martes, 14 de octubre de 2008

Intentaba entender lo que decías pero parecías hablar en clave. Y, mientras, tus ojos me lanzaban señales para que hiciera algo. Pero no sabía qué. No decían qué. Así que estuve una eternidad y media tomando aire para poder actuar. Y en el último momento, como siempre, me desinflé, con un sonido de trompetilla. ¿Qué demonios querías que hiciera? ¿Trepar por la pared como un mono para que vieras que te quería? Además, no te quería. ¿Qué sentido tiene? ¡Querer a alguien cuando el mundo está tan loco, es de locos! Por eso me marché agachando la cabeza: fui hasta el baño con la cabeza entre los hombros. Cuando salí por la puerta ya la tenía entre las costillas y sabía que acabaría muy dentro de mí, entre el corazón y el estómago. Al final acabaría metiéndome dentro de mí mismo en un bucle interminable de carne blanda y me quedaría en una esquina dándole vueltas a todo sin parar. Y la culpa sería tuya,
¿no ves que podrías haber evitado todo eso con tan sólo darme un beso?

1 comentario:

Anónimo dijo...

jueves 16 de octubre de 2008

el poder de los (no) besos

...con lo fácil que sería todo...