sacrificio de un inocente. Cada pie que entra por el histórico pórtico clava un clavo que condena a esa mujer a ese banco.
Yo, mientras, sentado sobre un rayo de sol sobre una esquina de piedras, rindo mi incoherente tributo a esta viuda de la vida. Y, sin pretender dar la nota pero abordado de melodías, canto mi impresión en silencio.
Antes de alejarme como todos y olvidarla dentro de mí mismo.

No hay comentarios: