martes, 14 de octubre de 2008

Tenía un tenedor para comer y otro por si acaso. Por si las cosas se ponían feas; es un viejo truco de samurai. No, es broma, era sólo una cena de negocios, no entrañaba ningún peligro. Aunque por si acaso yo tenía mi segundo tenedor.

Después de llegar a un acuerdo la acompañé al servicio con su abrigo y nos metimos en plan furtivo en el de mujeres. Nos apretamos en el último y cerramos con cerrojo. Ella sacó la droga y la empezó a esparcir por el espejito. Como una auténtica dama. Se hizo la primera raya y me dejó a mí una un poco menos gorda porque sabe que yo no le pego desde hace años. Después le metí mano a sus tetas y empecé a lamerle el cuello. Me agarró la corbata y tiró hacia sí con fuerza. No sabía si me dejaba sobarla o me lo exigía. Me sentí obligado a ponerme de rodillas y comerle el coño apartando el tanga a un lado. Mi cabeza dentro de su minifalda y mi poya fuera de mi pantalón. Luego ella la lamió un poco, como para lubricar, y la dirigió con un golpe maestro hacia su coño. Fue como besar un cielo de caramelo: su lengua contra la mía y mi poya hacia su estómago.

Y le dimos caña al váter durante por lo menos veinte minutos.

A la salida había un camarero con cara de desaprobación que nos pidió que abandonáramos el local y nos susurró que “sabía lo que habíamos hecho”, aunque no me quedó claro si hablaba del sexo o de la coca. Nos fuimos igualmente.

El taxi pasó zumbando pero se arrepintió y paró. Por esa zona no habría mucha más gente a esas horas. Y menos mal porque llegamos al concierto follados. Con el tiempo justo de pillar un cubata antes de que el saxo empezara a silbar por el escenario. Nos quedamos en una esquina desde la que se veía el escenario, por encima de las cabezas de todos aquellos gilipollas que se habían sentado en las mesas. Antes muerto que ver un concierto sentado. Gilipollas. Y encima seguro que piensan que soy un puto yupie.

Y bueno, el concierto fue un poco rollo, en plan nuevo jazz y mestizaje y toda esa mierda de fumaos. Y todos aquellos culturetas autocomplacientes con pasta de sobra y ropas caras pero de estilo “casual” se acariciaban la barbilla y se recolocaban las gafas continuamente hasta que los músicos, probablemente igual de aburridos que el resto, se largaron de allí. Ni siquiera pidieron más, sólo aplaudieron. Esa actitud del que tiene dinero y puede hartarse a ver conciertos. Por dios, tuve que convencerla para que nos echáramos otra raya en el baño. Si no, no hubiera aguantado ni media hora. Y eso que tragaba whiskey como un poeta.

Al final de todo salimos los últimos del bar: abrazados y totalmente borrachos. Creo que ella tenía ya su mano metida en mi bragueta. Pero no recuerdo nada. Y luego aparecimos en el hotel; supongo que fuimos en taxi, pero yo sólo recuerdo despertar tumbado sobre el edredón de la cama y ella saliendo del baño desnuda. No creía que se me fuera a poner dura pero ella me hizo una mamada maestra que, acompañada por una preciosa pastilla azul, consiguieron levantarme el ánimo y la poya. Y otra vez al tajo: qué complicadas son las cenas de negocios.
………………
Al amanecer, despertando con el mediodía y ganas de cagar, me encuentro solo en la habitación. Ella ha tenido más aguante y se ha ido temprano. Yo no tengo el cuerpo para hostias: todavía tardo hora y media en espabilarme, ducharme y ahuecar. Y encima tengo que pagar un día de más por dejar la habitación después de las doce. Casi me dieron ganas de pasarme por allí esa noche con un par de putas.

Llegué al trabajo a las tres de la tarde, fresco como una rosa mustia y teniendo que aguantar las sonrisitas de mis compañeros y los constantes codazos de mi jefe. Todos porque tengo un chupetón en el cuello. Puta…

Y al final, al final de todo, me tiro en el sofá con dolor de huevos y trato de dormir un poco recordando su bello cuerpo. Miro un rato el canal porno pero desisto de hacerme una paja y cierro los ojos. Otro día de mierda en el trabajo.

Necesito unas putas vacaciones.

No hay comentarios: