lunes, 20 de octubre de 2008

Disparé mi conciencia contra tus ojos y cegué tu mirada durante un momento. Tiré a matar pero sólo alcancé a herir. ¿Era cierto todo lo que me habías dicho? Temí que no mientras me lanzaba corriendo a las vías del tren y comprendí que sí cuando esquivé el primero entre la niebla. El segundo me arrastró hacia él pero supe dudarlo y el tercero no pudo matarme porque era yo el que lo conducía. Derecho hacia el horizonte como si viajar fuera gratis. Y tus palabras resonando sobre las vías, condensándose en el cristal, pellizcando mi culo desde el asiento. Me hicieron olvidar de qué huía y descarrilé en la primera curva. Miré hacia atrás y la estación estaba a unos metros: todo había sido una ilusión. O una desilusión. Una tras otra.

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